Una concentración de Marea Violeta en Jerez contra la violencia de género.
Una concentración de Marea Violeta en Jerez contra la violencia de género. MANU GARCÍA

Han pasado cuatro años desde el 8M más unido y reivindicativo que hayamos vivido las mujeres y hombres de mi generación. Aquel 8 de marzo de 2018 nos resulta ahora más lejano que nunca, porque demasiadas cosas han pasado en estos cuatro años, entre ellos una pandemia que ha dado un vuelco a las celebraciones para este 2021. 

Desde hace semanas he visto cómo ciertas personas mostraban abiertamente su malestar ante la mera posibilidad de que este 8 de marzo se convocasen manifestaciones en las calles para seguir reivindicando lo que las feministas llevamos siglos reclamando. En sus críticas aludían a la irresponsabilidad de que nos planteásemos esas manifestaciones con la situación de pandemia que estamos viviendo. 

Son las mismas personas que nada dicen sobre las concentraciones por la educación concertada al grito de "libertad", los que apoyan que la hostelería, empresarios y autónomos hagan concentraciones para reclamar ayudas al sector. Esos mismos que no pusieron el grito en el cielo con las manifestaciones (en plena pandemia) de negacionistas y de gente del barrio de Salamanca en Madrid. Es esa doble moral de quien calla ante las continuas manifestaciones en la calle que se siguen haciendo (además de mítines políticos en Sevilla y macroconciertos) y eleva el tono ante el 8M. Esto solo deja patente el machismo que lo impregna. 

Sin embargo, ante su rabia está nuestra responsabilidad. Nadie, ninguna ministra ni experto ni político de turno tiene que venir a decirnos qué debe hacer el movimiento feminista ese día. No necesitamos tutela, ya la hemos sufrido durante demasiados siglos. Somos mujeres suficientemente conscientes y responsables para saber que este 8M debe ser diferente y sabemos que nuestra lucha por la igualdad no se limita a un único día al año, sino que se desarrolla durante los 364 restantes.

Ahora es Madrid la que una vez más pone el foco en el feminismo como el problema de la pandemia al prohibir el derecho legítimo de manifestación en esta comunidad aludiendo a "motivos de salud pública". Una razón que no se tuvo en cuenta con las recientes concentraciones de falangistas y fascistas en sus calles, o las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél en la Puerta del Sol. Ante este atropello a la libertad, los colectivos feministas han anunciado que recurrirán una medida que apesta a sectarismo. 

Esa es justamente la crítica que más repetimos estos días ante la decisión tomada por la Delegación del Gobierno en Madrid, que sea justamente ahora cuando se ponga el límite a permitir manifestaciones en la calle, que esta medida no se haya tomado hace meses cuando la situación pandémica era aún peor en una comunidad que ha vivido un año remando en contra de las restricciones que se imponían en regiones vecinas. 

Y con esta prohibición vuelve a ponerse el foco en las manifestaciones feministas como el origen de todos los males por considerarlas "el detonante" de la expansión del coronavirus en marzo, cuando ese mismo fin de semana hubo mítines de Vox con políticos contagiados, partidos de fútbol, salas de cine y teatros abiertos, metros y autobuses hasta los topes y bares y restaurantes completos. Esta decisión recupera esa mentira de que la culpa del covid fue de las feministas, que tanto han repetido desde la ultraderecha y la derecha española, como si nosotras fuéramos "supercontagiadoras". 

Lo cierto es que mucho antes de que Madrid dijera "no" a las manifestaciones para el 7 y 8 de marzo en esa comunidad, el movimiento feminista ya sabía que este año sería diferente y se apostaba por acciones en redes o concentraciones con aforo reducido en algunas ciudades. En otras como Jerez ni siquiera se ha convocado manifestación para evitar una asistencia masiva que pueda comprometer la situación actual de pandemia. Responsabilidad ante todo. 

Pero aunque este 8 de marzo parezca que el feminismo no está en las calles, sí lo estaremos, porque el feminismo nunca descansa y no puede hacerlo al saber que aún no hemos erradicado una violencia de género que en 2020 acabó con la vida de 45 mujeres, según datos de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. No podemos parar porque sigue existiendo desigualdad laboral y social (los cuidados siguen recayendo en las mujeres), porque cada día conocemos un nuevo caso de violación y porque sigue habiendo mujeres prostituídas. Porque la violencia machista no descansa, nosotras tampoco.

Y aunque este 8 de marzo las calles estén vacías, el clamor del feminismo sí se oirá en todas partes, porque aunque estemos separadas, debemos seguir más unidas que nunca ante un patriarcado que nos quiere calladas y en casa, de nuevo. 

Este 8 de marzo será diferente. No marcharemos por las calles de nuestras ciudades cantando consignas ni portando pancartas, abrazadas a nuestras compañeras de viaje. No nos pintaremos las caras y gritaremos que "aquí estamos las feministas", ni entonaremos nuestro "Bella Ciao" feminista. Aunque este año no hagamos nada de eso en las calles, lo seguiremos haciendo en nuestras redes, porque el feminismo no puede conceder ni un día ante un sistema que espera que flaqueemos para darnos la puntilla. 

Si el 8 de marzo de 2018 fue histórico, el de 2021 se espera que también lo sea por lo inusual del año que nos ha tocado vivir. Pero no os preocupéis, las calles también son nuestras y en 2022 las volveremos a conquistar. 

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