Querer hacer amigos nuevos siendo adulto se parece mucho a esa obsesión que teníamos los niños en los noventa por conseguir la pajita en espiral que regalaban con el paquete grande de Colacao, para la mayoría de nosotros, un sueño frustrado y para los que lo consiguieron, el testimonio de una experiencia decepcionante, casi traumática.
El equivalente actual de aquella obstinación infantil por conseguir el Santo Grial de las cañitas podría llamarse hoy perfectamente Bumble for Friends. Las apps para hacer amigos son, si cabe, incluso más tristes y patéticas que las de ligar. Pocas cosas en la vida ayudan tanto a ver que uno ha tocado fondo, como tener que crearse un perfil para encontrar un compa de café con leche y palmerita.
La descarga de estas apps trae adjunta la humillación de sentir que uno ha fracasado como ser humano ante la imposibilidad de socializar de forma natural. El mal viaje del Covid-19 no contribuyó, más bien nos dejó bastante paranoicos moviendo sillas de un lado a otro esperando a que se nos pasara la coloqueta. La pandemia llegó como agua de mayo para ayudarnos a justificar la pérdida de nuestras habilidades sociales, y con tanto pánico colectivo, no nos paramos a reflexionar que, en realidad, venía de largo. Después de la Pfizer, ya más tranquilos y respirando como despacito, nos dieron los munchies.
Echamos de menos hasta la saciedad, recordamos la existencia de personajes que fueron un fallo en el matrix de nuestra vida e incluso mandamos algún que otro mensaje por Facebook. Fueron tiempos raros, aunque estuvo bien saber que Jonas, el alemán de la Erasmus, se había casado.
Cuando quisimos acercarnos no se podía saludar con dos besos, y desde ahí, ya no supimos cómo continuar las interacciones que empezaban diciendo hola desde lejos. Durante aquella pausa forzada cambiaron las circunstancias y con ellas nuestras relaciones, cuando quisimos darnos cuenta, caímos en la cuenta de que habían pasado los años y que ya, nadie llamaba a los telefonillos. El kiosco donde pasábamos la tarde pidiéndole a un señor gomitas una a una, era ahora una tienda de vapeadores y el resquicio más obstinado de nuestra vida pasada vive en un grupo de WhatsApp llamado Las de siempre.
Las de siempre se ven con suerte una vez al año, casi siempre en Navidad tratando de cuadrar a la que tiene un par de chiquillos con la de las vacaciones reservadas en Tailandia o Waingunga, según haya dado el presupuesto. En algún momento, la revelación de una obviedad nos atraviesa como un rayo y nos damos cuenta de que no tenemos suficientes amigos. Ahí se empieza a generar una ansiedad un tanto extraña, parecida a cuando te baja la regla en la calle sabiendo que no tienes ninguna compresa, de repente el Gran Hermano se vuelve una realidad.
Llegados a ese punto, se pone sobre la mesa el convenio de la sociabilidad, buscamos el hueco semanal y hasta lo apuntamos en Google Calendar. Hacer nuevos amigos requiere de un compromiso mayor que el de los cinco kilos de Colacao, implica, buscar entre tres y cinco nuevos intereses que involucren a otras personas pero también que sean lo suficientemente autónomos como para que podamos hacer avances por nuestra cuenta.
Se hace el power through durante la semana y se acaba probando un poco de todo, gimnasio, baile, cerámica, club del libro y hasta clases de portugués. Al final, resulta que después de diez horas de trabajo, el gimnasio huele demasiado a sobaco, no se tiene cuerpo para hacer petting a ritmo de Romeo Santos, ni está la cosa para desearle Bom día a nadie. Una se da por vencida, mirando al cielo de forma dramática como queriendo justificar ante el universo haberlo intentado.
Internet nos recomienda Bumble Friends porque Google ha tomado nota de nuestra desesperación y bueno, nos la descargamos. El momento se asemeja mucho a bookear una cita con el proctólogo, uno desearía no tener que hacerlo pero se somete a las circunstancias. A este acto también lo acompaña la pérdida inmediata de la dignidad aunque retrospectivamente no se haya podido evitar la intolerancia a la lactosa o que Las de siempre hayan tenido hijos. Digamos que la vida era más sencilla cuando uno arriesgaba cada mañana desarrollar una diabetes tipo II y en el patio, sencillamente te acercabas al que te caía bien y le preguntabas si quería ser tu amigo.