Detalle de un cartel electoral por la autonomía.
Detalle de un cartel electoral por la autonomía.

Va para cincuenta años que el andalucismo era tratado de burgués, reaccionario y retrógrado por la “izquierda” que hoy es parlamentaria y la otra, la que no llegó a conseguirlo. Entonces Andalucía y el andalucismo no sólo tenían enfrente al sistema, sino también la incomprensión y la oposición de aquellos que debían haber sido su mejor apoyo, si de verdad aspiraban, o aspiraran defender al pueblo andaluz.

Al final esos partidos han ido aceptando, con mucha dificultad los planteamientos andalucistas más superficiales, los que menos pudieran comprometerles, porque su política centralista no les permite asumir el andalucismo de forma consecuente, ni siquiera acercarse; por eso se han limitado a aceptar lo inevitable. Así, si un día dijeron aceptar el autonomismo, en realidad cedían para evitar ser desplazados si no lo asumían. Ellos sabían sobradamente que si no aceptaban la bandera que tanto habían despreciado, podían perder muchos votos. Pasaron por lo que no sentían porque sabían que, sin ellos, la Autonomía llegaría mucho antes y mejor, de mayor autenticidad que si ellos se disfrazaban de autonomistas. Su logro, al aceptarla como recurso mitinero, ha sido retrasarla y disminuirla.

El que unos concejales voten contra la autonomía, el que unos diputados quieran consagrar el centralismo dividiendo Andalucía, el que muchos concejales y diputados prefieran el nombre de Franco al de Blas Infante, el que el primer partido de Andalucía suspenda la redacción del Estatuto, el que muchos ayuntamientos no se adhirieran a la petición autonomista, pese a haber obtenido mayoría con esa promesa, no son anécdotas aisladas. Como no es una anécdota el que unos partidos centralizados y disciplinados, como son, no hayan tomado ninguna medida contra estas actitudes.

No lo es, porque viene de quienes durante mucho tiempo vienen negando la figura y obra de Blas Infante, por ejemplo, y cuando han dicho aceptarla ha sido de forma muy parcial y mucho después, para sumarse a una corriente ya imparable y hacer de dique para detenerla. De quienes retrasaron conscientemente la Asamblea de Parlamentarios, en pro de un protagonismo como el los llevó a suspender las reuniones de Carmona. De quienes quisieron creer que debían dedicarse a dedicar todo su empuje para beneficiar a las regiones ricas con el título VIII de la Constitución. De quienes negaban a Andalucía, todavía en 1979 el mismo derecho a disponer de los mismos medios de representación que otras comunidades. De quienes nunca han considerado “necesario” disponer de un grupo parlamentario andaluz, pero sí catalán y vasco. Esta es la diferencia. España, para ellos, la componen Catalonia, Euskal Herría, Galicia y Castilla. Aproximadamente, no sin errores, el mapa de la conquista, entre 730 y 1492.

Hay algo más que una cuestión semántica en los términos lingüísticos, sobre todo en los que nos ocupan. Definir Andalucía como “nacionalidad” o “región” equivale a reconocer sus derechos o negárselos. Es considerarla en su justa medida en igualdad con otras comunidades, o considerarla por debajo de ellas. Es reconocerle sus connotaciones propias y su diferenciación, o entenderla como una región de Castilla y, en consecuencia, ignorar su historia, anterior al siglo XIII, su cultura, su arte, idiosincrasia propia y diferente.

Durante mucho tiempo la izquierda centralista ha venido discutiéndonos y oponiéndose a todo análisis histórico respecto a Andalucía, en cambio, lo desarrollaban, incluso con graves errores de bulto por desconocimiento de la historia real, con un cómodo y acientífico “no hay que ir tan lejos”, “eso fue hace mucho tiempo”. Ahora, después de años —de siglos, porque sólo han heredado la mentalidad del colonialismo godo— de negarse a reconocer nuestra historia, ahora dicen que no la tenemos.

Parece toda una estrategia y debe serlo. Desde luego seguro que no es una anécdota ni “una cuestión semántica”. La discusión sobre “nacionalidad” o “región”, no sólo define hoy a distintos grados de andalucismo. Simplemente divide, como siempre, a andalucistas y no andalucistas o españolistas. A partidarios de mantener la verdad histórica, social, económica, cultural de nuestra nación, o negarla sin más argumento que la manipulación llevada a cabo en estos setecientos últimos años.

Nota importante: este artículo fue publicado por primera vez el 17 de noviembre de 1979. Sólo se ha añadido el último párrafo desde el último punto y seguido. Su publicación ahora permite corroborar el estancamiento forzado de Andalucía. La labor continuada de sus poderosos enemigos.

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