Creo que, en general, la sociedad tiende cada vez más al cinismo y al descreimiento. Y quizá donde más se observe esta tendencia sea en las redes sociales y, en particular, en Twitter, ese contexto que parece invitar al personal a dejar salir el odio de formas que no lo harían en su vida física cotidiana, y en el que el sarcasmo parece tener más cabida que la ternura. Pero quizá los árboles no nos dejen ver el bosque, porque efectivamente hay comportamientos que, aunque no mayoritarios, tienen la capacidad de enturbiar el ambiente general. Así, aunque quizá este panorama podría hacer pensar que en Twitter solo existe mal rollo, lo cierto es que hay espacio para la inteligencia y la creatividad, para la solidaridad y el apoyo mutuo, y hasta para la inocencia y la ternura.
En este contexto, me siento fascinado —y, en ocasiones, conmovido— por Alfonso (@alfonsofp58), un octogenario que se ha convertido en poco menos que el abuelo adoptivo de muchas personas en Twitter. Con cerca de 100.000 seguidores, Alfonso reflexiona día a día sobre el mundo que le rodea, a veces de forma crítica, pero siempre con calma y respeto. Así, va desde explicar su admiración hacia Amaia Romero hasta denunciar con contundencia los asesinatos machistas. Pero, sobre todo, creo que lo más significativo es que se ha convertido en una fuente de ternura y ánimo para muchísimos jóvenes. A mí mismo, que ya no soy tan joven como me gustaría y perdí a todos mis abuelos hace años, me hace sentir la calidez de un abuelo en un entorno tan poco cálido y abuelil como Twitter.
Quizá su hilo más celebrado —con más de 50.000 retuits y más de 200.000 likes— sea uno en el que sencillamente confesaba su tristeza porque se había puesto a pensar en el día en que le pudiera faltar su María:
“Queridos amigos hoy estoy un poquito perjudicado. Veréis, por las tardes veo a mi María dormida en el sofá y veo su cara ya con alguna arruga que otra y claro, es que en julio cumplirá 80 años y recuerdo muchas cosas de mi juventud, ratos muy felices que hemos pasado juntos y algunos no tan felices, pero han sido más los buenos que los malos y pienso que la quiero tanto que no podré vivir sin ella si me falta. Ya sé que muchos pensaréis que soy un viejo chocho y tonto y además pesado, pero no puedo dejar de decir lo que siento por esta persona. A veces me pongo triste pensando últimamente en que ya somos muy viejitos y que esto que tenemos acabará algún día de alguna forma. Si viviéramos otra vida juro que la buscaría otra vez hasta encontrarla. Estos pensamientos son muy íntimos y a lo mejor no debería expresarlos en una red social pero así hablo con vosotros por que habéis sido muy buenos conmigo y os considero ya amigos para siempre”.
Es algo tan sencillo e inocente y a la vez tan auténtico que tuiteros de toda índole cayeron rendidos hacia esta declaración de amor incondicional. Pero se podrían destacar muchos otros de sus tuits, como uno en el que intentaba animar a una chica que había tuiteado que le daba pereza vivir, haciéndolo desde una capacidad de empatía hacia la juventud realmente admirable. Estos días tiene incluso overbooking de deseos de ánimo a los estudiantes que se enfrentan a exámenes.
El cinismo con el que convivimos cada día hizo a algunos pensar que se trataba de una cuenta falsa. Es como si asumiéramos que la ternura no puede ser algo real y menos en Twitter. Sin embargo, pese a que Alfonso está rechazando ofertas diversas de mayor notoriedad, no dudó en lanzarse a subir un vídeo que, aunque le costara alguna que otra dificultad técnica, le sirvió para mostrarse en persona y acallar a las voces que defendían que se trataba de una cuenta fake. Y creo que es precisamente ese cinismo que nos rodea el que, por contraste, dota de más valor a Alfonso. Porque en ocasiones corremos el riesgo de pensar que Twitter es un pozo negro de odio, malos modos, cinismo y visceralidad, pero personas como Alfonso, como también muchas otras, nos demuestran que no es así. Y lo hace como lo hacen la mayoría de abuelos: sin despeinarse, como quien es capaz de crear luz sin siquiera proponérselo y sin colgarse tampoco una medalla por ello. Y, por eso, esta columna no es más que mi humilde manera de darle las gracias.
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