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Al parecer, el gobierno municipal está sopesando cerrar el llamado botellódromo. Esto no es nuevo.

Al parecer, el gobierno municipal está sopesando cerrar el llamado botellódromo. Esto no es nuevo, el anterior gobierno, el del PP, también barajó esta idea, aunque huelga decir que no la llevó a cabo, bien por falta de tiempo, bien por falta de decisión o alternativas. Este cronista tiene que decir que está escribiendo de un tema cuyos interiores desconoce por completo, al igual que los enrevesados misterios de la cría del caracol. Un lector poco avisado podría suponer que es por edad, pero sería una especie de sí pero no: cuando el botellón migrante se trasladó una temporada a la plaza de San Andrés —hablando de todo un poco: ¿por qué no plaza del Cine, como la llama mucha gente, en vez de tanta sobrepoblación del santoral y advocaciones en el centro?— hace cosa de diez o doce años este cronista, ya madurito, pudo comprobar sobre el terreno que, desde luego, no hubiera sido por entonces el mayor de los participantes en dicho encuentro etílico-festivo e incluso tampoco el más alopécico aunque eso pueda resultar ya, directamente, increíble… Dejémoslo.

Volviendo al tema, mi negativa al fenómeno del botellón parte de mi educación judeo-cristiana —¡ay, la culpa!; ¡ay, la vergüenza!— y, en mayor medida, como ocurre con la efectividad de las vacunas, mi amor por los bares-bares: pueden preguntar a mis amistades el hastío que me producen incluso las terrazas a no ser que estén al borde del mar… y aun así habría que estudiar caso por caso.

Total, no sé qué hará el gobierno municipal con este asunto, pero no parece el típico tema a abordar de pasada por una minoría tan minoritaria. Está claro que el botellódromo es un espacio que no es ejemplo de nada, pero si cierra no significa que los jóvenes —y no tanto, insisto— que lo utilizan los fines de semana y fiestas de guardar vayan a dejar de soplar lo suyo de un día para otro, eso enfocando el tema desde un punto de vista sanitario. Si lo hacemos desde el social, el Ayuntamiento se encontraría con que un problema que al menos tiene parcialmente concentrado —con varios saltos en el centro histórico y laterales de la Avenida— se le iba a desparramar por distintos parques y plazas de la ciudad, con el consiguiente enfado de un mayor número de vecinos, multiplicación de llamadas a la siempre bien dispuesta Policía Local, etc

¿Qué iba a hacer el gobierno municipal, en definitiva, para hacer cumplir la ordenanza que prohíbe pimplar en la calle? ¿Apelar, 30 años después, al tedioso aserto de que se concilie el derecho al descanso de los vecinos con el de los jóvenes a divertirse? Ya tuvo a los vecinos del centro histórico en pie de guerra el verano pasado. A ver si teníamos un grano y vamos a acabar con acné…

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