La Zambomba de Jerez cruza el puente... y el rubicón

Mientras crece la polémica por la gestión de la fiesta, el gobierno municipal se siente cómodo con el mensaje "si a la hostelería le va bien, a Jerez le va bien", una visión que implica peligros, indecisiones y carencias

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador de lavozdelsur.es. He publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Zambomba en la plaza de la Asunción.

Cuando ya ha pasado lo más gordo –cabe suponer– de la temporada de Zambombas, el puente de la Constitución, llega inevitablemente el momento de los primeros balances. Para el Ayuntamiento, las cosas van bien y se están haciendo bien, aunque lo que aporta sobre el funcionamiento de la ciudad (transporte, limpieza, seguridad) no es muy acorde con lo que se ve y, llegado el caso, se padece. La hostelería céntrica simplemente lo peta, ese debería ser su análisis, escueto y rotundo: Lo petamos. 

Mirando un poco hacia atrás, en algún momento después de la pandemia se dio por hecho, se estableció, que lo que le va bien a la hostelería equivale a que le va bien a su ciudad, a Jerez, en este caso. Y no es así, suena parecido, pero es exactamente al revés: si a Jerez le va bien, a su hostelería (y hoteles) debería irle bien, que es muy distinto.

A la ciudad de Jerez le debería ir bien porque se consolidara el 'hub' aeronáutico en el que trabaja el Ayuntamiento (todo hay que decirlo), porque las bodegas de Jerez generaran como hace treinta años (o cuarenta, mejor), porque la zona rural se llenara de cooperativas en las que se manufacturaran productos en origen o porque Jerez fuera capaz de atraer alguna de las industrias periféricas que la Unión Europea estudió que convendría 'rescatar' de terceros países al comprobar su vulnerabilidad precisamente en la pandemia (tema que se ha ido enfriando, por cierto, qué fue de los semiconductores). Y, por supuesto, también turismo: Lola como icono, el flamenco, la monumentalidad de Jerez, ahora la Cartuja, la proximidad a la costa... Todo esto, todo el año, claro, y menos 'alquilar' la ciudad al aluvión de Zambombas, Feria e incluso Semana Santa.

Si todo (o buena parte de) esto funciona es que a Jerez le va bien y, en consecuencia, seguro que a su hostelería también le va bien... Porque el caso es que en un momento determinado, sin darnos apenas cuenta, la hostelería saltó a los titulares de los medios y ocupó un sitio que siempre le había correspondido a los hoteles y más allá (hubo tanta ocupación el pasado fin de semana, tanta el verano... si el dato es bueno o malo, el resto se daba por supuesto para bares y restaurantes). ¿Y por qué no cómo le va, le ha ido, a las ferreterías? ¿Y a las tiendas de ropa infantil? ¿En qué momento la hostelería se animó a proclamar "nos ha ido", "nos va" y de ahí a los inevitables "queremos", "necesitamos" y "exigimos" que implican a las políticas municipales? Pues cuando vio que había eco, implicación activa, escaparate (con el viento de cola a nivel mediático de la gastronomía). Del otro lado de ese 'escaparate', huelga decir que no se sostiene la habitual jactancia del Ayuntamiento de Jerez (sea el gobierno del signo que sea), con buena parte de su gestión ligada a la 'venta' de imaginarios logros a partir de la colonización del espacio público en el centro, de la mediatización de derechos de los ciudadanos que viven allí, de la 'parquetematización' progresiva... pero la hostelería ha encontrado eco. Vaya si lo ha encontrado: el 'turbo' tras la pandemia. Y en eso siguen.