Nuestro colaborador Manuel Ruiz, doctor en Historia, consolidado investigador y copioso editor de trabajos científicos, pasa por ser hoy uno de los mejores conocedores del Andalucismo Histórico. Ante la proximidad del obligado ritual del 11 de agosto donde entidades, formaciones y grupos de distinta índole homenajean al hijo de Casares en el espacio memorialista donde fue fusilado, este analista reflexiona sobre el oportunismo de quienes usan su figura para arrogarse un falso andalucismo tan interesado como impostado.
Los intentos por despreciar o minusvalorar a quien el Parlamento de Andalucía nomina como Padre de la Patria Andaluza en 1983, circulan en paralelo a la riqueza de matices aportada en los últimos años por la historiografía del Andalucismo Histórico sobre su vida, obra y doctrina. El escenario es paradójico, dado que el andalucismo político de tercera generación se enfrenta hoy -por el velo del régimen pesoísta- a la misma necesidad social de redescubrir, socializar e integrar al personaje y su Ideal. Difícil podrá existir una tercera marea en el andalucismo sin conocer, asumir como herencia y aprender de su primera y segunda ola. De la misma forma que nuestra particular conquista del autogobierno por el artículo 151 de la CE, hubiese sido muy distinta de no rescatarse y poner en valor aquel impulso blasinfantiano que quiso enterrar para siempre el franquismo.
Dicho esto, aunque el andalucismo debería ser cosa de todos y todas, no todo lo que lo que se pretende es andalucismo. Si ya el término es genérico, cabe sumarle la torticera utilización que fuerzas políticas centralistas, de uno u otro signo del espectro, realizan del concepto. El presente es equívoco, entre el verdiblanquismo con el que se tiñen las instituciones peperas, la transversalidad sin ideología con la que algunos pretenden justificarse, el tacticismo de quita y pon estético electoral, el arribismo interesado de grupos marginales y el oportunismo fotográfico de quien solo asiste a los sucesivos homenajes y actos sobre el notario como obligado ritual auto propagandístico. Vaya por delante que Infante y aquel primer andalucismo de su tiempo, es un legado que heredamos andaluces y andaluzas. Sin embargo, otra cosa es que manoseemos al personaje y su universo con banalizaciones que escaso favor hacen al Ideal por el que fue asesinado. Dicho esto, no pretendo por ello aquí sentar cátedra de nada, ni contribuir a prueba de algodón alguna. Más bien, como investigador y militante, aportar la necesaria reflexión crítica que enriquezca percepciones, despeje bulos e impugne intereses espúreos. Son las flores que este 88º aniversario -simbólicamente- deposito en el memorial del kilómetro cuatro de la carretera de Carmona.
Comienzo defendiendo que el andalucismo infantiano supera toda percepción contemplativa, sentimental o meramente culturalista para adquirir una proyección alternativa, política e identitaria. La complacencia costumbrista poco aporta a la gestación de una conciencia colectiva consciente y organizada que ofrezca respuestas a los dolores del país andaluz. Se trata de un movimiento homologado con un personalismo que rechaza la concepción mercantil del ser humano y, desde su raíz republicana federal y anarquizante, posee en la libertad, trascendencia y en un sentido igualitario para con todo lo creado su capital propuesta ética de Vida (con mayúsculas como la escribía don Blas); es decir, más allá de un mero sentido instintivo o biológico, comportando responsabilidad, coherencia y un constante compromiso solidario y militante. Apuntando que es desde el interior del ser humano donde nace el profundo significado de la acción transformadora infantiana y, con ella, su relato de corresponsabilidad y ayuda mutua, desde este rincón del planeta hacia la humanidad. Los últimos estudios y discursos sobre el andalucista han puesto en valor su reflexión intimista referida a una espiritualidad ecuménica superadora de creencias convencionales desde la heterodoxia anti dogmática de su humanismo. Su cuento, hasta hace poco inédito, Dimas de Historia de zorros y hombres (editorial Fundación CentrA), aporta luz sobre este aspecto vital -y creo que primigenio- en la construcción de su sentido ético de la existencia. Convertir el hecho político o la misma militancia en un elemento de marketing, sumisión o populismo, poco tiene que ver con un andalucismo infantiano fundamentado, en primera instancia, a través de mejores personas: hombre y mujeres libres, conscientes, solidarios y, en suma, más humanos.
Creo además que el andalucismo es un concepto integral, de forma que, para los andalucistas de conciencia, no supone una dimensión a sumar con otras. Ajustado a su tiempo, como no puede ser de otra manera, implica una sensibilidad feminista, ecologista, pedagógica, militante, animalista y alternativa a ese capitalismo latifundista, despuntando percepciones anticipatorias y abiertamente de izquierda, sin necesidad de competir (más bien completar), las dos corrientes de pensamiento más implantadas entonces: marxismo y anarquismo. Dicho esto, la práctica de la dimensión comunitaria y popular de dicho movimiento implica dejar de lado percepciones y actuaciones individuales o egocentristas, de manera que el reconocimiento de Andalucía como sujeto político propio solo debe entenderse como una aspiración colectiva resultante de una exclusiva obediencia a la tierra, nunca nominal o fingida. No se trata pues de considerar el andalucismo político como la defensa de los trabajadores desde esta porción de humanidad; más bien, percibir desde esta realidad concreta causas y respuestas de un pueblo-clase, necesariamente con proyección universal en la medida que nada es indiferente.
De otra parte, el andalucismo infantiano, entendido como la mejor nominación para lo que entendemos hoy como político, se define mediante el fundamento de una identidad histórica, socio-cultural y soberana a la hora de reconocer Andalucía como pueblo-nación. Nacionalidad es el eufemismo que utiliza el Estatuto. Ahora bien, sin disputar la realidad ni ofrecer respuestas alternativas en el terreno de la cultura, la economía o de la política, el andalucismo se traduce en meros juegos florales, populismo electorero o simple tecnocracia: en buena parte de dichos supuestos, en una estéril autocomplacencia. Es más, este singular nacionalismo andaluz infantiano, lejos de percepciones supremacistas o veleidades étnicas, posee en su esencia identitaria y popular una dimensión liberadora que empodera y marca distancias ante relatos narcisistas, burgueses o excluyentes. Lo que ha querido bueno para Andalucía se desea también para otros pueblos del Estado y el mundo, de ahí su “nacionalismo internacionalista” que, sin priorizar ninguna escala sobre otra, defiende ambos ejes para la integración de los derechos humanos: individuales y colectivos. Lo cual es sin duda es clave de bóveda en la arquitectura política del notario de Coria, y una de sus aportaciones más enriquecedoras y disruptiva para su época.
Cierra esta rápida álgebra definitoria, frágil por breve, una dimensión que remata lo hasta aquí reseñado y que se manifiesta como consecuente con la defensa de una personalidad propia para este pueblo. No basta con defender su hecho diferencial como nacionalidad, sino que, como efecto del mismo el soberanismo es su dimensión consecuente. El autonomismo republicano, para Infante, formaba parte de un posibilismo estratégico a la hora de impulsar una conciencia de pueblo y comprometer a las instituciones y sus representantes. Sin embargo, el proyecto de Infante iba más allá. Veamos.
Sabemos de la importancia raíz de la Constitución andaluza de 1883, y su influencia en el ideario andalucista como texto fundacional alternativo a un enquistado capitalismo agrario. Aquel texto cuestionaría las estructuras de la Restauración, invirtiendo la legalidad vigente e identificando el pueblo andaluz con la clase trabajadora, convirtiéndola en agente social y protagonista político de todo cambio. Aquella autonomía generatriz depositaba por vez primera la soberanía en un pueblo organizado como república democrática representativa, ajena a condicionantes y decisiones externas, salvo las apuntadas desde sus cantones (comarcas). El federalismo, en su máxima expresión confederal, diseñaba una nueva organización territorial para Andalucía justo cincuenta años después de la arbitraria imposición provincial, acompañándose de una inédita vertebración territorial para el Estado: la misma que defendió Infante a las constituyentes de 1931 a través de su heterodoxa y alternativa candidatura republicano, federal, revolucionaria y andaluza. Ante su defensa de un Estado Libre andaluz, el gobierno de coalición republicano-socialista y los sectores antirrepublicanos, inventaron el bulo sobre el complot de Tablada. La misma soberanía confederal compartida que proclamó la Generalitat en 1931 y 1934.
Los anhelos de un nuevo modelo de Estado fueron templados con la posibilidad de una presumible vertebración autonomista mutilada por el 18 de julio. Aquella cruda realidad hizo imposible el diseño de una soberanía cooperativa, anhelada desde una Andalucía Libre, entendida siempre bajo una perspectiva de con-federación Ibérica. Entonces, no fue viable ese equilibrio entre utopía y pragmatismo. Sin embargo, hoy se abre un cierto margen a dicha posibilidad de la que transita una narrativa política del autonomismo hacia un soberanismo entre el agotamiento del sistema, sus contradicciones y los procesos abiertos desde algunos territorios. De no ser así, el centralismo imperante, por sí solo, sería insensible a cualquier empuje federalizante. Por tanto, aquella dimensión estatal, anhelada por Infante, aparece hoy más necesaria que nunca para facilitar una soberanía de la mayoría popular donde la única reforma posible abre puertas a un modelo de republicano plurinacional vertebrador de nuevos formatos y discursos democratizadores, capaces de arrinconar a un fascismo que crece con la levadura de la recentralización.
Así pues, el andalucismo infantiano se sustenta a partir de la autodeterminación personal (por tanto, también en su identidad de género), alcanzando carta de naturaleza colectiva a través del municipalismo y la con-federación. En todos los casos, el soberanismo, en sus diversas dimensiones es el eje sobre el cual gira el universo de posiciones de un característico y singular nacionalismo andalucista que rompe y supera los tópicos que puedan existir sobre un término ya demonizado menos en su escala españolista. La historia del andalucismo desde su nacimiento ha peleado siempre con las contradicciones capitalistas y las desigualdades que el mismo consolida. Eso explica que haya venido para quedarse. Eso explica que sea tan necesario para jóvenes y un poco menos jóvenes.
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