El charrán y el Tico Tico

Los días de lluvias sólo pasean por allí, o corren, los sistemáticos, la gente emprendedora que disfruta con la superación

Paco de Lucía interpreta el 'Tico Tico'.
Paco de Lucía interpreta el 'Tico Tico'.

Es fama que las mañanas de lluvia son una peripecia muy amena para el paseo. Paraguas, chubasquero, calzado, ruta, cacas de perro... sí, esos regalitos del mejor amigo del hombre que por las calles de Algeciras, estrechas e irregulares, proliferan con la lluvia. Surgen como hongos que explican muchas cosas de la calidad vecinal. Se huye entonces de la zona minada buscando la amplitud del Llano Amarillo, o como lo quieren llamar ahora, el Lago marítimo.

Los días de lluvias sólo pasean por allí, o corren, los sistemáticos, la gente emprendedora que disfruta con la superación. Los timoratos se reservan para cuando brille el sol y su trote gane ante la multitud. También las enormes grúas del Puerto encaran el futuro en un día como este.

Yo iba a mi aire, un tanto despistado, justo el día después de dar fin a una empresa de siete años de estudio. Una empresa que he afrontado como fundamental para el devenir de los españoles pero que, en realidad, va derecha al destierro de una biblioteca universitaria. En cualquier caso, la otra mañana, bajo esos nubarrones románticos y con la lluvia fina de costado, tuve un momento sublime escuchando el Tico Tico y observando al charrán.

En la grabación de 1969 Paco de Lucía alterna la técnica del picado y del arpegiado de forma virtuosa. La melodía asciende y desciende como en una montaña rusa. Mi ánimo empieza entonces a elevarse sobre este enlosado el Llano amarillo ahora pulido por la fina capa de agua. Y justo en ese momento, delante mía, un charran aparece dibujando lazos sobre el agua, a unos diez metros de altura. Su vuelo ágil y preciso evidencia maniobras de caza. Su cabeza gacha persigue un destello bajo el agua. Hace un amago de descenso pero aborta inmediatamente. Prefiere asegurar. Mientras el Tico Tico no cesa en mis auriculares ora el picado ora el arpegiado, el charrán por fin ve el momento y se lanza contra su presa con el pico largo taladrando el aire húmedo. El ave se sumerge un segundo en el agua y sale triunfante como Paco de Lucía cuando termina la pieza y libera las manos de la guitarra candente y se yergue frente al público.

Le viene a uno en esos momentos un ardor andalucista que quisiera contagiar a todos sus conciudadanos, pero, los vehículos en retención sobre el asfalto mojado, los semáforos alternantes e indiferentes, e incluso las cacas de perro que se disuelven bajo la lluvia y vuelven a surgir espontáneamente aquí y allá, le salvan a uno de estas heroicidades suicidas y colectivas.

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