Como un chotis en el Ritz

Los contrastes son Madrid. Pocos lugares albergan mejor la coexistencia entre innovación y rancia estirpe, entre calamares fritos, y Moët & Chandon, entre chovinistas y foranos

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Directora de Radio Unizar. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El 15M en la Puerta del Sol.

Pocos lugares resultan más icónicos para el españolito medio que la Puerta del Sol. El kilómetro cero del que emanan las seis carreteras radiales que surcan España, el mítico reloj al que miramos durante los últimos instantes del año desde que podemos recordar, el oso y el madroño, y el Tío Pepe. Tantas y tantas estampas con un solo escenario. Pasear por la Puerta del Sol es toparse con frames de La comunidad, de Crimen Ferpecto o de Las brujas de Zugarramurdi. Es sentirse capitalino para todos los que somos de provincias. Es creerse en el centro, literal y figuradamente, aunque sea por un momento. Es un lugar que nunca duerme, que jamás descansa, que no calla.

En el siglo XIV, cuando la puerta de Guadalajara se desplazó hacia el este, se levantó una nueva puerta orientada hacia el nacimiento del sol que se llamó —parece evidente por qué― Puerta del Sol. Desde entonces, mucho ha llovido y ha cambiado, aunque quizá no tanto como pensamos. El político anticlerical Ángel Fernández de los Ríos escribió en su Guía de Madrid: manual del madrileño y del forastero de 1876 que "no hay allí un palmo de terreno que no esté regado con la sangre de patriotas, de facciosos o de revolucionarios". Cuando pronunció estas palabras, el epicentro madrileño ya había sido cruento escenario, por ejemplo, de la lucha contra los invasores franceses en 1808. Y aún faltaba bastante para que, en plena dictadura franquista, el edificio sur denominado de Correos fuera empleado como jefatura de policía y Dirección General de Seguridad. Los sótanos de la Puerta del Sol se llenaron durante aquellas décadas negras de presos socialistas y comunistas detenidos por la policía fascista. También se llenaron de personas corrientes no militantes a las que se retenía durante setenta y dos horas sin formular siquiera cargos contra ellos. Pero no todo fue oscuridad. Allí se produjo la proclamación de la Segunda República en 1931 o el estallido de las concentraciones del Movimiento 15M, iniciado en mayo de 2011. Símbolo, pues, de barbarie y libertad, de dolor y de esperanza, como este país nuestro. 

Los contrastes son Madrid. Pocos lugares albergan mejor la coexistencia entre innovación y rancia estirpe, entre calamares fritos, y Moët & Chandon, entre chovinistas y foranos. Como un chotis en el Ritz. Y los contrastes feroces no son cosa del pasado. Este 16 de junio, miles de personas se concentraron en la Puerta del Sol exigiendo el cese de la monarquía en España. Alzaron su voz y sus banderas tricolor en contra de los fastos militares y bufones del décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI y exigiendo que el hijo del campechano corrupto sea el último. Y menos de una semana después, la Puerta del Sol albergaba los cánticos de partidarios del anarcocapitalista Javier Milei. Un líder que brama contra la justicia social y se ríe en la cara de los que menos tienen recibía allí un premio inventado a mayor gracia y honor de la libertad. La libertad de joder al partido contrario y de provocar como una suicida con la cara de hojalata. Y mientras tanto, la Puerta no calla, porque no conoce el silencio.