La empatía es una de las cualidades más distintivas del ser humano, aunque no exclusiva de nuestra especie. Nuestros parientes, los chimpancés, también la poseen, como lo demuestra un experimento revelador. En este estudio, dos chimpancés fueron sometidos a una situación en la que uno recibía una banana como recompensa, mientras que el otro soportaba una descarga eléctrica. Al observar el sufrimiento de su compañero, el chimpancé que obtenía la banana dejó de comerla, comprendiendo la relación entre su recompensa y el dolor infligido al otro.
Sin embargo, en los seres humanos, la empatía a menudo parece ser una virtud esquiva. La mostramos con frecuencia solo cuando nuestros propios intereses no están en juego, siendo incapaces de reconocer el daño cuando este no es inmediato o no nos afecta directamente. El futuro se ve empañado por un egoísmo que nos ciega, llevándonos a elegir entre nuestro beneficio personal y el mal ajeno. Este conflicto entre lo individual y lo colectivo parece reflejarse en la localidad sevillana de Aznalcóllar, donde una explotación minera amenaza con causar un desastre medioambiental sin precedentes.
De acuerdo con estudios imparciales, el vertido de metales pesados al río Guadalquivir podría resultar en su muerte, destruir los ecosistemas que sustenta y causar una tragedia para las comunidades que dependen de él, desde Sanlúcar de Barrameda hasta Sevilla. Se pretende autorizar el vertido de 85.520 millones de litros durante los próximos 18 años y medio. Aunque se habla de un proceso de depuración, la carga contaminante máxima acumulada incluye altos niveles de metales tóxicos como arsénico, cadmio, cobre, cromo, mercurio, níquel, plomo, selenio y zinc, entre otros. A pesar de ello, los defensores de la mina insisten en que no habrá consecuencias.
El futuro que estamos construyendo para las próximas generaciones está comprometido casi siempre por la oferta de unos empleos precarios que, aunque puedan proporcionar un alivio temporal, no resolverán la pobreza y solo contribuirán a destruir el porvenir. Estos empleos benefician a un capital desalmado que solo vela por sus propios intereses.
Estamos ante otro de los muchos engaños con los que el capitalismo nos confunde: obligándonos a priorizar lo individual sobre lo colectivo, con dilemas crueles y elecciones difíciles. Algo similar ocurrió con la construcción de buques militares destinados a la guerra, cuando una parte significativa de la población de Cádiz, bajo el liderazgo de su alcalde, tuvo que elegir entre el desempleo o la posibilidad de salvar vidas en Oriente Medio. La elección fue dura, pero claramente manipulada: prevaleció el empleo aquí.
Sin embargo, estas decisiones a corto plazo solo nos aíslan más, favoreciendo al poder que nos divide y nos conforma con sus migajas, mientras olvidamos el daño que causamos. En Aznalcóllar ya existen antecedentes preocupantes que demuestran que no hemos aprendido la lección, pues hace veintiséis años un vertido tóxico de más de 6 millones de metros cúbicos de lodos y aguas contaminadas afectó toda la cuenca del Guadiamar, llegando hasta las puertas de Doñana. Sé que estamos ante asuntos complejos, con multitud de matices y variantes. Sin embargo, en su esencia, estos temas admiten planteamientos que, aunque puedan resultar maniqueos en su expresión, son verdaderos en su esencia.
Mientras la población permanece adormecida, sin prestar atención a una tragedia que les afectará en un futuro no muy lejano, asistimos a una demostración más de esa ceguera colectiva que nos impide atender lo común. El sistema nos genera esta sin razón.
Pero, si observamos la situación con una perspectiva retrospectiva, veremos que, desde el conflicto en Cádiz, pasando por el desastre en la mina de Aznalcóllar y otros dilemas similares, nada se ha hecho por desarrollar un modelo económico alternativo en estas localidades, que evite que la falta de alternativas condene a sus habitantes a enfrentarse a disyuntivas tan crueles. Quizás sea en este terreno, en la política neoliberal practicada, y no en otros espacios, donde debamos buscar a una parte importante de los responsables de estos desastres.
Por eso es fundamental una política que se enfoque en lo común, que no oculte los conflictos inherentes a toda sociedad, sino que los aborde y les dé solución. Para lograrlo, es imprescindible nuestra implicación y participación constante. De lo contrario, seguiremos como estamos, dejando que otros gobiernen en nuestro nombre, con la única opción de decirles 'sí' o 'no' cada cuatro años. Después, vienen las lamentaciones.
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