Barro político y un poeta valenciano

El agua no solo es poesía y vida. También es llanto, es tragedia. También es barro y noches en vela

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Directora de Radio Unizar. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Un puente derrumbado sobre el barranco del Poyo en Valencia, en una imagen de la Generalitat.
Un puente derrumbado sobre el barranco del Poyo en Valencia, en una imagen de la Generalitat.

Max Aub nunca se vio a sí mismo como un poeta. "El poeta tiene el agua a flor de piel, por lo visto yo la tengo bastante dura», escribió en una suerte de prólogo a su poemario Diario de Djelfa. Esta obra del ‘poeta no poeta’ se empezó a gestar cuando fue detenido en París, donde se encontraba huyendo del franquismo. De orígenes germanos y franceses, se nacionalizó español y residió, como saben, gran parte de su vida en Valencia. Llegó a decir que solo podría escribir en castellano, pese a haber aprendido con cierta prisa una lengua que no era la materna. Se sentía valenciano, escribió a su tierra y a sus ríos. Para Aub, la creación poética era cosa de agua, de agua que es vida y origen de todo. «El hombre es como el agua, / según cuanta. / El hombre es según el fuego, / como sueño".

Max Aub habitó un mundo en el que el poeta era poeta y el agua era agua. Vivió en una época en la que el pudor aún impedía a algunos colocarse al frente de la tarea que no dominaban. La incompetencia aún no era una lacra nacional. Pero, en muchos sentidos, hoy no vivimos los tiempos de El laberinto mágico. Ni siquiera el propio Aub los vivió, ya que no llegó a ver publicada la saga completa de sus novelas sobre la guerra civil. Murió antes. Él nunca se sintió poeta, quizás porque no veía en sí mismo la suficiente lírica grácil. O quizás porque no sentía brotar de su pluma la suficiente agua, el cauce necesario. "Agua, la que se embeba; / mucha, anega. / El agua, en gorgoritos, por canales / de zinc baja a morir en las aceras. / Solos, tristes reflejos celestiales, / los adoquines, la pizarra gris. / Basuras. Un lechero. Dos porteras. / Mudo domingo cárdeno". Cárdeno como un atardecer, como los lirios que alguien puso en la cara de azucena de la niña de la copla.

El agua no solo es poesía y vida. También es llanto, es tragedia. También es barro y noches en vela. Temor, pérdida y hedor. Estos días, el agua mata. Y lloramos a Valencia deseosos de que las lágrimas conviertan nuestra piel mojada en la del poeta. Anhelando que los ríos que hoy se nos desbordan por dentro engendren un serventesio, un soneto, un haiku, una copla. Soñando ―como el hombre que es fuego― con quemar el torrente, con incendiar la pena. Hoy nos sentimos más frágiles, más blandos, más maleables. Hoy fermenta el odio. Odiamos a quienes, sin vergüenza, ni pudor, ni decencia, asumen cargos políticos sin ser competentes ni para espantar moscas. Despreciamos a quienes maltratan a los familiares de las víctimas y les hablan mal. Reprobamos a esos parásitos reales que se pasean por nuestros barros y se llevan el rédito del lavado de imagen a cambio de unas manchas en la Burberry. Odiamos a los que esparcen otro barro: el de los bulos y la peste política.

"Se te entran las cadenas / por las entrañas, / entradas del Guadiana, / herida del agua, / sangre del Ebro, / sangre del Duero, / España desangrada, / Tajo a tajo". Max Aub, un valenciano.

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