La democracia (del griego Demos = pueblo, Kracia = gobierno), es como su propio nombre indica el gobierno de la mayoría. Perdón: debería serlo. Debería, porque los partidos han llegado a desvirtuarlo de tal forma que ya, aunque se pide el voto a la ciudadanía con ese pretexto, luego no se cumplen, no ya las promesas, ni siquiera las expectativas que cabrían adjudicarse a un grupo que dice ser de una ideología determinada. Eso, cuando se confía en una ideología, que cada vez está pasando más que no se confía en ideologías, ni siquiera en programas, ni aún siquiera en promesas, sino en fraseología. En palabras que pueden caer más o menos simpáticas, pero la simpatía despertada por una frase, por un eslogan o por una persona, no es capaz de garantizar un gobierno justo. Justo como derivado de Justicia. Cada vez más los criterios son más arbitrarios y más alejados de la realidad de lo que hace el gobierno y, lo que es peor, de lo que propugnan y amenazan hacer quienes aspiran a descabalgarlo para ocupar sus puestos. Es fácil comprobarlo. Es lo que está pasando.
Hay un presidente de un partido opositor, de nombre Alberto N. Feijoo (que bien le sienta el americanismo), que en todo cuanto tiempo lleva gritando para conseguir colocarse de presidente del Gobierno todavía no hemos llegado a saber cuál es su proyecto, qué piensa hacer si llegara a ocupar la presidencia. De él solo se conocen sus fobias, aquello a lo que se opone con todas sus fuerzas. Aquello que rechaza es lo único que ha declarado, de palabra y de obra. Hasta ahora se ha opuesto a la subida de salarios y de pensiones, a las leyes de igualdad, a la reforma laboral, a la excepción ibérica, al ingreso mínimo vital —medidas las cinco que han servido para ayudar en la reactivación de la economía para todos, dicho de otro modo, han servido para vivir mejor—, se ha opuesto a las becas para los necesitados de ellas, a los ERTEs y a toda protección durante la pandemia, y sus adláteres en algunas comunidades ya han empezado sus ensayos para privatizar la enseñanza y la sanidad. Para que a una y otra sólo puedan acceder los ricos. Se ha opuesto a las leyes de igualdad, por lo que lo único que lo vemos apoyar es la discriminación.
Si Feijoo fuera elegido presidente, la responsabilidad no recaería en su partido, el PP. Recaerá en todos cuantos lo apoyen. Pues todo lo que se recuerda en el párrafo anterior es sabido de sobra porque lo han pregonado los medios de comunicación. Hasta ahora se han puesto contra todas las mejoras propuestas y si esas mejoras han triunfado ha sido porque ha habido una mayoría, formada por varios partidos, que las han impuesto. Entre ellas, recuérdese, uno de sus principales desacuerdos ha sido la subida de las pensiones, sin la cual, la mayoría de los pensionistas continuaría en la miseria. Pero en cuestión de número, los pensionistas son mayoría en el Estado español y en toda Europa. Los pensionistas deberían ser conscientes de su poder, de la posibilidad que les asiste para decidir qué personas deben ejercer el Gobierno.
Así, no se nos olvide, la mayor responsabilidad de acertar o equivocarse en la elección, corresponde a los mayores. Una responsabilidad muy seria para no tomársela en serio. El elector, el votante, tiene el deber de meditar su voto y de valorar lo que han hecho unos y lo que han hecho o han querido hacer otros. Y lo que con su oposición no han permitido hacer a los primeros. Es imprescindible hacer un análisis serio, documentado, bien razonado, antes de decidir a quién entregarle el gobierno para los cuatro próximos años. Hay quien dice que no se debe reclamar al votante, pero es justamente al revés. Cada cual debe aguantar su vela, a cada cual lo suyo y la responsabilidad toda, absoluta de lo que haga un gobierno es de quienes lo han elevado. Es para pensárselo. Los pensionistas tienen poder para decidir el gobierno y para salvar España de la ultraderecha. Tienen poder para elegir un gobierno democrático a favor de quienes menos tienen o un gobierno autocrático a favor de bancos y grandes empresas. Pero deben fijarse en los hechos, no en los exabruptos.