Ni Estado ni fantasma

Claro que hay diferencias entre las comarcas andaluzas. Y menos mal que hay, sería muy aburrido el adocenamiento

El Día de la Bandera de Andalucía, con Paco Tous en San Telmo.
El Día de la Bandera de Andalucía, con Paco Tous en San Telmo. MAURI BUHIGAS

La réplica a “El fantasma de un Estado”, hecha con sentido positivo se agradece. Y se aprovecha con la misma buena intención: la de tener claras las ideas y transmitir esa claridad. Vamos, amor con amor se paga y en esta ocasión no es ironía, sólo una ampliación al artículo anterior. Porque, es cierto, hay gente pa tó, sobre todo cuando se trata de volver la oración por pasiva con el fin, no tanto de clarificar como de quitarle fuerza a una reflexión, porque todavía hay quienes no se han enterado, o no se han querido enterar, que la conquista la hicieron reinos inventores del oficio de la guerra y que el centrarse en ese oficio les dio fuerza para conquistar y les abrió necesidad de utilizar y consumir la producción agrícola, animal e industrial de los conquistados. Por “derecho” de conquista.

Esa es la primera gran diferencia. Habrá quien quiera argüir que como en el Estado español no hay coherencia, no hay voluntad de vivir juntos, también en Andalucía hay diferencias, de donde se deduce que tampoco aquí existe esa voluntad. Pues no iba por ahí Renán ni hablábamos expresamente de diferencias sino de enfrentamientos, nos es lo mismo, que buscar el defecto a cada Comunidad o inventarlo si no lo encuentran, no es tener diferencias, pues las diferencias son bi-direccionales pero la búsqueda y el insulto son uni-direccionales.

Cierto que en Andalucía hay diferencias: aquí están los montes más altos de la península y la red de ríos más extensa, para disfrutar con Góngora del Gran Rey, el aglutinador y mejor vertebrador de Andalucía, al Andalus, la anterior Bética y la más anterior Tartessos, extendida desde Lisboa hasta Orihuela, justamente la línea que nos identifica, nos singulariza, nos da identidad, la línea de la “h” aspirada. Eso es un elemento común. Y quien dice un río nacido en Almería que recoge casi toda el agua de Andalucía para entregarla al mar en Sanlúcar, otro elemento vertebrador es la extensión de la cultura de Almería desde Los Millares hasta el bajo Guadalquivir y su vuelta, su regreso hasta constituir Tartessos, uno de los pueblos más avanzados y el más pacífico de la antigüedad.

Claro que hay diferencias entre las comarcas andaluzas. Y menos mal que hay, sería muy aburrido el adocenamiento. Pero no es lo mismo el desprecio del norte al sur desde la supuesta superioridad que les da haber sido conquistadores, que los matices en la forma de hablar, de comer o de recolectar la fruta. Una cosa son los enfrentamientos provocados y mantenidos desde hace siglos para cimentar un sentimiento de superioridad basado en la fuerza bruta de las armas y otra muy distinta los matices que no dividen porque personalizan y demuestran la existencia de una misma cultura y una misma historia. Sí sería posible que, estirando los hechos se quieran utilizar en contra de Andalucía unas críticas tan artificiales como la división provincial, hecha precisamente para mantener el centralismo de Madrid. No es honrado inducir enfrentamientos dirigidos contra una ciudad, para disimular la ineptitud de un alcalde y un presidente de Diputación —y aquí huelga citar a Pedro Aparicio y Elías Bendodo, aunque su “predicación” no haya conseguido ocultar su inacción y por tanto su burdo intento de desviar la atención de su inutilidad culpable—.

El enfrentamiento norte-mesetario obedece a un vano sentimiento de superioridad por haber sido conquistadores. El inducido por unos políticos con sentimientos de venganza como aseguró no hace mucho uno de sus inductores, no es enfrentamiento precisamente por su artificialidad. Porque como artificial ya está en retroceso, convencidos que lo que nos pudiera separar no es perceptible ante lo que nos une. Y en especial el miedo a lo que puede significar de negativo para ellos y sus planes de dominio-centralista-mesetario, una respuesta común, de una Andalucía unida.

Este miedo es precisamente lo más doloroso para los inductores, porque dónde no hay Estado no hay fantasma y Andalucía empieza a despertar, de ahí su interés en impedirlo. Por eso buscan donde no hay para enfrentar a los andaluces aunque cada vez están más lejos de conseguirlo.

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