Ni al hablar exageramos la zeta como si fuéramos alguno de nuestros atrevidos imitadores. Es bueno que las universidades y los institutos de investigación, de vez en cuando nos confirmen lo que ya sabemos, pero que, al ser confirmado con datos científicos, se hacen indiscutibles. O casi. Vamos, discusión siempre habrá, porque siempre habrá quien quiera saber más Y quien crea saber más. Lo que no puede haber es des-confirmación de la confirmación. Aunque en esta ocasión la Universidad de Granada se quedó cortita en el muestrario, ciento cincuenta personas es una cifra “un poco” endeble, se trata de un tema tan claro que la obviedad suple a la cantidad.
En primer lugar: los andaluces no somos moros, ni nunca lo fuimos, ni podemos serlo ni lo hemos podido ser, porque moro es una actualización fonética del gentilicio mauri, que corresponde a la franja costera mediterránea de Marruecos y Argelia, antigua provincia “Mauritania tingitana” del Imperio romano. Si no hemos nacido en esa franja ni somos vecinos de ella, es imposible ser moros, igual que un nacido en Lucena no puede ser ponteño, ni almeriense, etc.
Lo segundo es de mayor calado. Se trata, no ya de algo tan elemental como “ser” o no ser (esa no es la cuestión), como de averiguar cuanto queda en nuestra genealogía de ADN norteafricano. Esto es más serio. La Universidad asegura que poco, muy poco, casi nada. ¡Qué desilusión! A ver si va a resultar cierto que hubo una expulsión y posterior repoblación, y al final somos castellanos… Los forofos de la “expulsión de los invasores árabes” estarán disfrutando como cosacos en un baile de los suyos. Como el tema es serio, seamos serios. No es que no queden rastros en nuestro ADN; es que nunca los hubo. Veamos, punto por punto:
1.- En el encuentro de La Janda (todavía algunos lo sitúan en el río Guadalete) el ejército visigodo, compuesto por unos 150.000 guerreros, se encontró con un destacamento de trescientos de a caballo, dato confirmado incluso por historiadores españoles muy españoles y mucho españoles y divulgado por TVE. Poco más o menos la hazaña de los espartanos, pero a lo bestia. Porque estos 300 no fueron vencidos y además lucharon —según la historia oficial— con un ejército de más de 150.000 guerreros, bien entrenados porque la guerra era su única ocupación. (Normal y lógico en verdaderos hombres machos. ¡Qué me dices, cuate! Que esos trescientos sí que debían tenerlos bien puestos. Lo cierto es que el rey toledano Rodericus —Rodrigo— cayó en la trampa tendida por D. Oppas, Arzobispo metropolitano de Híspalis y el conde D. Julián, gobernador de Ceuta. Esto es un golpe de Estado y no lo del 1-O en Cataluña. A ver si van aprendiendo a calificar estos aficionados. Trescientos, por muy bien pertrechados que estuvieran no son suficientes para cambiar un régimen.
2.- Pues, a mayor abundamiento, el total de los llegados durante los doscientos años siguientes entre moros, árabes, sirios, sarracenos y eslavos, fue de unos quince mil. Para los cuatro millones de habitantes que tenía la península, de ellos dos y medio en la Bética, siguen siendo muy pocos para dejar huella genética. Y encima, según el estudio, lo más probable es que se concentraran en el norte. O, con mayor probabilidad, que al menos en su mayoría fueran campesinos llegados a roturar las tierras baldías, casi desérticas, de la submeseta norte.
3.- Despejada la incógnita. Si entraron tan poquitos moros, es normal que no dejaran huella genética o que dejaran muy poca, y esa poca quedara diluida con el tiempo. Porque, a partir de la segunda generación, ya no habían moros, ni árabes, ni eslavos. En la península había béticos (andaluces), mesetarios, levantinos, lusitanos, etc. Entonces ¿a quien expulsaron los esforzados guerreros castellano-leoneses que vinieron a “salvarnos” de las “hordas invasoras musulmanas”? Si entraron quince mil, varios siglos antes de la conquista del fértil Valle del Guadalquivir, primera zona andaluza conquistada (qué porcentaje de los cuatro millones suponen quince mil), ni podía haber “hordas” ni había habido invasores a quienes poder echar. Porque los descendientes de los poquitos que habían llegado ya no eran extranjeros. Habían nacido aquí. Eran tan andaluces como nosotros. Algunos más. Que todo hay que decirlo.
4.- Entonces ¿a quien echaron los conquistadores que el “héroe” Abascal quisiera reorganizar? Recuperemos la seriedad. Ciudades conquistadas en el siglo XIII, como Córdoba o Sevilla, rondaban o superaban los cien mil habitantes. Andalucía contaba con dos millones y medio, mientras Castilla, León, Navarra, y Aragón-Cataluña juntas, no pasaban de un millón y medio. ¿De dónde podían sacar gente para re-ocupar las ciudades andaluzas, si las hubieran vaciado tras su conquista? Incluso en el caso de Granada, Sevilla y otras que no fueron vencidas, sino anexadas a la corona castellana mediante capitulación que reconocía y respetaba la casa y religión de los habitantes, el Renacimiento nos ha acostumbrado a pinturas en los que una larga fila de personas sale de la ciudad ante la mirada de los exultantes vencedores. Es el espejismo renacentista. Veamos algunas dudas:
* ¿Cómo habría sido la fila de cien mil personas, con los mínimos pertrechos?
* ¿Cuántos días habría tardado en desocupar la ciudad?
* ¿De dónde habría sacado Castilla habitantes para repoblarlas? ¿Acaso las tenía guardadas en cajitas, para sacarlas cada vez que “desalojaran” una ciudad, pueblo o aldea?
* ¿Cuántos barcos de la época habrían hecho falta para transportar ese alto número de personas a la orilla opuesta del Mediterráneo? No había flota capaz, y menos en el reino de Castilla, cuyos primeros astilleros capaces de llevar ese nombre, fueron las “Reales Atarazanas”, construidas por orden de Alfonso X.
Así que lo de expulsión y repoblación es falso. Un invento posterior, para intentar justificar la conquista y añadirle el prefijo y la “españolidad” de Andalucía, para basar sobre él el otro invento; el de que Andalucía no tiene personalidad, ni cultura, ni carácter propio, porque fue repoblada por castellanos. "Lo afirman los apellidos" decía en una ocasión un reputado antropólogo. La realidad es que, después de la guerra de la Alpujarra, zona entonces superpoblada porque mucha gente se había refugiado en la comarca huyendo de la represión castellano-leonesa, hubo varias expulsiones sucesivas. Pero no fuera de la península. Fuera de la península solamente salieron quienes se escapaban de esas expulsiones. Porque en ellas, los vecinos sacados de un pueblo o una ciudad, eran llevados a otra y puestos al servicio de un noble, del que obligatoriamente recibían el apellido. Ese es el único y real motivo por el que abundan en Andalucía los “Domínguez”, “Fernández”, “Pérez”, “Sánchez” y otros, derivados de nombres castellanos.
Así que el estudio comentado no viene mal, aunque no era imprescindible. Otro día hablaremos de los que se escaparon, de quienes llevaban sus libros y conservan las llaves de sus casas en Alhama, Cuevas del Almanzora, Los Filabres, Teba, y algunos cientos de poblaciones de Andalucía. Quince mil de esos refugiados pudieron ser agrupados para formar un grupo compacto y pacífico, y no provocar alarma en las poblaciones y se convirtieron en un ejército para el vencedor de la “guerra de los tres reyes”, en cuya victoria participaron, para terminar quedándose en la curva del Níger y regalar a la humanidad los monumentos de Tombuctú y su rica biblioteca, tan plagada de obras “musulmanas y paganas”, como “Las Moradas” de Santa Teresa, o la poesía de Fray Luis de León y la propia Biblia. Esos hogares abandonados en Andalucía por los refugiados políticos fueron los únicos a ocupar por gente venida del norte, pero no llegó a venir el número suficiente para ocuparlos todos. Algunos, abandonados, se han perdido con el tiempo.