Jabón sevillano

Fue producto de la iniciativa, hoy se diría emprendimiento, de la familia Ribera, duques de Alcalá, una de las escasísimas familias nobiliarias amiga del compromiso industrial y la creación de empleo

Jabón sevillano. Puente de Triana, en Sevilla.

Reconocido y admirado en todo el mundo, lo recorrió casi íntegro porque era el preferido de las familias más poderosas y refinadas, incluidos los zares de Rusia. Su estela dejó sembrada la baja Andalucía de fábricas de jabón, industria ampliada a la de su ingrediente principal, el aceite de oliva y su materia prima, la aceituna. El jabón sevillano, o jabón marca Castilla, así llamado por la situación de la fábrica en la calle de igual nombre, en Triana, alcanzó popularidad mundial por su alta calidad, que lo hicieron apto tanto para la higiene general como para la personal por su aroma y su finura y delicadeza. 

Fue producto de la iniciativa, hoy se diría emprendimiento, de la familia Ribera, duques de Alcalá, una de las escasísimas familias nobiliarias amiga del compromiso industrial y la creación de empleo, posiblemente debido a su probable ascendencia morisca, tan hábil y activa, si siéndolo pudieron librarse de la persecución por el Santo Oficio. Quizá fuera su desprendimiento y su constante demostración de afectas al cristianismo les libraran de esa persecución, porque, entre otros detalles, de la familia Perafán de Ribera partió también el viaje a Tierra Santa, conocido como Cruzada pacífica.

Lo cierto es que la industria jabonera instalada junto al río detrás, precisamente del castillo de la Inquisición, elemento para la higiene corporal en la mayor parte del mundo conocido en aquel momento, merced al y las cenizas de los almarjos salvajes criados a la orilla del río. Tanto que además de extenderse su fabricación a varias ciudades del reino de Sevilla —Morón, Sanlúcar de Barrameda, Pilas y otras—, el jabón sevillano fue copiado con resultados regulares en otras partes del mundo, aunque no contaran con el mejor aceite ni con las cenizas de los almarjos, ventaja que diferenciaba al jabón procedente de las jabonerías sevillanas de todos los demás.

Uno de los lugares dónde se copió el jabón de las reales Almonas de Sevilla, fue Marsella, que aunque nunca obtuvo la calidad y finura del original sevillano, llegó a conseguir un producto de similares características que en fecha ya reciente se hizo famoso en Europa y al que los actuales fabricantes de detergentes han terminado de consagrar al nominar con ese nombre una de las variantes de sus detergentes. El asunto ha llegado a la situación a todas luces exagerada, de que hasta determinados jabones fabricados en Andalucía lleven la distinción de “al jabón de Marsella”, increíble trastocado al elevar el sucedáneo por encima del original de mayor calidad. Pero así es el poder de la publicidad y de las multinacionales faltas de la cultura suficiente para saber que el jabón sevillano es anterior y de mayor calidad que el marsellés.

Estos detalles deberían bastarnos para comprender y aceptar que las cosas no son mejores según lo lejos de dónde procedan, que la calidad de los productos andaluces no tiene nada que envidiar a los de otros lugares, como mínimo. Ese desapego a lo propio sufrido por una mayoría de andaluces, es el lamentable vicio contraído de valorar todo lo llegado de fuera como de mayor calidad que lo producido dentro de Andalucía. La publicidad y el poderío económico de las multinacionales han tenido una gran fuerza y han popularizado la marca francesa por delante de la andaluza, pero la falta de interés en lo propio es un grave problema a desarraigar de la mente de los andaluces.

Ya va siendo hora de que los andaluces tomen conciencia y sean conscientes de la calidad de lo producido en Andalucía, desde los productos del campo a lo manufacturado, desde la alcachofa o las naranjas hasta los aviones, dónde por cierto se han fabricado con patentes propias, cuando nadie en España, ni tampoco su gobierno, soñaban con una industria aeronáutica propia que sí existió en Andalucía, hasta que fue desmantelada por Franco en su obsesión por llevársela a Madrid, proyecto que no cuajó, porque la técnica, el equipo técnico y la iniciativa estaban en Sevilla, en Andalucía, no en Madrid.