#PSICOLOGÍA Claves para superar el pecado de creerse en posesión de la verdad absoluta.

Nos conducimos por la vida a gran velocidad en valores que nos hacen derrapar hasta que ya es tarde. Nuestros reflejos no responden y salimos precipitadamente del camino dando vueltas de campana, cayendo a lo más hondo del inaccesible precipicio donde se vislumbra un posible rescate no falto de utopía. De la misma forma que podemos perder la noción del tiempo observando la fragmentación de las nubes en un cielo azul, somos transportados hacia la zozobra mediante la instigación de las sugestiones sociales impuestas desde la dimensión oculta de lo insustancial.

Como en un vaivén de inestabilidad vamos hacía una distorsión autómata de la realidad para alejarnos de lo cercano, lo humano, lo ético y decente, lejos del criterio de elección de lo que realmente es importante, lo que trasciende al espejismo de lo artificioso  y postizo, lo convencional. La multitud se encasilla en lo simple, en lo indiscutible e inútil de esta sociedad consumista, en los calculadores medios de comunicación que pretenden hipnotizar a los más justitos de criterios para convertirlos en una ilusión de ellos mismos: modelos de frivolidad, necedad y superficialidad dogmática.

Cuando los valores son destripados por la arrogancia de la intransigente incultura, cuando la dignidad de los individuos es pisoteada mientras miramos conscientemente con desdén hacia otra parte como queriendo escapar de lo afectivo sin mostrar ternura, sino todo lo contrario, orgullo hubris. Creer en no sentir. 

Cuando se padece la vanidad de no saber, orgullosos de nuestra burbuja de ineptitud, torpeza intelectual y espiritual. Cuando sentimos placer al castigar con vehemencia al prójimo por exponer simplemente algo que no nos gusta pero que nos deja desnudos ante la propia vergüenza en el fondo de nuestro ser, donde siguen anclados los auténticos valores inspirados por nuestros padres y amigos, profesores, etcétera. Valores peores o mejores, pero sanos y tranquilizadores para nuestra vida e inteligencia adaptativa.

Los individuos soberbios dependen de sus hábitos mentales enfermizos para mantener su ficticia importancia personal, perdiendo la conciencia de lo ético

Igual que el adicto depende de su dosificación diaria para retorcer la percepción del mundo que le rodea en busca de la euforia pasajera, los individuos soberbios dependen de sus hábitos mentales enfermizos para mantener su ficticia importancia personal, perdiendo la conciencia de lo ético, produciendo sorprendentemente daño a los que un día fueron sus incondicionales. La Soberbia se ratifica así.

La Soberbia, el séptimo pecado capital… Pero no se engañen, aunque en esa fervorosa lista se encuentre en último lugar, por méritos propios está por encima de todos. En esencia la soberbia es un sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos, una rabia o enfado que muestra una persona de manera desmedida ante una contrariedad. Una estima exagerada de sí mismo…

El soberbio en su naturaleza subjetiva cree que posee la razón absoluta, se cree mejor que los demás, quiere controlar a los demás. Piensa  que todo el mundo debe ser a su imagen y semejanza, suele demostrar arrogancia y desprecio, se alegra por el fracaso y el mal ajeno, presume incluso de las capacidades que no posee, busca la perfección en este mundo imperfecto. El/la soberbio/a también tiene una necesidad obsesiva por solicitar halagos y admiración por todo lo que  consiguió y tiene. En su summun sostiene poder caminar sobre las aguas igual que el creador del arbitrario ornitorrinco porque piensa que su realidad es la única y verdadera.

Igual que quien vota a corruptos es cómplice de esa corrupción, quien permite el maltrato psicológico del soberbio es cómplice de ese abuso. En el perímetro de la atmósfera de estos individuos, también existen los que se benefician de la fragilidad infranqueable del petulante. Estar al abrigo de la quebradiza indestructibilidad aporta seguridad al necio que es capaz de acomodarse en lo banal mientras experimente ganancias secundarias que compensen su disonancia cognitiva.

Pero ¿se puede aún rescatar y  salvar del fondo del abismo al herido de Soberbia? La respuesta es sí, pero como en muchos casos patológicos, la última palabra la tendrá siempre el propio damnificado. La elección de mantenernos en la esencia del momento displacentero es nuestra y sólo nuestra. Necesitaremos que nos ayuden a descubrir la diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos, entre lo que deseamos y demandamos imperativamente, que nos conduzcan hacía esa realidad cercana, al reconocimiento de ese malestar psíquico e interior porque si no es así, nos atormentará la existencia a pesar del etéreo disfraz de lo artificioso. Ese gran paso en el camino de vuelta, al encuentro con nosotros mismos, a ser nosotros mismos.

Una buena prescripción terapéutica para estos casos la podemos encontrar en El fuego interno del antropólogo Carlos Castaneda. En una parte de esta obra, el viejo indio Yaqui, Don Juan Matus, en referencia al camino que el guerrero debe llevar, nos previene sobre uno de los obstáculos que debe vencer: “Perder la importancia personal”.

“El mayor enemigo del hombre es la importancia personal. Mientras te sientas lo más importante del mundo, no puedes apreciar en verdad el mundo que te rodea. Eres como un caballo con anteojeras: nada más te ves tú mismo, ajeno a todo lo demás.

La importancia personal es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, siendo al mismo tiempo, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Es el modo en que cada uno construye y maneja la realidad tratando de autoafirmarse y convencerse de que es real, cuando en realidad es una ilusión. La importancia personal es nuestro mayor enemigo, por culpa de ella consumimos gran parte de nuestras vidas sintiendo dolor por las ofensas de los demás. Es un terrible estorbo, por su culpa nos hacemos vulnerables”

Igual que un largo camino se recorre pasito a pasito o una gran construcción se realiza ladrillo a ladrillo, la presente contaminación de ceguera moral nos dirige y conquista. Como la niebla, se expanden sobre el terreno plagas de hedonistas y narcisistas guiados sin consciencia para sembrar con su imperceptible vaho la soberbia más humana y ancestral…

Ha llegado la hora  de aferrarnos a ese deseo combativo de la necesidad de una vuelta al Humanismo… porque si no, ¿hacia dónde vamos?

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