Los efectos del cambio climático, sociales, ambientales, económicos o políticos; la pandemia, con su impacto en los estados y las economías; La guerra en Ucrania con su repercusión en el precio de la energía, los productos alimentarios y las materias primas; el Sahara, un territorio inmenso en el que se pueden extraer minerales, agroquímicos, pesca e hidrógeno verde; son episodios de la crisis del capitalismo explicados por la ecología política. Desde la primera crisis del petróleo en 1973, toda crisis es una crisis metabólica del capitalismo.
La crisis financiera de 2008 fue también una crisis de raíz ecosistémica. El neoliberalismo concentró el crecimiento en la especulación financiera, lo desconectó de la producción real, y trapicheó con el crédito y los valores a futuro. Especular, en el vacío digital, con el valor de las cosas necesarias: agua, materias primas, producción agraria, vivienda, combustibles, fue una huida hacia delante mientras se entregaba la fábrica a China. El aleteo de una mariposa en Lehman Brothers desplomó el artificio. Refundar el capitalismo acabó siendo una salida destructiva de los servicios públicos y los derechos. Lo pagamos caro en malestar y emigración. El incremento de la desigualdad trajo el trumpismo global, refugio ideológico de ricos territoriales frente a ricos globales. Boñigas en las Castellana y horror en Ucrania.
La ecología política es reina del "te lo dije", cinco decenios avisando, al menos. Fuera aparte del la imagen viral de la movilización agropecuaria, señoritos a caballo amigos de Vox, la reducción de los márgenes de beneficio hasta valores negativos demuestra que el campo se está regando con diesel y fumigando gas. La agroecología dijo que la agroganadería alimenta la humanidad con petróleo. Hace tiempo se podía haber iniciado una transición ecológica menos traumática. Ya no será posible. Lo urgente oculta lo importante. Las bocinas camioneras bloquean carreteras y neuronas.
Oír a Abascal hablar de soberanía alimentaria como voz autorizada de los problemas del campo, que quienes votaron en contra de la ley de la cadena alimentaria para que el agricultor no venda a pérdidas, PP y Vox, exijan su cumplimiento, da una idea de la lentitud del gobierno en afrontar el clamor agroganadero y de los sectores del transporte. Nadia Calviño, María Jesús Montero, Raquel Sánchez y Luis Planas, ministerios puro PSOE, han dormitado dos semanas con Pedro Sánchez esperando los dictados de Bruselas.
Reacción tardía, no por incapacidad previsora de las consecuencias de la subida de precios de las energías, sino por su genética liberal que impide tirar de chequera con agilidad cuando de salvar a las mayorías se trata. Para salvar a la banca cambiaron el 135 de la CE una noche de verano. Durante la pandemia, con la reforma laboral y con otros temas vinculados al gasto o inversión pública, han ido a remolque de los acontecimientos, de las propuestas progresistas de la parte gubernamental de Unidas Podemos y del bloque de investidura. El PSOE, demostrado históricamente, tiene una visión fiscal derechizada sumisa a la codicia, con tintes de chantaje, de los dueños de las empresas del sector eléctrico, gasístico y petrolero. Puertas giratorias.
Con PP y Vox haciendo caja demoscópica, el bloque de investidura cabreado y UP apretando, Pedro Sánchez, sobrepasado por las bocinas y las boñigas, cedió. Ordenó a Planas frenar, a fiado, el amarre de la flota pesquera, y a las ministras Sánchez, Montero y Calviño extender cheques a transportistas, incluidos autobuses, ambulancias y taxistas. No se podía esperar, las boñigas eran granadas de estiércol infectando la Castellana. Después, el presidente del gobierno se salvó en Bruselas con la campana en un compromiso de mínimos. Alemania, la dueña del capital europeo, permitió a la "ísla ibérica" topar el precio del gas. Cuánto y la contrapartida que exigirán las eléctricas no se sabe, esta será la nueva prueba del nueve de Sánchez.
Quién va a pagar la reducción del precio del gas y los combustibles, cuánto se va a topar el precio del gas para limitar el precio de la luz y qué concesiones van a exigir las eléctricas para limitar dócilmente sus depravados beneficios, será nueva prueba del nueve. El precio de los fósiles seguirá desatado y al alza por sus límites productivos, los condicionantes geopolíticos, la guerra en Ucrania y el ansia de energía de la economía. El gas estadounidense de fracking, enbotellado en barcos, además de ser un cáncer ambiental, es mucho más caro que el gas canalizado ruso.
La guerra política de la izquierda progresista es por la fiscalidad justa para compensar el gasto en la contención de los precios de los combustibles, por las energías renovables, por la agroecología, por la territorialización de la economía, por el control público de la producción y comercialización de la energía, por la reforma del mercado de la electricidad, primero desacoplando el precio del MWh producido con gas de la formación del precio de la electricidad y después acabando con el sistema marginalista que hace que paguemos toda la energía al precio de las más cara.
Pedro Sánchez ha dado al balón una patada hacia delante. Las boñigas se secan en la Castellana. El precio de la energía seguirá subiendo. La guerra continuará porque al complejo militar y los lobbies petrolero y financiero de EE.UU les interesa ralentizar el final. Europa paga la factura. En estos días veremos cuánto ha alejado el presidente el balón de la portería del gobierno, cuánto está dispuesto a apretar a los grandes beneficiarios de la subida de los precios de la energía, para que sean ellos quienes pechen con los costes de la crisis metabólica de la economía, agravada con los costes de la guerra en Ucrania, o si piensa ofrecer un nuevo pacto de estado al PP (como la reforma del 135 de la CEE) para que la crisis la vuelva a pagar el pueblo llano.
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