Hace unos cuantos años, siete u ocho, el editor (a la sazón Marcos de Miguel) de uno de mis malhadados libros (El ajedrez de la filosofía, Plaza y Valdés, 2010) me propuso que le echara un vistazo a una página de internet (dependiente de alguna revista filosófica con algún nombre griego de esos que sirven para dar más empaque a la cosa) en la que los autores entraban en contacto con sus lectores. Yo puse cara de hoz que pregunta más que siega, pero hice caso porque la vanidad es consustancial al oficio de escribir, de tal forma que me avine a curiosear por la misma con el propósito de hacerme una idea de por dónde debían ir los tiros si me decidía finalmente a participar.
Me encontré entonces con que mi admirado Jordi Gracia había participado en la sobredicha página comentando diversos aspectos de una biografía de José Ortega y Gasset que acababa de publicar (Taurus, 2014). Hubo uno que me interesó en particular, pues invitaba a cierto reto: un cabo suelto. Y es que confesaba no haber sido capaz de averiguar la procedencia del famoso latinajo que Ortega y Gasset puso a continuación de aquel chirigotero pensamiento de juventud que tanta fama le ha dado, pero que por hacer caso al mismo tanto tiempo le hizo perder: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. En efecto, Ortega remitía a la Biblia para decir de seguido Benefac loco illi quo natus es, lo que significa más o menos “Beneficia aquel lugar en que has nacido”. Jordi Gracia especulaba sobre ese enigma y llegaba incluso a decir, al no ser capaz de referenciarla, que era una cita inventada.
En otras palabras, un devaneo de Ortega que nadie se tomaría la molestia de comprobar. Bueno, pues aquí estaba el reto y me olvidé de otros propósitos para fastidio de mi editor. Y, en efecto, no hay forma de encontrar en la Biblia (yo armado con mi Vulgata) la cita en cuestión, pero de ahí a que fuera inventada... No podía ser: Ortega no solía dar puntadas sin hilo. De hecho, no tardé mucho en dar con la tecla. Me parece que lo conseguí entre una de las clases de gimnasia y la siguiente de cultura clásica con que por aquel entonces (los filósofos valemos lo mismo para un roto que para un descosido) intentaba infructuosamente que no me desplazaran de mi centro por falta de horario. Por no cansar: que solo hay que ir al Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz para darse uno cuenta de que el 29 de diciembre de 1810, José Mejía Lequerica (1775-1813), político criollo ecuatoriano, diputado suplente por Quito, pronunció un encendido discurso donde podemos leer: «Sin pensarlo, me hallo, Señor, en mi Patria especial. Pero ¿cómo he de olvidarme del lugar de mi nacimiento si el Espíritu Santo me dice. Benefac loco illi in quo natus es? ¡Cuán lamentable es su estado!» (cf. Eduardo Roca Roca, «América en el ordenamiento jurídico de las Cortes de Cádiz», Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Granada, 1986, p. 99; asimismo, en la dirección electrónica app.congreso.es/est_sesiones, p. 254). Después, por mor de obtener algún otro indicio, un vistacito a las Obras Completas de Ortega, para comprobar más que nada si había alguna otra referencia.
¡Eureka! Las Cortes de Cádiz dan nombre precisamente a un artículo de 1912, es decir, poco antes de publicarse las Meditaciones del Quijote (1914). Consideré el misterio finiquitado. Ni corto ni perezoso se lo hice saber a Jordi Gracia, con el que crucé un par de amables correos, donde conseguí que envainara su hipótesis de la invención aunque siguiera porfiando sobre el hecho de que Ortega la “remontara tan alto”. La verdad es que a eso ya no me sentí obligado a contestar, satisfecho de haber resuelto un problemilla de cien años. Pero la satisfacción nunca tiene colmo, así que, ahora que lo pienso, el misterio continúa. ¿De dónde tomó aquellos latines Lequerica? ¿De alguno de sus estudios de gramática, de teología, de leyes, de medicina? Solo sabemos que los hizo depender del mismo Espíritu Santo, el cual, como es sabido, en cuanto le dan un pito de carnaval, sopla donde quiere. Spiritus ubi vult spirat.
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