La Catedral de Santa María de la Sede y la Asunción y la de Notre Dame, ambas son góticas. La segunda gótico francés, impresionante, majestuosa, la primera también majestuosa pero menos pretenciosa, pese a que “quienes la vieren nos tomaren por locos” porque es la mayor iglesia gótica del mundo y en su conjunto la segunda de toda la cristiandad, aunque le hayan colocado San Pablo por delante, pues la londinense es más pequeña. Pero Andalucía no es grandilocuente, la grandiosidad de los estilos sevillanos, incluido el barroco, es más personal, más intimista, porque intimismo y grandilocuencia son conceptos distantes de tamaño y medidas. Más importante lo primero que lo segundo a nuestro entender.
Viene esta disquisición a cuento porque ya todos saben que Notre Dame es la catedral de París, pero no tanto que Nuestra Señora de la Sede y la Asunción es la de Sevilla. La cuestión o el problema no es, por supuesto, la grandiosidad de una, siendo más pequeña frente al intimismo grandioso de la nuestra, pese a ser mucho más grande. Lo que las diferencia en realidad no es eso, eso en todo caso las distingue, que es muy bueno saber distinguir. La cuestión es ajena a ambas catedrales. Porque mientras París cuenta con un arzobispado volcado en el servicio público religioso y artístico de su Catedral, Sevilla carece de esa suerte y al Arzobispado, al Obispado y al Cabildo, le preocupa mucho más la parte material, monetaria, dineraria, que la artística o arquitectónica y monumental. Un poco, o quizá más bien un mucho, más de similitud que con París y Notre Dame con el poco amigo de la cristiandad de nombre Judas Iscariote, famoso por su interés en la pasta y las treinta monedas en que valoró la vida de su Maestro, maestro de la cristiandad aunque quizá no tanto de otros enamorados también de las mismas o parecidas treinta monedas y de todas las que puedan caer detrás.
¿Nos centramos? Vale. La señora ministra de Cultura de Francia, pensó que valorar en cinco euros la visita a Notre Dame, podría financiar la restauración o reconstrucción de todas las iglesias y catedrales de Francia. La Ministra no pensaba en su beneficio, pensaba en los edificios monumentales que pueblan la geografía francesa. Pero el Arzobispo de la Archidiócesis, más profundo aún, renuncia al ingreso supuesto, y su razón es, según ha dicho textualmente: “La Catedral de Notre Dame desea recordar la posición invariable de la Iglesia: acoger de manera incondicional y por lo tanto necesariamente gratuita a todos, con independencia de su religión, creencia, opiniones y recursos”. El comunicado es más extenso pero esta es la parte más enjundiosa y equiparable.
Pues, contrariamente al criterio francés, desprendido y evidentemente afecto a la predicación de Jesucristo, la Iglesia sevillana, como la andaluza y la española en general, ha optado por el camino crematístico de montar un negocio de primera, rentable, todo beneficio y sin cotizar al fisco. Así que con un mínimo desembolso de treinta euros, los obispos y arzobispos no sólo no han agradecido el uso durante siglos de unos bienes de todos los habitantes, unos bienes del común, sino que se los han apropiado por el subterfugio de transfigurarse momentáneamente en notarios para inscribir a su nombre en el registro la Catedral, la Giralda, el patio de los naranjos y por poco han dejado de lado la calle Alemanes. La Catedral y otros cien mil bienes, han inscrito a su nombre los obispos de toda España por el mismo procedimiento, con el mismo módico desembolso del mismo número de monedas con que los romanos premiaron al vendedor, que por cierto después se arrepintió, estado al que no han llegado, ni parece que tengan intención de llegar, los obispos y arzobispos españoles. Y por supuesto, en esa posición se encuentra el Excmo Y Rvdmo. de Sevilla.
El negocio está en marcha. El préstamo hecho hace más o menos siglos en según casos, de momento ha pasado a propiedad. Ha sido privatizado sin aportación del menor documento de propiedad. Y el negocio avanza. Tienda ampliada en la nave del lagarto sin respeto a la calificación artística e histórica del Monumento, beneficio absoluto y neto de las entradas e incluso, en los casos de apropiación de fincas por el mismo método, la avanzada venta de muchas de ellas, no vaya a ser que el gobierno espabile y les conmine a devolver todo lo inmatriculado (que es como se llama la apropiación), de forma irregular. Irregular, cuando menos, está claro. No está tan clara todavía la actuación de los registradores y del gobierno, quienes parecen esperar a que la presión popular les obligue a dar marcha atrás y abandonen la cómoda posición colaboracionista adoptada hasta ahora. En eso estamos. Nadie quiere despojar a la Iglesia la posibilidad de continuar sus cultos en esas iglesias. Pero la propiedad tan sólo corresponde a la ciudadanía. Al común, porque son bienes del común.