Pendientes de la segunda vuelta

Quienes se horrorizaban de la capacidad humana para transgredir todas las mínimas razones sociales y humanitarias, unos años antes habían facilitado con su voto el ascenso de la fuerza política responsable directa de esas torturas

Un votante en Sevilla.
Un votante en Sevilla. MAURI BUHIGAS

Unos esperanzados en la segunda vuelta y otros agarrados a la primera, los resultados electorales en Francia nunca han interesado tanto al resto de Europa. Francia, la acogedora, la defensora a ultranza de la democracia, la liberal Francia, a punto de ser devorada por la rancia ultraderecha. En 1933 tampoco se lo creían, no se lo creían, pero votaron a Hitler. Después se horrorizaron, pero solo cuando ya le habían dado carta blanca. No se lo creían y cuando vieron para qué había servido su voto ya estaban asfixiados por el hedor y avergonzados. Pero, ¿no hay responsables? ¿No hay a quien reclamarles por su ineptitud, o porque cansa y aburre su doble juego? ¿O porque para soportar un gobierno de derechas han preferido con lo peor, con el extremo? En 1933 tampoco se lo creían. Publicado hace cerca de tres años, permítasenos completar este con párrafos de aquel artículo.

Lo extraordinario, lo inverosímil, lo negativo, lo nefasto, es que un partido negado a subir un poco las pensiones y los salarios a los trabajadores, mejorar el servicio de la Seguridad Social, la enseñanza y la sanidad y bajar impuestos a los de menos ingresos, defensor del enfrentamiento, de la supresión de impuestos a las clases altas, del paro, de la discriminación; que partidos dictatoriales, promotores de lo que ya podemos llamar “guerracivilismo”,  reciban el voto mayoritario de los mismos a quienes niegan una mínima subida y que a eso llamen "liberta". La libertad es la de todos o no es libertad. La supuesta y falsa libertad que conculca la de la mayoría, no es libertad. Es cinismo. Hipocresía. En 1933 los votantes del llamado “nacional socialismo”, que sería “muy” nacional, pero nada socialista, tampoco quisieron creer que ocurriera lo que ocurrió entre 1940 y 1945. Quienes aplaudían los juicios de Nüremberg y de Frankfurt contra los crímenes nazis, quienes se horrorizaban de la capacidad humana para transgredir todas las mínimas razones sociales y humanitarias, unos años antes habían facilitado con su voto el ascenso de la fuerza política responsable directa de esas torturas, esas matanzas y esa ruina. Quienes se niegan a frenar a los de la excusa en Hamás y continúan sirviéndoles armamento para seguir matando y destruyendo, bombardeando mercados, hospitales y campos de refugiados, quienes explotan el negocio de la guerra para alargarla en la propia Europa con el fin de humillar a Rusia ¿Lo podemos llamar hipocresía o servilismo a las órdenes de Estados Unidos? 

En una cosa hay que estar de acuerdo con Esquilache: el pueblo siempre es menor de edad. Por desgracia, debe añadirse. La mayoría es voluble, se deja llevar por gestos antes que por hechos, por eso es manipulable. Las cosas no siempre tienen el resultado apetecido; menos aún un solo resultado. Pero si los políticos no saben interpretar los resultados de su acción, si no saben valorar sus consecuencias, ¿qué hacen en política? Destruir siempre es más fácil que construir. En España, destruir el trabajo, poco o mucho, del gobierno, ha servido en parte para dañar al gobierno, primer objetivo de Ayuso. Y en gran parte, mucho más, para ir asentando el dominio de la extrema derecha. El pueblo es menor de edad y los políticos se aprovechan. La diferencia, siempre igual, estriba en que la derecha es más directa. Normal. En un sistema en que todos hacen política de derechas, los que se reconocen juegan con ventaja. 

En lo referente al Estado español, el progresismo lastrado en gran medida por el peso de sus "monstruos internos", por el doble juego de hacer política capitalista y mantener discurso socialista, están atrapados en su propia red. Tan solo han podido airear una corrupción de la que muy pocos están exentos, si lo está alguno, gracias a los errores y horrores de la autodenominada “izquierda” la derecha ha ido tomando impulso. Ayuso ha pedido el voto a quienes niegan el derecho a la vivienda y a un salario mínimo digno, pero, para no errar, no ha sido labor exclusiva suya: el propio Podemos, el único a quien debemos las escasas medidas sociales, ha contribuido a su ruina por sus propios fallos y por no haber sabido responder a los infundios lanzados contra ellos.

Ayuso, en cambio, ha prestado su ayuda a quienes propugnan volver a la autarquía, porque ella y su equipo aspiran a imponerla cuanto antes. Esa es su coincidencia con los guerra-civilistas. No obstante, no hay peligro, los resultados solo son extrapolables si los andaluces queremos que lo sean; ninguna razón lógica puede contribuir a ello, al contrario, Andalucía siempre ha sido progresista, original y adelantada. Nunca ha copiado ni debe copiar a nadie, pero parece que eso se acabó y ha terminado en brazos de los mayores enemigos de su despegue, su economía y el respeto a sus valores. Pero en esto poca distancia queda entre progresistas y ultraconservadores.

La política casi nunca es como parece. Eso algunos lo han entendido bien. Quizá porque en ese punto no engañan. Más grave es el discurso de izquierda y la praxis de derecha. Ha quedado sobradamente probada la maldad del bi-partidismo y la necesidad de fuerzas progresistas. Pero de las de verdad.

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