Henry Miller dijo que "el destino de nuestro viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas". Pienso bastante en ello pues, como le ocurre a Michael Palin, cuando se te inocula el virus del viajar sabes que permanecerías infectado el resto de tus días. Viajar es aprender. Cuando vas sumando años y millas recorridas, son ya muchas las cosas extrañas con las que una se ha topado. Y como aún no he estado en todas partes, pero está en mi lista, espero seguir encontrándome con ellas durante mucho tiempo más. Uno de los momentos más surrealistas que he vivido fuera de España está relacionado con una cámara desechable. Recuerdo muy bien cómo, a mis veintipocos, visité por primera vez la ciudad del Vaticano. Como casi todos hacemos al viajar a Roma, se suele reservar un día para los Museos Vaticanos y la basílica de San Pedro. De mi primera vez en la ciudad-estado más pequeña del mundo ―apenas 0,4 kilómetros cuadrados de superficie― recuerdo la majestuosidad de su arquitectura y la sensación de estar en el centro de algo que para muchos trasciende lo terrenal. También recuerdo no haber visto jamás tanto suvenir ni tanto cura junto. Fue precisamente en una de las innumerables tiendas de regalos cuando me topé de bruces con el surrealismo meticulosamente etiquetado: allí, en medio de tanta miniatura del ‘papamóvil’ y de tanto rosario de saldo, se vendía una cámara desechable con el escudo del Betis. Desconozco cómo llegó hasta allí ni por qué el vendedor consideraba que podía ser un buen reclamo, solo sé que su dueño era italiano y que aquello se podía comprar. Cosas que pasan cuando ves mundo y el mundo te devuelve la mirada.
Estos días, por razones obvias, mi mente ha vuelto al Vaticano y a aquella cámara desechable que no compré pero que me ha hecho sonreír tantas veces cuando ha vuelto a mi memoria. Y es que, al parecer, hay una rocambolesca coincidencia entre ambos mundos. Resulta que en los años de los últimos dos títulos que ha conseguido ganar el equipo bético se ha muerto un sumo pontífice. En 2005, cuando se alzó con la Copa del Rey en el Vicente Calderón frente a Osasuna, hacía solo dos meses que Juan Pablo II había fallecido. Y en 2022, cuando se volvió a hacer con el mismo título ante el Valencia en el estadio de La Cartuja de Sevilla, murió Benedicto XVI. Y para rizar aún más el rizo, apenas un año separó el primer triunfo copero del club de Heliópolis de la muerte del papa Pablo VI en el verano de 1978. Casualidades que rellenan páginas de entretenimiento en los diarios digitales y fomentan el clic, pero que a mí me han traído de nuevo la imagen de una cámara desechable con un escudo verde y blanco en tierras vaticanas.
Quién sabe si este año se volverá a repetir la historia. El Betis está clasificado por primera vez para las semifinales de una competición europea, pero, eso sí, como el rival a batir para llegar a la final es italiano, me da a mí que debe de tener algo más de enchufe papal. Ya se verá. El caso es que viajando se aprende de todo y de uno mismo, que hay sentimientos que traspasan las fronteras y pasiones un tanto inexplicables. Como inexplicable resulta que los compañeros de la prensa deportiva fueran capaces de dar con el vínculo entre los decesos papales y las copas del Betis, pero así ha sido. Cosas que pasan cuando uno viaja o cuando uno se dedica a escribir. Y el mundo pasa delante de su objetivo.