De Cancún a Gaza, pasando por Ucrania

Nada nos alcanza para seguir inflando las palabras de impostado gigantismo, al mismo tiempo que se olvidan las consecuencias de nuestra actitud

Los niños de la guerra de Ucrania.
Los niños de la guerra de Ucrania.

Si recordamos a Emmanuelle Kant y su Paz perpetua, nos daremos cuenta de que, sin necesidad de cumplir con sus dictados, sin necesidad siquiera de estar de acuerdo con él, ignoramos gravemente su pensamiento y el de todos aquellos que rogaron a los gobernantes usar de un sentido común que causara bienestar a los suyos sin destruir a los otros.

No falta por advertencias ni propuestas la posibilidad cierta de causar la paz en lugar de la guerra. Vuelve a ser, una vez más, repetición extenuante que el Estado de Israel, y no el Estado judío, porque es el Estado de Israel, del mismo modo que sería el Estado de India, y no el Estado hindú, quien no se respeta a sí mismo respetando la Ley, como haría un Estado adulto, sobrio y cumplidor. Más aún, el Estado que más cerca está de representar a las víctimas de la Soah, el único, debería difícilmente actuar como viene haciéndolo desde hace tanto tiempo, aunque en especial en este momento.

No, no soy antisemita, todo lo contrario, ni anti Israel, de ningún modo. Como no soy anti palestino ni anti Palestina ni anti musulmán. Recordar ahora a Hannah Arendt me hace daño, me lastima y me duele: la banalización del mal, y nadie lea entre mis palabras nada que se parezca a una comparación. No la hay, disculpen. La fría exterminación industrializada del otro no se dio, hasta donde conozco, excepto en la Alemania nazi. Lo más parecido podría ser la Unión Soviética de Stalin, pero permitan ahora que pare con los ejemplos de semejanzas, que no de identidades, que hay más.

Cancún no existe porque su terremoto, del que apenas alguien se enteró, fue por causa natural, aunque su devastación, saturados como estamos de devastaciones varias, no termina de alcanzarnos. Se comprende, sin duda. Ante el Palacio de Gobierno, en el Zócalo, se han congregado hoy en campamento para pedir mejor agilidad en las ayudas imprescindibles. El día antes marcharon, parece que ocho mil personas, por un alto el fuego en Gaza hasta la misma Casa de Gobierno del Zócalo.

Pero no es solo Cancún, cuyas imágenes satelitales presentan una destrucción semejante a la de una guerra. Ucrania viene pasando a segundo plano, como ya dijimos sin profetizar, mediante una cronificación que traerá mayor y mayor destrucción, así como nuevos peligros.

Ayer pude ver una película que en su momento no pude ver por motivo de edad, El hombre que vino de las estrellas, 1976. No sé si la recuerdan ustedes, yo se la recomiendo vivamente, aunque considero cierto que unas tijeras al tiempo del filme le vendrían más que bien, jajajaja. Es una de esas películas, sin embargo, de cuando se hacían películas sin pensar en los viejos miedosos, tuvieran la edad que esos viejos quisieran tener. ¿El tema? ¿El agua?

Y sí, también. David Bowie, permitan, llega a la Tierra desde el planeta Anthea. Ya este nombre es un sutil apunte surrealista, dado que Anthea no solo era una de las Gracias, siempre cubierta de flores, sino adorada en los pantanos. En Anthea se hubiera agotado completamente el agua y David Bowie hubiera caído en Nuevo México en busca del agua que transportaría a su planeta natal en naves espaciales. La película, antes la novela en la que está basada, trata la misión de Bowie con los mismos rangos de surrealismo que todos los demás aspectos de la vida cotidiana, compleja y destructora, relegando el problema del agua a un plano donde desaparece, igual que todos los demás temas, y donde queda simplemente una sociedad enajenada.

Recuerden la fecha, 1976. La novela, de Walter Tevis, de 1963. El agua, ya desde 1963, queda relegada como necesidad básica por todo lo demás que ocupa a una sociedad que no sabe establecer jerarquías de importancia. Se habla del agua, abundante en esta Latinoamérica, pero envenenada o peligrosa para la salud; se habla del clima y las catástrofes; se habla de la guerra como el infierno. Nada nos alcanza para seguir inflando las palabras de impostado gigantismo, al mismo tiempo que se olvidan las consecuencias de nuestra actitud. Luego dejamos que los negacionistas nieguen lo evidente, y nos encogemos de hombros para volver, así, a renunciar a nuestra responsabilidad. Antisemitas que ahora prefieren sostener la insostenible actitud del Estado de Israel. Nada, por cierto, y digo nada sin equidistancia ninguna, justifica el ataque de Hamás contra Israel del 7 de octubre pasado.

La vida de personas civiles, viejos, mujeres, niños, etc., y no de combatientes, suele ser uno de los primeros objetivos de esos generales copiosamente condecorados hablando de la sagrada patria. Ya sabemos por qué estamos con la matria. También sabemos que un Estado, cualquier Estado, debería ser la garantía del cumplimiento del Derecho.

 

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