Complejo andaluz (II). Síndrome del colonizado

Andalucía no se queja: Andalucía tiene derecho a reclamar todo cuanto se le ha desposeído; el poder lo sabe y le teme a esa reacción y le depara el castigo más duro, pues la obsesión del poder es desmovilizarla

Torre Pelli de Sevilla con la bandera de Andalucía iluminada.
Torre Pelli de Sevilla con la bandera de Andalucía iluminada. MAURI BUHIGAS

El problema de meterse a psiquiatra sin haber aprendido psiquiatría: los títulos y los insultos se suceden sin rigor. Este es el caso, cuando alguien sin la menor información emite un juicio sobre los andaluces y mucha gente, incluso andaluces, lo toman como definición de cabecera. Andalucía no sufre el síndrome del colonizado, al contrario. Andalucía está colonizada y la inmensa mayoría de los andaluces lo niegan. Ese es el triunfo de la colonización, sí, pero no es la aceptación aunque se parezca, pues Andalucía ha reaccionado en múltiples ocasiones y a cada una de ellas el poder ha respondido aumentando la fuerza de su represión, materializada en el castigo físico y psíquico, en la ocultación y prostitución de su historia y su cultura, mientras caía sobre los andaluces lo más brutal de la represión física. Baste un detalle como muestra: Juan de Austria, hermano de Felipe II, incluyó en su informe lo siguiente: “He sentido náuseas al tener que cumplir la orden dada” después terminada la llamada “guerra de las Alpujarras”.

Tan fuerte ha sido el sentimiento imbuido. Cuando el conquistador quiere despersonalizar al conquistado, necesita asimilarlo, ardua tarea dónde no tienen sitio el rigor ni la verdad. Entonces el conquistador oculta la realidad y niega que el colonizado tenga una historia y una cultura. Normalmente, esta negación se hace desde un razonamiento aparentemente coherente: aquello ya está antiguo (ya estamos ante el dilema “antiguo” y “actual” para poner todo el interés en el segundo y enterrar el primero). Entonces se inventa una historia y una cultura nueva y falsa para sustituir a las verdaderas, si puede contener algunos detalles de la verdadera la hacen más creíble; bajo ese principio de “lo pasado, pasado está, hay que pensar en el futuro” razonamiento inconcluso que muchos aceptan por su apariencia razonable. Y ya han conseguido su objetivo. El colonizado ha caído en la trampa y no se siente colonizado.

Pero la argucia no siempre es del todo eficaz y el colonizado a veces recibe un rayo de luz y entonces recupera la necesidad de ser libre, aunque no haya recuperado sus verdaderas historia y cultura. Andalucía intuyó la esperanza en varias ocasiones, la última vez el 4 de diciembre de 1977, en un movimiento de base muy por encima y a pesar de los partidos políticos con mayor aceptación, responsables de la manipulación de su cultura. Aquel día de remate pacífico a todas las rebeliones anteriores, trasmutada en aumento del miedo a la capacidad de movilización de los andaluces, desde aquel momento los partidos que han detentado el poder han puesto todos los medios de su cargo en doble finalidad, desmovilizar esa fuerza sacada a relucir y al mismo tiempo continuar con la tarea de desindustrializar la Comunidad y dejarla solo de reserva por si hiciera falta en algún momento su fuerza de trabajo, ya sea dentro o —mejor— fuera de Andalucía. Pero ¿Y la capacidad de respuesta? Ahí está el detalle. El poder conoce lo difícil que es reivindicar o siquiera pensar en ello con el estómago vacío y además cuenta con los mecanismos de que carece el pueblo para hacerle creer lo que a los conquistadores interese. De esta forma, burda, pero eficaz, se ha ido manipulando al pueblo andaluz hasta hacerle creer sus postulados al mismo tiempo que se le castigaba por su anterior actividad revolucionaria en respuesta al daño infligido desde el sistema y su capacidad, demostrada en varias ocasiones, para sumar a los demás. En definitiva: el poder tiene los medios y el tiempo precisos para vencer y a posteriori simular que ha convencido. Y toda esa fuerza tanto física y económica como de convicción, por medio de la manipulación la viene usando contra Andalucía a fin de utilizarla a su antojo con esos métodos abyectos y detestables, del todo ajenos a la moral, pero útiles a su interés de partido y a sus compromisos con los poderes fácticos. Las protestas contra el cierre de Hytasa, Intelhorce, Gillette, Santana y varios cientos más no han podido servir porque la “razón” de la fuerza es en este caso muy superior a la fuerza de la razón. Y los compromisos político-estratégicos de los partidos gobernantes han llevado a los gobiernos a mantenerse inflexibles en permitir, provocar o llevar a cabo los cientos de cierres y desoír la voz de la calle y las alternativas propuestas, por considerarlas de inferior peso a sus compromisos estatales o internacionales.

Andalucía tiene motivos más que sobrados para reivindicar un tratamiento radicalmente opuesto al actual. Andalucía no se queja: Andalucía tiene derecho a reclamar todo cuanto se le ha desposeído; el poder lo sabe y le teme a esa reacción y le depara el castigo más duro, pues la obsesión del poder es desmovilizarla por todos los medios a su alcance, que son todos. Desde Andalucía es lícito reclamar cuando se prepara una financiación mayor para otros, da igual quien, porque el poder tiene varias formas de acallar protestas y las aplica de forma más arbitraria que justa, guardando siempre para Andalucía la más dura que es el hambre, porque aquí hay diferencias discriminatorias hasta en los castigos y mientras algunos son premios, otros son destructivos, incluso mortíferos. Pero lo importante para el poder político y el fáctico, es el fin, no el medio.

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