La figura, el personaje de Blas Infante siempre ha sido un problema “una china en el zapato” para la derecha, desde el felipismo hasta el extremo y para la supuesta izquierda que presuntamente es “internacionalista” mientras se respete la unidad indisoluble desde el Mediterráneo hasta los Pirineos. Es una figura molesta de la que todo lo más que saben sacar es polémica, porque no les gusta que haya quien defienda los derechos de Andalucía. Andalucía “está muy bien” siendo dependiente, que su despertar puede provocar una crisis de Estado, puede suponer un grave conflicto para quienes se sirven de nuestra, Comunidad de sus productos, de sus posibilidades, motivo real aunque no reconocido, para temer a su adormecida potencia. Desde el momento mismo en que los grupos todavía clandestinos empezaron a convertirse de forma tímida en “tolerados”, surgió la esperanza en unos y el temor para los más cercanos al poder por la posibilidad de que Andalucía despertara y exigiera sus derechos.
Eso explica que durante su mandato, el PSOE se haya dedicado a desmontar la Autonomía, a desmotivar a la gente y ralentizar la posibilidad de un despegue, y se han hecho los sordos ante el progresivo e implacable desmantelamiento de la muy insuficiente industria andaluza, han ocultado nuestra cultura bajo capas de tergiversación en pro de su beneficio y han guardado toda su energía para minorar la industria cuanto más mejor y oponerse a la existencia de un banco andaluz. Por eso también el PP, desde antes del cambio de nombre enemigos acérrimos del autonomismo, toman en sus manos los colores verde y blanco con el fin de reducirlos al más vulgar folklorismo de rebajas, por eso trabajan con interés y el apoyo de ayuseros y abascalianos en la implantación forzada de una sanidad “privada” para privar de sanidad a los andaluces y dejar reducida la autonomía a un discurso vacío, para seguir escondiendo la cultura andaluza y presentarla como sucedáneo de la española.
Para la derecha, cuanto más recalcitrante más fuerte, es muy difícil ver a Blas Infante, por tanto analizarlo de forma objetiva y ecuánime. Esa es la causa por la que unos escondieron la obra y la figura de Blas Infante, no fuera a ser que los andaluces lo leyeran y empezaran a darse cuenta de lo que se nos sigue ocultando, desde hace unas semanas apoyados en la aparente imparcialidad de un supuesto análisis, que en realidad es tan sólo mantener la doctrina del partido con disfraz de científica neutralidad, valores completamente desconocidos por sus autores quienes al final caen en su propia trampa para reconocer su lamento por el “posible deslizamiento hacia el soberanismo”.
Quien sólo ha tenido en sus manos “Ideal Andaluz”, si es que alguna vez lo ha tenido y por lo que se ve ni eso ha llegado a leer entero o ni siquiera lo ha entendido, se permite el lujo de interpretar toda la obra de un autor, por supuesto enmarcado en su tiempo, pero con una gran capacidad indiscutiblemente demostrada en esa obra que el abascalianismo no ha sabido ni ha querido asumir, ni será posible nunca su asunción, y lo más claro que se puede desprender de su “declaración de intenciones” es su temor a que el andalucismo conduzca al soberanismo. Es el miedo eterno de la reacción a que Andalucía pueda ser dueña de sus recursos, de su pasado, de su cultura, de su economía, la que todos los gobiernos españoles han venido sustrayendo, disminuyendo para reducirlo a un campo inutilizado por la UE, al incumplir conscientemente la PAC y consentir la competencia desleal con productos agrícolas de terceros países a cambio de mejorar el mercado de bienes de equipo, maquinaria y armamento de los estados más ricos de la Comunidad.
Ser soberanos es ser dueños de nosotros mismos, es poder decidir por nosotros, es mantener la propiedad de nuestros recursos, es, por ejemplo, no enviar a Egipto nuestras fábricas de azúcar para obligarnos a comprarla al Reino Unido, ni nuestra leche a Francia; es tener capacidad para negociar con otros en absoluta igualdad, sin la losa de una política marcada por los gobiernos españoles desde hace doscientos años en solución de continuidad, para imponer por la fuerza intereses ajenos e ignorar la legitimidad de los nuestros.
A eso, al despegue económico, social y cultural de Andalucía, teme el “mundo” ayusero-abascaliano. Para eso sacan un remedo de estudio demasiado escorado a sus intereses de partido para que se le pueda llamar estudio.