Nada es porque sí, las cosas se hacen por algo. Las costumbres, las tradiciones, las festividades, las guían un principio y una finalidad. De ahí que cada una tenga una forma de celebración, una motivación, un estilo, una música. Si no, todas serían igual. Es bueno evolucionar. Cuando la evolución es para añadir valor. Pero a veces se confunde evolución con degradación. No se disfracen vocablos para justificar un paso atrás. El pasodoble suele ser una música bonita. Y el ritmo. Y la ópera. Pero sólo una, Ione, ha encajado en el espíritu y el argumento de la Semana Santa. La música tiene un mensaje, igual que el comportamiento humano. No vayan a llamar “evolución” a que un día pudieran vestir de carnaval a los nazarenos. Es una exageración gráfica, por eso válida.
Las procesiones, ya practicadas en la antigüedad, fueron recuperadas por el Arzobispo de la Archidiócesis Sevillana, Pedro Niño de Guevara, procedimiento mucho más eficaz que el potro de la Inquisición para llevar a todo el mundo a las celebraciones cristianas. La propia Semana Santa con el tiempo, se dio a sí misma su conformación actual, distinta según qué sitios, desde la triste seriedad de Castilla, a la bulla, el aplauso y la emoción popular de Andalucía. Pero no se confunda “bulla” con “bullanguería”. Aplauso y emoción se corresponden con situaciones, con hechos específicos. Puede emocionar una levantá en según qué momento, un silencio respetuoso o un bullicio pleno de la admiración a sus titulares. Se aplauden momentos emotivos, artísticos u oportunos, en coincidencia y apoyo a una situación dónde el arte se admira y se respira. Pero forzar o simular emoción, o aplaudir por todo, en todo momento, sólo muestra falta de sensibilidad en quien lo hace.
Toda representación tiene un motivo y un guión construidos a sí mismos. En Andalucía la representación de la Semana Santa es una fiesta, porque un santo triste es un tristesanto. Pero con eso no debe anular el rigor. No todo es digno de aplauso ni es posible que todo emocione. El sentido (común) aunque sea poco común, es lo que da sentido a la Semana Santa. Cada detalle cuadra con la Teología cristiana, para cristianos y ateos, incluso cuando la celebración en sí no gusta, que también es un derecho. Las imágenes salen para evocar un hecho luctuoso y trascendente, exalta la figura de unos seres que sufren vejación y uno de ellos tortura psicológica y física y muerte. Su recordatorio anual requiere un tratamiento respetuoso, o no participar a quien no sea de su agrado. No se aprueba ni se defiende la fe en el mito, opción exclusiva de sus creyentes; se refrenda el significado del mito. La Semana Santa tiene su propia estética, prendida en ase teológica, sin embargo, por lo que se ve, algunas hermandades ni siquiera han llegado a conocerla. Las que están chabacanizando, horterizando la representación, que es la celebración.
Es una contradicción, porque la representación que Sevilla y otras ciudades han hecho de la Semana Santa constituye una de las más altas cimas del arte y la estética, con un tempo de gran altitud escénica y artística. Una obra de arte que algunos llevan tiempo intentando destruir desde dentro, por su supina ignorancia y su plena ausencia de interés en informarse, para actuar en consecuencia. La emoción puede levantar aplausos, aplaudir como norma lo desluce, porque falta la emoción. A quien sufre por un ser querido se le intenta consolar, si no hay otro medio con palabras amables, con música, con piropos: es el caso de la Virgen que sigue a su hijo sin llegar a acercarse a él, rodeado de soldados y de populacho. Eso es estética y el contraste entre el hijo y la madre que lo sigue es arte. Mecer los pasos de Cristo, es abrir más sus heridas, gran falta de sentido común; Por eso su música es solemne. Las musiquillas chabacanas, basadas en cambios de volumen sin orden ni sentido, sin tempo, los pasodobles que ya acompañan a muchas vírgenes dan la impresión de llevarla a la Maestranza, en vez de a la Catedral. Tocarle una copla hecha para musicar un poema contra la Semana Santa, que ensalza el supuesto triunfo sobre las aguas, para minimizar el que, según la doctrina de la Iglesia, es la Cruz, demuestra la falta de atención, de conocimiento y de respeto a lo que se está celebrando. Más aún pedir una escalera para quitarle los clavos ¿qué clavos? Si er Manué de los gitanos lleva la cruz al hombro.
Rómpase la norma actual de impedir la visión a quienes no pagan una silla por el procedimiento de poner vallas. Que el Consejo no se apropie de la calle como ha hecho la jerarquía con cien mil bienes monumentales y útiles del común, porque la calle es de todos. Habrá quien monte en cólera contra este razonamiento. Pero no serán amantes de la autenticidad. No hace falta ser creyente para comprender que, con acciones como estas, se está desnaturalizando una celebración a la que están privando de su base. Exaltar y exagerar lo anecdótico hasta ignorar lo fundamental, lo deja sin sentido, y llega hasta el desconocimiento pleno de la motivación real de la celebración. Pues el carnaval es una fiesta muy respetable y tiene su coherencia. En su contexto y sobre todo en su fecha. Pero no se olvide: el carnaval es en febrero.