James Martin y el Papa Francisco, en un encuentro.
James Martin y el Papa Francisco, en un encuentro.

He leído estos días el libro Tender un puente del jesuíta James Martin. Una propuesta de este sacerdote estadounidense para una reconciliación entre la Iglesia Católica y la comunidad LGTBI. Es complicada esta reconciliación porque las heridas que desde la Iglesia, una de las organizaciones mundiales más homófobas que existen, son muy grandes y muy profundas. Y lo peor, llevan mucho tiempo hechas porque te hieren desde el momento en que tienes conciencia de ti mismo. Esa herida no cura. Te acostumbras a vivir con ella. Y con el tiempo, ni te duele.

Sin embargo, ¿qué entendemos por Iglesia Católica? ¿Es la Iglesia el arzobispo Cañizares? ¿Es la Iglesia el párroco de tu barrio? ¿Es la Iglesia el Opus Dei o los Kikos? ¿Es la Iglesia la misionera decapitada en África y que ha dedicado toda su vida a los más pobres?

Pues sí, todos son Iglesia. Tendemos muy a menudo a generalizar. A ver todo como un todo, cuando no toda la Iglesia, como asamblea de creyentes, es igual. Pienso que la reconciliación de la Iglesia en España con la comunidad de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales a nivel de institución es ahora imposible. Y digo en España. Porque a nivel de Vaticano, con el Papa Francisco, sí la veo más posible. Pero estamos en España.

Es imposible con esta jerarquía que tenemos cuando hablamos de ellos como colectivo. Pero pienso que sí puede ser posible cuando se habla de individuos y sensibilidades. James Martin quiere tender un puente y para ellos nos solicita respeto, compasión y sensibilidad, en ambos sentidos.

En concreto, creo que Martin se dirige especialmente a la comunidad LGTBI creyente. La que no es creyente, ahora mismo está perdida. Pero la realidad es que sí existen muchas personas que abandonaron la Iglesia Católica por las posturas homófobas. Otras no, pero viven dentro, ocultas, sin ser felices.

En mi caso, yo tengo que agradecer a la Iglesia todo lo que me dio y que me hizo mejor persona. No lo niego. Me ha inculcado valores que creo que son buenos. Pero también me hirió y un día decidí alejarme de lo que me producía dolor. Pero yo tuve la suerte de saber distinguir muy bien lo que era la jerarquía homófoba de lo que era el Evangelio. Yo no perdí la fe. Yo creo que eso ha sido cosa de lo que llaman el Espíritu Santo. Es más, no es que perdiera la fe, es que maduré en la fe. Pero sé de gente que se ha quedado en el camino. Sin Iglesia y también sin Dios. Es triste andar por el mundo como una oveja sin pastor. Solos.

Cuando decidí apartarme de lo que me hacía daño, también tuve la capacidad de ver lo que no me hacía daño. Por eso, sigo visitando los templos. Me gustan. Me siento bien. Me gusta la paz. Será que estoy en una etapa mística. No soporto las misas de niños preparando las comuniones ni demás parafernalias. Me gustan los templos en silencio. Sólo que cuando aparece depende qué sacerdote para dar misa, entonces me voy o me quedo. Prefiero las misas planas. En las que el cura no dice homilía. Porque muchas veces, suelta la patada homófoba y te tienes que salir. Porque ¿qué pintas en una comida en la que no estás invitado? Te das cuenta que ni Jesús estaba invitado ni estaba presente allí. Así que te vas y esa lejanía ha tenido consecuencias: has tenido que aprender a vivir solo. Es como el hijo al que sus padres echan de casa. Pues lo mismo. Al principio duele, lo pasas, mal, pero luego sobrevives, y al final te das cuenta de que puedes vivir sin tus padres.

¿He llegado a odiar a algún cura? Sí, a estos que sabes que no desean tenerte cerca. A los que te sonríen y te dan la mano, y luego le dicen a sus fieles que se alejen de ti. Como si uno estuviera endemoniado. Te temen. Pero el libro de Martin me ha hecho recapacitar. El odio no sirve para nada. Además, ¿qué hace un cristiano odiando? Es absurdo. Estoy en trance de quitarme ese odio, y cambiarlo, por compasión. No es un proceso fácil.

También es verdad que hay curas que no son así. Pero uno tampoco se puede acercar a ellos, porque sabes que le vas a complicar la vida. Y bastante tienen ya para aguantar más aún.

Hace mucho tiempo en Jerez, y hablo por lo menos de unos veinte años, hubo un intento de tender un puente. La torpeza de un cura se cargó la iniciativa. Habíamos un grupo de creyentes aún con esa esperanza de acogida. Pero éramos creyentes cristianos católicos pero también cristianos no católicos. La oportunidad de hacer una pastoral homosexual se fue al garete. Aquél cura quiso imponer la fe católica y se perdió una oportunidad de ecumenismo inmensa. Y el puente se cayó.

¿Hoy estaría yo dispuesto a tender un puente? A las personas que me respetan dentro de la Iglesia sí, ¿por qué no?. Pero lo único que puedo ofrecer al católico homófobo es compasión. El odio vamos a dejarlo atrás. Dice Martin que la Iglesia es la que tiene que dar el primer paso. Está claro que sí. Pero ese paso tiene que venir de un obispo hacia arriba. Un cura no puede arriesgarse en este tema. Lo sé y lo comprendo. En ese sentido, el clero es como lo militar. Tienes que obedecer. De todas formas, agradezco a cada sacerdote y cada diácono que sé que están ahí para cuando lo necesite y que no son homófobos.

No soy muy optimista pero tampoco soy totalmente negativo. Yo estoy en esta parte del puente. En la entrada. Y sé que estoy acompañado por mucha gente. Sólo miro a la otra orilla, a ver quién es el primero que pone su pie en el otro lado del puente.

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