Comienza el curso político, comienza el curso escolar

Tengo una caja con unos pocos recuerdos de las décadas que trabajé en Educación Infantil en la escuela pública. Por ejemplo, una propuesta de acuerdo de comienzos de los 90 en que se pedía que hubiera monitores o educadores en todos los centros

Escritora y analista social.

Una manifestación por la educación pública en una imagen de archivo.

Siempre me resulta chocante la expresión “comienza el curso político”, como si del curso escolar se tratase. No me hago a la idea de que el bien público solo sea digno de cuidado y ocupación durante unos meses y otros no. Tampoco que la militancia social se circunscriba a ese periodo. Cierto que todo el mundo necesita vacaciones, tomarse un descanso, pero al igual que en los hospitales, el transporte público o este mismo periódico se podrían tomar vacaciones por turno. De lo que no se toma descanso ninguno, la clase política es de decir sandeces por las redes sociales o en los medios de comunicación. Eso es trabajo permanente, 367 días al año, por si acaso alguno se queda escaso. Quizá es que pagan los servicios de alguien para que teclee por ellos en los momentos de asueto.  

Nada comento del “comienzo de curso político”, porque me tienen todos en general hasta el moño y en vez de enfadarme o soltar un exabrupto los ignoro. De todas formas, las corrientes de fondo no suelen cambiar: el precio de la vivienda sigue desbocado, los alimentos al alcance de todos es una quimera, los fondos buitres (Cerberus, Blackstone, etc.) ya son parte importante del accionariado de bancos, empresas españolas y del parque de viviendas, los salarios no contribuyen a una prosperidad real de los hogares por mucho que los datos macroeconómicos toquen las castañuelas... Y como no quiero rellenar el folio entero, salto al auténtico comienzo de curso, el escolar, el de toda la vida, el de la ilusión de ver a los amiguitos o el temor a que los abusones se metan con uno (redactado en masculino genérico, léase también en femenino al completo y también alternando, por desgracia el abuso escolar abarca de todo). 

Como este mes no tengo chiquillos a los que surtir de libros, cuadernos, mochilas o carritos (¿por qué en las series y pelis made in USA guardan sus cosas en taquillas y no tienen que acarrear a casa todo? ¿Es que acaso aquí somos superfuertes de espalda o regalan vales para futuras sesiones de fisio?), en fin, que como ya no soy madre de alumno puedo dedicar el tiempo a una limpieza general de la casa, esa que se hace de tarde en tarde y en la que no queda rincón por remover: se limpia absolutamente todo y se tira lo inservible, en general aquello que lleva tiempo guardado -polvoriento, rancio- ocupando sitio sin que se sepa a ciencia cierta por qué, como por ejemplo la asignatura de religión en los colegios públicos, siendo este un país aconfesional según el artículo 16 de la Constitución. Por lo que se ve es la católica una religión tan frágil en su fe que no le bastan las catequesis en las parroquias como a otras confesiones cristianas o no cristianas sus actividades propias en sus recintos.

La fe será frágil, pero la economía la tienen bien robusta, porque entre no pagar el IBI como cualquier ciudadano, inmatricular edificios y terrenos a precio de saldo y desahuciar de vez en cuando a inquilinos para sacar más partido económico a sus inmuebles no podrán decir que pasan penurias. Todas las penurias económicas que no pasan las contrapesan con sus miserias morales y espirituales: cada vez que han protegido a un cura abusador emocional y sexual de un menor, cada vez que han hecho la vista gorda o intentado sobornar para que nada saliera a la luz, incluso poner obstáculos a la justicia civil para investigar. Limpieza general haría falta, sí, con agua, jabón y mucha lejía para desinfectar. 

Como ya dije, estoy de limpieza general y eso implica sacarlo todo a que se oree y revisar qué se queda, qué se tira. Tengo una caja con unos pocos recuerdos de las décadas que trabajé en Educación Infantil en la escuela pública. Por ejemplo, una propuesta de acuerdo de comienzos de los 90 en que se pedía que hubiera monitores o educadores en todos los centros para el alumnado de Educación Infantil. Se estaba implantando la escolarización de los niños de tres años y al profesorado nos parecía muy necesario. Pues resultó ser que a la Consejería de entonces, socialista para más señas, y a los sindicatos grandes, no (¿gastar dinero en eso, crear puestos de trabajo en eso? ¡Qué despropósito!). Fue la época en que se escolarizó alumnado de tres años en cocinas reconvertidas (ventaja, paredes de azulejos, dijo un inspector). En mi centro, en un pueblecito, se despejó y limpió un aula cerrada en un edificio escolar de los años 50 con tejado de tejas (hay que revisarlo, lleva años así, decíamos las profes): no se derrumbó, solo abundantes goteras a las primeras lluvias.  

Creo que estos tiempos han pasado, al menos eso espero. Los que no han pasado son los de los calores. Me lo recordó una foto muy linda de unos alumnos: año 2009, tres aulas de Infantil orientadas de forma que ya desde fines de mayo daba el sol de plano desde primera hora de la mañana. Una compañera se trajo un termómetro de su casa: 34º. Lo que me llevó a acordarme de un día de junio de 2016, ya en Educación de Adultos, aunque el centro estaba en un colegio público de primaria: planta superior del edificio, las seis de la tarde, 38º bajo la claraboya acristalada que un tiempo estuvo de moda en la construcción de centros públicos (¿ideada por un arquitecto noruego acaso?). Me gustaría que trabajaran en esas condiciones en la Consejería de Educación, pero siempre ha habido clases y clases: los que mandan y los que van al cole (hasta que nos hartemos, estamos hablando de niños, que no pueden actuar por cuenta propia, que necesitan de todos nosotros para conseguir un centro educativo digno y salubre).  

Tengo que dejar esto y seguir con la limpieza. Mañana tocará estantes de libros. Caerá en el contenedor de papel la LODE, la Ley Orgánica reguladora del Derecho a la Educación de 1985, en la que el PSOE nos regaló la educación concertada en vez de invertir amplios presupuestos en mejorar la pública: para que no se asen los alumnos en las aulas, no se supriman unidades, baje la ratio de alumnos por clase a un número sensato, haya suficiente profesorado de apoyo en los centros, se cubran todas las bajas a lo largo del curso puntualmente, las aulas para el alumnado con necesidades educativas especiales tengan los monitores, educadores y enfermeros escolares que necesiten, y ese largo etcétera que se arrastra de año en año. Y que todo el mundo se tome en serio el acoso escolar. La escuela está para adquirir multitud de aprendizajes, pero no para aprender a maltratar. Ya es bastante con que traten mal al alumnado en la Consejería de Educación.

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