Los latinos no son chicos, su estatura ha aumentado y ya alcanzan el metro ochenta de media, en especial los andaluces, verdaderos latinos, no tanto como los del Lacio, pero más que los franceses y mucho más que los americanos del sur, será porque la alimentación ha mejorado... hasta ahora. Pero tanto machacar tiene sus ventajas para el machacador y los andaluces han creído el exótico cuento del 'hablamos mal'. Y a la chita callando (y sin callar) como 'hay gente pa tó' los hay capaces de 'mejorar' su vocabulario imitando a quienes 'hablan bien', que 'no pueden ser otros que los críticos'.
Pena de valoraciones, porque entonces 'hablan bien' quienes están aprendiendo de los andaluces a perder la 'd' intervocal y la 's' final. Justo y precisamente aquello por lo que más riñas nos hemos ganado en el colegio, en los medios de difusión centralistas y en el vulgo, que bastante vulgar es para atreverse a criticar por 'hablar mal', ignorantes de que se puede hablar de manera distinta, pero nunca mal. En todo caso será hablar mal cambiar el sentido de las palabras: por ejemplo, el laísmo ('la dije', en vez de 'le dije'), el leísmo ('le quiero', en vez de 'lo quiero'), o cambiar la forma del verbo ('estaría' en lugar de 'estuviera') entre otros errores no menos garrafales, no cometidos precisamente en Andalucía.
Copiar no es igual que aprender, aprender es muy inteligente si se aprende de quien lo hace mejor. Grave, gravísimo es copiar términos mesetarios, cuando en la Meseta aprenden la regla andaluza, dónde cuentan las letras 'd' y 's' comentadas. No se comprende la manía de aculturizarse copiando palabras mesetarias, cuando nuestro léxico es mucho más rico. Y lo afirman reputados profesores y académicos. Aquí no se renuncia a ninguna 'evolución', porque decir 'chico' en vez de niño, o 'churros' en vez de calentitos, no es más correcto y menos aún evolucionado. Empobrecernos lingüísticamente, renunciar a nuestra riqueza, es involución. Si un/una joven de 25 años no es un/una niño/niña, con mayor rigor es obligado ver que no es chico ni chica, palabra centrada en la geografía peninsular, pero no más correcta.
La cursilería del acomplejado por creerse lo de 'hablar mal' le está abriendo sitio. Como la misma cursilería del mismo acomplejado le ha llevado a cambiar las palabras andaluzas 'calentitos', 'jeringos', 'tallos', 'tejeringos' por la mesetaria 'churro', que no define a los anteriores, sino a una variante estriada, frita en trozos; los que aquí seguimos llamando 'de papas' para diferenciarlos. Los de muy lejano parecido, por gran diferencia en grosor, sabor y digestión, los llaman 'porras'. Buen lugar donde viajar los del complejo.
Si por desgracia olvidáramos nuestro rico vocabulario; si se empobreciera al copiar el habla madrileña, quedaría el consuelo de América, que habla andaluz sin sentirse disminuidos. Yerran al aceptar el término “latino”, pues asumen una simple atribución para diferenciarlos de la América anglo-sajona. “Latino” es el gentilicio de El Lacio, la región de Roma, ampliado a todo el Imperio. Pero el caso es seguir a alguien: los americanos del sur siguen a los del norte, al aceptar y tomarse tan en serio el término “latinos”, impuesto por la discriminación a tenor de su procedencia, a pesar de no haber sufrido al ángel exterminador del VII de caballería. Los andaluces, para su desgracia, siguen a Madrid. La masa frita que en Sevilla, Huelva y la mayor parte de Cádiz se llama “calentitos”, en Córdoba, en Badajoz, Granada y Málaga “tejeringos“, en Almería y Jaén “tallos” es de mejor sabor y textura que las “porras” madrileñas, pero sólo se copia a Madrid a causa del inconcebible complejo arrastrado todavía, sin tener en cuenta que, en puridad, un “churro” es una cosa mal hecha, y los calentitos, jeringos, tallos, tejeringos están buenísimos.
En América, como en Andalucía, Canarias, Extremadura, Murcia y algunas comarcas más, la palabra “niño” no sólo define a los menores de 12 años. Es término de cercanía; “niño” y “niña” pueden tener treinta años o más. Pero la expresión “chico” y “chica” podrá parecer más “fisna” a los creedores del cuento. Nada más. No hay motivo para desdecirnos de nosotros; cambiar nuestro léxico no nos hace más cultos, si acaso todo lo contrario, pero desfigura nuestro carácter y nuestra cultura. Es posible que estén consiguiendo asimilarnos, llevan siglos intentando deformarnos. Por eso mismo, porque aún no lo han conseguido, no nos debemos doblegar.
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