Es la obra de Eugenio de Andrade (Póvoa de Atalaia, 1923 – Lisboa, 2005) una de las cimas de la poesía portuguesa del siglo XX, celebramos el nuevo año con el centenario de su nacimiento y nada mejor que volver y tratar con los hermosos versos que nos legó este gran poeta portugués. La mejor poesía de nuestro tiempo traza siempre un singular signo sensible, una reintegración a las palabras de su riqueza perdida.
"La mano que entregaba a la tuya las primeras señales del verano ya no sabe el camino -es como si en vez de aprender fuese cada vez más y más ignorante. O ignorar fuese todo el saber"-.
Eugenio de Andrade es un poeta de lo luminoso, de la comunión y la claridad, lleno de transparencia, poeta del asunto amoroso en su raíz que irradia hacia todos los elementos de la naturaleza y la vida con pasión y conocimiento, enlazados a la palpitación honda.
Del paisaje, el verano, el mar, los cuerpos, el gozo y la derrota, se diría del gozo y alegría porque sus latidos y su mirada están a través del impulso erótico hasta en los matices de la luz, el temblor de las cosas en la tierra. La primera luz que revela la intimidad del placer, también su paisaje de desierto con los espejismos del amor, como si brillara en una vida huida, pero devueltos por su voz como un lenguaje perdido que afirma en su horizonte epifanías visuales y carnales, los perfiles de la frontera.
"Te quema la memoria de la noche anterior a la palabra, te quema la sal de la boca que te mordió antes de besarte".
El rastro de un pasado inmemorial de la poesía, la certeza extraña del cuerpo de la ausencia reflejado en el cuerpo del mundo, devolviendo un lenguaje de elementos universales. Así nos define los puntos de una sensibilidad como ejes luminosos sobre los que gira la presencia de la vida y la naturaleza en todos sus asuntos, versos penetrantes y sonoros de fuerza y extrañeza, de la claridad del sentido y la amplitud de los límites del encuentro:
"Es otra vez la música, es otra vez la música la que me llama otra vez ese esplendor casi animal, el que me busca y conmigo se hace alma o primera mañana en las arenas". Escritura de gran fuerza poética que transmuta su naturaleza, dando cobijo a los bienes de la vida, donde el sueño carece de final, "donde dormir, donde extender el cuerpo sobre otro cuerpo".
A veces el ritmo activa una secuencia y expresividad que trata una visión muy carnal, de símbolos levemente homoeróticos, de un amor muy físico, brevedad de una mirada profunda y musical. Una obra magistral que celebramos donde está la presencia luminosa de Whitman o Wallace Steven, San Juan de la Cruz o Juan Ramón Jiménez.
La experiencia del retorno a la naturaleza y lo vivo que nos transmite Eugenio de Andrade es de veras notable. Versiones de la memoria de la luz, escritura abierta a la intemperie desde la soledad inicial a la comunión que alzan o cavan los sentimientos, ese espacio al fin de la gran poesía donde reconocemos nuestra mirada.
"Dadme un verano más, un verano del sur, un verano de tórtolas trémulas de celo, de porosa alegría, de luz barrida por la cal; dadme otro verano junto a la sombra del patio donde el rumor del pozo asciende hacia las ramas; un verano limpio como el cielo de la boca; más dentro, más hondo. O por fin el silencio. Cayendo a plomo".
Traducción de algunos versos: José Ángel Cilleruelo y José Luis Puerto.