Ir al contenido

Una ciudad es una cosa que se inventa

Hay tanta ficción como verdad en un lugar como uno quiera. Un paseo, una conversación, un recuerdo, la calle larga. Tienen la misma consistencia que un azucarillo

03 de enero de 2025 a las 07:58h
Una persona camina por una calle del centro de una ciudad andaluza.
Una persona camina por una calle del centro de una ciudad andaluza. MANU GARCÍA

Me gustaba comprar el pan en la panadería debajo de mi casa. Eran de un pueblo y venían a la capital todas las mañanas. Me acercaba con el perro algunos días. No todos. Esperaba a que la cola amainase. Otros, sin mucho tiempo, pasaba al supermercado a comprar pan congelado. Pero los días buenos, los que a mí me gustaban, eran en los que podía esperar, poner la oreja y escuchar a los vecinos hablar entre ellos. Que se quejaran del perro olisqueándoles las manos. Que lo acariciaran. Excusarme. Sentir el calor del horno acercándose cuando avanzaba. La sonrisa de la panadera, breve, profesional. Pero cercana. Del barrio

Me gustaban también algunos bares. He topado mis noches por muchos. Los que había. He dado propinas de más. Y he dejado a deber en un despiste y he pasado otra vez a la noche siguiente. Ni mucho, ni poco. He abrazado, me he enfadado, he besado y me he reído. También quedado en blanco mirando un punto fijo. Algunos los echo de menos. Otros dejé de ir por cuenta propia. Otros por cuenta ajena, para no encontrar caras que ya no tenían que ver conmigo, ni yo con ellos. 

Algunas calles han sido casi una patria chica. Esquinas, soportales, bancos, farolas. También allí he buscado la intimidad con alguien o conmigo mismo. Igual, a veces, mirando en blanco un punto fijo. Una vez me dieron de hostias. Les hizo gracia que no tuviera un duro después de la paliza. Pero en la mayoría fue un cobijo frío, un cigarro bien echado. Un lugar que pareció, en ese preciso momento, expresamente fundado como lugar para una conversación a tiempo, una confidencia, un calentón o, pasado el tiempo, un recordar, no sé, cosas en esas calles que antes ejercieron de calles distintas siempre, en realidad, siendo la misma. 

Uno la ciudad se la inventa. Me lo repito algunas tardes. Es algo que, creo, la mayoría se da cuenta cuando pasa el tiempo en un mismo sitio y un día sin querer se siente otro e intenta hacer la vida de nuevo en el mismo sitio. Arranca las páginas de un cuaderno del que no sabe las páginas, se le quedan las marcas de papel en las hebillas y, sin embargo, sigue escribiendo. Lo que un lugar significa, se desvanece con la facilidad de un azucarillo. Hasta las casas, en las malditas casas de una ciudad de provincias se puede repetir vivencia y cambiarles el nombre de un día para otro.

Hay un bloque en mi ciudad que me obsesiona. En momentos diferentes, en el primer piso tuve una pareja, en el segundo se echaban las fiestas mis compañeros de clase en la Universidad, en la tercera vivieron amigos íntimos, con los que, sencillamente, en un sofá, pasábamos las horas mirando al techo. En los tres pisos, en realidad, aunque de muy distintas formas, miré al techo. La broma sentimental, en todo caso, estuvo en el momento de llamar al telefonillo, subir las escaleras y hacer como si no pasara nada. Como si no estuviera yo siendo infiel, de alguna manera, con todos ellos. 

La panadería ha cerrado. Algunos bares, ahora, son nuevos bares. De entre esas calles, incluso, cayeron en obras y hasta les cambiaron las fachadas. Ni se las reconoce. Ya nunca voy a ese bloque de pisos. Allí no vive nadie que conozca. Le cae a uno, en cualquier caso, la esperanza de que en todos esos lugares algo ha dejado de sí mismo. Una marca, un rallajo en el suelo, en la pared, un poco de alma, un átomo de aire. Nada tenía que ver, entonces como ahora, con nada físico. La ciudad se inventa y como ficciones de uno se transforman y viven y mueren como los libros que ya no lees, como las cosas que escribiste y ya no sabes dónde están. Es fácil pensar en ellas como cotas de una vida mejor que ya no se puede repetir igual, como todas las vidas mejores, que nunca uno las ve. Se las inventa. Y mejor no repetirlas igual. Sobre todo, por aquello de no decepcionarse con los relatos de uno. Es mejor no escarbar en eso. Mejor crear. Nuevamente. Como un Sísifo que pasea. Como un flâneur desquiciado que sigue buscando otra conversación, otro recuerdo y paisaje en la misma calle larga y espesa. Insistir. Estoy buscando panadería nueva. A ver si hay suerte. En el supermercado no dejan entrar al perro.

Lo más leído