Canta la canción popular del dúo Benítez y Valencia:
Yo quiero que a mí me entierren
como a mis antepasados.
En el vientre oscuro y fresco
de una vasija de barro.
Yo la escuchaba con veinte años y me gustaba. En aquellos tiempos, incluso antes, me interesaba el tema de la posible vida después de la muerte. Leía todo lo leíble sobre el tema. Sin embargo, no me interesaban los cementerios. Iba cuando me obligaban a ir para ayudar a algo, a algún entierro por compromiso y poco más. Aunque pensaba en en el más allá de la muerte, jamás pensé en el más acá, en qué hacer, cómo cantaba Ana Belén cuando decía:
La muerte siempre presente nos atenaza, en nuestras cosas más cotidianas y al fin nos hace a todos igual.
Me enfrenté a toda la cotidianidad de la muerte de una manera brutal: a través de la enfermedad que se llevó en primer lugar a mi madre y a mi hermana. Fueron muertos de la antigua normalidad. Con su velatorio, su funeral, su duelo. Sus ritos. Su soledad.
Pero la tuya, papá, esa sí que me descolocó. Te llevó la sospecha de Covid-19, aunque tu placa de pulmones decía claramente que el coronavirus te los había convertido en una piedra. Moriste en la nueva normalidad. O sea: solo. Sin poderte acompañar. Ni velar. Ni enterrar. Ni nada. Como un aterrador ‘vuelva usted mañana’ de Larra, me dijeron ‘venga usted la semana que viene por sus cenizas’.
Jamás, papá, pensé que tus cenizas pesaran tanto. Que sensación salir aquél mediodía, solo, del tanatorio con tus cenizas en una bolsa
Jamás, papá, pensé que tus cenizas pesaran tanto. Que sensación salir aquél mediodía, solo, del tanatorio con tus cenizas en una bolsa. Con un pánico a que te me cayeras y te me rompieras en mil pedazos. Como el que llevaba un secreto, subí desde el garaje a casa y te coloqué en un mueblecito. No a la vista. No escondido. Porque papá ¿qué hacía con tus cenizas?
No podía llevarte al cementerio, estaba cerrado. Eran los momentos más duros del confinamiento. Quedaba poco para terminar. Bueno, pues cuando pase todo te llevaré con mamá, que era tu voluntad.
Llegó el día de la libertad. Pregunté al cementerio y me explicaron las gestiones que tenía que hacer para llevarte. Pero no te llevé. Algo en mi interior me decía que no te llevara. Me había acostumbrado a tenerte en casa. Llevarte era como si te abandonara y te dijera adiós del todo. Pero no te quería decir adiós del todo, porque realmente no hubo adiós. Hubo un tu padre está muy malito pero no puedes verlo. Hubo tu padre acaba de fallecer. No hubo adiós. Sólo cenizas.
Siguen aquí conmigo. Algo que yo jamás hubiera pensando en que yo tendría en casa si me hubieran preguntando hace tres años. Pero la vida da tantas vueltas y tu cabeza más.
Hace un mes ya casi, me contagié yo de Covid-19 también. No sabía cómo iba a evolucionar. Esto es una lotería. Los abuelos como tú os llevasteis muchos boletos y el premio gordo. Yo tuve suerte, papá. Fue la pedrea. Pero mi mente empezaba a fallar, porque el coronavirus tiene mucho de psicológico. ¿Sabes papá lo que es sentir que tienes dentro el virus que te mató a ti? Es un pánico horrible y también una sed de venganza. Pude con él. Tú, tu urna, me acompañaste en estos días de fiebre, miedo y encierro. Me dio paz y fuerza. Sé que son cenizas. Sí, sólo cenizas, las tuyas. Pero ahora no quiero llevarte. Quiero que te quedes en casa conmigo. Pienso que ahora también me hubiera gustado tener en casa a las cenizas de mamá y a mi hermana. ¿Para qué tener sus restos en un cementerio, solos? Me sorprendo escribir esto pero es lo que siento.
La Covid-19 te deja heridas en el cuerpo y también en la mente. Y consecuencias. Una de ellas, es cambiar de manera de pensar. Las cenizas que antes lo eran nada, solo polvo, ahora son mucho, lo son todo para mí. Cuando yo muera también quiero ser ceniza y entonces que nos cojan a todos, a nuestra familia y nos esparzan por donde quieran. O a lo mejor alguien nos quiere tanto que no se quiera deshacer de ellas. Que es lo que me pasa ahora papá, que te quiero tanto que no quiero perder lo único físico que me queda de tí. Porque el resto, tu interior, tu genética, tus gestos, esos se han quedado dentro de mí para siempre. Me miro al espejo y te reconozco. Es lo mejor que me ha quedado de toda esta tragedia.