Hace poco tuve la suerte de poder hacer un pequeño viaje con mi familia. Fue un regalo, o así lo considero yo, que soy de las que piensan que pasar tiempo de calidad con la gente que se quiere, es algo así como hacernos cosquillas por dentro. Hablamos mucho en el trayecto, especialmente mi hermano y yo, que hay que ver lo que nos gusta un piqui-piqui que no hay forma de que dejemos de darle al palique.
Una profesora y un programador charlando sobre la dualidad de las redes sociales. Discutíamos el mal uso que seguramente todos hacemos de ellas. Yo le decía que la continua sobre estimulación para la que no estamos preparados, y que no sabemos cómo gestionar, le está dando bien duro a nuestra salud mental. Le hablaba de lo que sé, educación, de cómo el acceso libre a estas plataformas está pudriendo el cerebro de los jóvenes, y no tan jóvenes, que son una máquina tragaperras donde las monedas se han convertido en minutos. Cada día una nueva plataforma pero todas llenas de videos de bailes con niños hipersexualizados dispuesto a hacer lo que sea necesario por seguir coleccionando likes y llegar a los 20k seguidores.
−Es que si no tienes seguidores no eres nadie – decía mi hermano. Se refería a la obligatoriedad de tener presencia en redes para prácticamente cualquier cosa, ya pintes cuadros, hagas tartas o vendas sobres para cartas. Hay que tener como mínimo una cuenta de Instagram para promocionarse. Mi hermano se encogía de hombros, como dándome en parte la razón, pero reafirmándose en el presente con un silencioso gesto que llevaba implícito ese “es lo que hay” tan nuestro. La globalización, el consumismo, la injusticia de vivir en un sistema corrupto. Menudo panorama sis pero eh, que le vamos a hacer, habrá que tirar pa’ lante. A llorar, a la llorería.
Yo seguía hablando y mi hermano asentía, privilegio de hermana mayor. Él sacó a coalición los “nuevos trabajos” que estas plataformas están generando. Yo le daba la razón porque oye, por la parte que le toca a la economía, fantástico. El problema es que se está creado un culto bastante peligroso alrededor de estas nuevas, falsas profesiones. Los nuevos ídolos ahora son youtubers, influencers, beauty bloggers y cantantes de reggaetón. Para el que esté desactualizado, Quevedo, convertido en su polvo enamorado, es ahora un cantante canario que lleva dos años en la industria de la música. Ese es sí, el de la canción de Queeeeeeeedate.
Ahora, los niños ya no quieren ser médicos o bomberos, se han dado cuenta de que para eso hay que estudiar, es decir, que hay que hacer un esfuerzo, y es mejor y más fácil ser guapa como Tontinela y que te paguen por probarte ropita del Zara. Y no la tomo con ella, que no solo es Tontinela, es que Manolito el del pueblo de al lado ¿Sabes a quien me refiero, no? Pues resulta que tiene un canal de YouTube y que es gamer. Como te lo digo, que se gana la vida jugando a las maquinitas y comiendo porquerías, al parecer le pagan las marcas.
Ahí es donde radica el problema y Manolito tiene la culpa, porque todos hemos observado, medido y experimentado esta realidad. Maldito e infalible método científico. Pero eh, que no panda el cúnico señores, que en veinte años podremos comparar los resultados. Me pregunto cómo estará el ratio entre el número de científicos/as y personajes públicos, y bueno sí seguramente tengamos que ir al tanatorio más de lo esperado pero oye, nunca más nos volveremos a cuestionar con qué zapatos.