El uso de metáforas y analogías en la historia de la ciencia ha sido prolífico, fértil y necesariamente inevitable. El conocimiento humano es evolutivamente analógico, opera siempre con imágenes de lo conocido para aproximarse a lo desconocido. Todo es como un “como si” mimético. Sin comparación no hay creación. Toda invención es una cierta forma y grado de inversión de algo ya sabido. Así opera la evolución en la selección cultural. Las mutaciones meméticas son como las mutaciones genéticas, obra de ciertas formas defectuosas de copias que por azar o por presión selectiva del medio, se concretan en cambios culturales que finalmente superan las barreras selectivas.
En la selección cultural tampoco hay grandes saltos ni creación desde la nada. La historia de la ciencia no va a ser en este sentido una excepción y la lógica analógica de las metáforas es el guion que secuencia las etapas del desarrollo del conocimiento científico. Tampoco es ajeno a esta lógica la historia del arte, aunque la mística del genio creativo pretenda negarlo bajo la apariencia de una incorrecta interpretación de lo sublime kantiano.
Una vez reconocida la utilidad y necesidad ineludible de la metáfora en ciencia, es necesario también reconocer los límites y los peligros de ciertas metáforas. Porque hay analogías que si bien en los primeros momentos pueden ser útiles para desbrozar lo que en ese instante se antoja como un confuso camino cargado de maleza incomprensible, su persistencia en el tiempo puede desviar y confundir más que iluminar. Es más, una mala metáfora puede ser como una señal torcida que nos desvíe la atención hacia un camino sin salida. O algo mucho peor; hacia un camino donde no queríamos ir.
Este creo que es el caso de la celebrada metáfora entre el cerebro humano y computadora artificial. De partida hay que decir que la metáfora nace ya lastrada por el dualismo, que erróneamente se atribuye a Descartes, entre mente y cerebro. Descartes es un materialista que usa la idea de la mente como metáfora para nombrar aquello que todavía no tiene nombre de la cognición humana, trasciende las fronteras del órgano específico y denota la unicidad integral de la cognición humana, que es una propiedad emergente del organismo y no una cualidad específica de ningún órgano. El sujeto del pensamiento no es el cerebro sino la mente. Formas de hablar balbuceante cuando huimos de la teología, el alma, y todavía no podemos describir la complejidad de la neurofisiología de la cognición humana y animal.
El ofuscamiento, no atribuible al genio francés, en esta primera metáfora cartesiana en lo que se llamó dualismo, y que aún hoy perdura; es donde comienza el desvarió de la analogía entre cerebro y computadora. En realidad la metáfora actual no es entre cerebro y computadora sino entre la mente y la computación actual. Doble traición a Descartes no solo reduce la mente al cerebro sino que reduce el cerebro natural en su enorme complejidad al paupérrimo cerebro artificial de la computadora. Si Descartes habló de la mente es exactamente para decirnos que no era solo el cerebro el responsable del pensamiento. Los ideólogos transhumanistas de la IA hablan paradójicamente de cerebro artificial para decir que el conocimiento humano es menos aún que el cerebro biológico.
Ciertamente Descartes no era cartesiano al igual que Maquiavelo no era maquiavélico y Marx no era marxista. Los grandes pensadores no se siguen a si mismos porque eso sería como perseguir o huir de tu propia sombra. ¿Y por que subsiste con tanto vigor el dualismo? La conjura teológica está detrás. Pasar de mente a alma supone un salto leve y fácil. Lo importante aquí no es el significado semántico de los términos de la dualidad sino la permanencia de la dualidad misma: no somos los que somos sino algo más de lo que somos. El gozne transcendente del dualismo, que no trascendental que es exactamente lo contrario, es lo relevante en la ontología política conservadora moderna.
Como trasunto de la metáfora dualista aparece la actual analogía entre cerebro y computadora, que tanto éxito ha tenido desde el comienzo de la ciencias de la computación en la segunda mitad del siglo XX. ¿Por qué el conocimiento humano no es un computador? Para responder a esta pregunta hay que determinar antes quién es el sujeto cognitivo, quien es el que piensa. Les propongo un simple experimento mental: desmontemos, pieza a pieza, la cognición humana. Vamos aislando partes y vemos si por sí mismas son capaces de pensar o conocer. Primero aislamos una neurona, la unidad básica del procesamiento celular del sistema cognitivo humano. Evidentemente la neurona ni piensa ni se piensa (conciencia). Tomemos las redes o asambleas de neuronas. Tampoco. Luego el mismo cerebro aislado. Nada. Después separamos el sistema nervioso central, la reacción no es más estimulante. Y así hasta llegar al organismo individual. ¿Piensa algo un hombre o una mujer aislados desde el nacimiento? La experiencia de los niños lobo nos lo dice. Piensan como homínidos lobo. Pero incluso la humanidad como especie si la disociamos del entorno metabólico, ¿es capaz de pensar? El sujeto de la cognición humana es el metabolismo social: es decir la interacción activa entre la especie y el entorno.
¿Puede una computadora reproducir la enorme complejidad del metabolismo social? De momento está muy lejos de ellos y ni siquiera este ambicioso objetivo se encuentra entre sus metas programáticas originales. Establecer como objetivo ingenieril la mímesis artificial de la cognición del metabolismo social humano es una meta imposible de la misma naturaleza que alcanzar en un momento dado la línea del horizonte: la aproximación al horizonte es siempre asintótica. Una IA idéntica a la cognición del metabolismo social ya no sería idéntica, porque la misma IA habría ampliado la complejidad del metabolismo social. Si repasamos la historia del computación veremos que ni Cantor, ni Hilbert, ni Gödel, ni siquiera Turing tenían en su programa de investigación ese objetivo.
Y es en ese momento donde aparece la figura del demonio capitalista a modo de diablo cartesiano o demonio de Maxwell. Un agente que manipula la percepción de las realidad con el objeto de confundir al sujeto, y para ello fabrica objetos ilusorios para asentar una fenomenología basada en la creencia de que los sentidos nos engañan y que las limitaciones físicas no son reales. Este es el demonio capitalista que nos hace creer los cinco mitos del discurso actual sobre la IA y que tan bien describe Larson en El Mito de la Inteligencia Artificial.
Estos mitos son los siguientes: (a) La absoluta novedad de la misma, (b) la irreversibilidad de su desarrollo actual, (c) la equivalencia con la cognición humana, (d) La neutralidad ideológica y axiológica de la IA y (e) la inminente superación del cualquier forma de cognición natural a cargo de la Inteligencia Artificial General.
En contracte con los mitos transhumanistas de la IA vemos que la mejor evidencia científica disponible nos indica la enorme distancia que hay hoy entre la inteligencia del metabolismo social y cualquier modelo de IA por mucha potencia computacional que pueda adquirir. Retomamos de nuevo la senda fértil del experimento mental y representamos la inteligencia general como un circuito con sensores de entrada (P) y dispositivos de procesamiento (D) y puertas de salida (S). Los sensores de entrada (P) son ecológicos y muchos más complejos que lo sensores de entrada de la IA. Mientras que la complejidad de captura de información en la del metabolismo social es ecológica, en IA es mecánica iterativa. En D el procesamiento del metabolismo social es naturaleza emerretista orgánica en IA es monótona probabilista, en el mejor de los casos. Y por fin en la fase S, el resultado son conductas o respuestas simbólicas en el metabolismo social y conductas monótonas, predecibles y entrópicas en IA. En definitiva entre la inteligencia del metabolismo social y la inteligencia de los modelos de IA hay una asimetría de complejidad inconmensurable a efectos prácticos finitos.
El objetivo del demonio capitalista es imponer el retorno del imaginario impolítico ¿Qué es la impolítica? No me refiero aquí a la expresión usada por Esposito para referirse a los límites externos de la acción y el discurso político moderno. No, se trata del gobierno de lo inhumano. De volver bajo los ropajes de la semántica tecnológica y supuestamente científica al dictum de la teología política: Expulsar al poder político de la sede de la soberanía popular. El discurso transhumanista sobre la IA es teología política postmoderna. Del caos relativista postmoderno solo era posible salir mediante un golpe de fuerza autoritario. A esto es a lo que conduce el pensamiento débil. ¿Y dónde está hoy esa fuerza que se opone a la racionalidad democrática? En la tecnocracia revestida, camuflada, de lenguaje tecnológico digital.
El abuso del metáfora del cerebro es el típico uso oportunista del demonio capitalista para restaurar la lógica oligárquica y acumulativa. La ideología de IA es el enésimo intento de negación de la ley de hierro del capital: la tendencia decreciente marginal de la tasa de beneficio. En definitiva el uso de las enormes capacidades tecnológicas de la computación actual y futura para seguir recuperando la plusvalía. La búsqueda obsesiva de la plusvalía como único programa evolutivo de la especie, presupone la desigualdad social creciente y es del todo incompatible con la democracia. Por eso se trata de reconstruir un nuevo lugar para lo impolítico.
No, no hay ninguna computadora que sea como un cerebro, ni hay ningún cerebro que sea una computadora. Podrá, y ya hay, computadoras que almacenen más memoria y procesen más velozmente que cualquier ser humano como ya hay aviones que vuelan más rápido que cualquier individuo animal. La predicción de hay, o habrá, inteligencias no naturales es tan improbable o inverificable como el dogma trinitario o el misterio de la transubstanciación, pura quincalla teológica. El dictum que convierte una prescripción social normativa en una predicción científica, es un dictum político autoritario y como tal hay que combatirlo y responderle.
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