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Contra el fin de año

Observé mi barrio que amo lleno de gente haciendo particularmente lo mismo. Algunos un tanto etílicos, otros con la noche por delante. Todos sus ojos palpitantes

27 de diciembre de 2024 a las 10:12h
Uvas preparadas para el Fin de año en una imagen de archivo.
Uvas preparadas para el Fin de año en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

A la gente en Navidad le vienen las prisas. La barrera invisible del fin de año provoca, por cuestiones que no termino de comprender, una suerte de angustia vital. Hay repasos de cada etapa, wrapped de canciones y rankings de todas las cosas existentes, como si uno el día 1 de enero se fuera a morir. A mí lo que me gusta de estas fechas es que al menos la peña se junta. El otro día vinieron a pasar unos días unos amigos a mi piso, cada uno desde un punto del mapa, y después de los saludos, nos dimos una vuelta por el barrio. Una amiga propuso caer en una taberna donde ponen las jarras de vino de un litro con forma de cerdito y allí hicimos un castillo de taburetes en la barra charlando. De las cosas que uno hace en un año y en la vida, la mejores, transcurren así, reunidos en lugares un tanto absurdos, lo necesario para la anécdota, y en círculo con la gente con la que querrías recordar esa anécdota tiempo después.

Pasa con los amigos que a medida que la amistad fermenta, uno los ve evolucionar. Les cambia la cara, las ganas, el deseo por las cosas y eso también se les nota en la voz, en el cuerpo, en las posturas, la forma en la que agitan las manos cuando se enervan o reposan y cruzan las piernas cuando te escuchan. Observar con detenimiento estos detalles, he terminado concluyendo, es la forma más evidente del amor. Me explico: Hablamos de cosas banales, el vino corrió y nos reímos. Como casi todos los que también estaban allí. Y no recuerdo, apenas, ninguna conversación en su profundidad. Pero cada mínimo movimiento, sonrisa o mirada a punto muerto lo tengo grabado como una foto que visito luego en mi memoria. Uno puede estar hablando hasta de fútbol, del cuadro que quiere poner en la casa a la que recién se mudó o dar vueltas sobre un chiste interno. De la precariedad, de lo que te duele del mundo o te parece injusto. Da igual. Un grupo de amigos, en fin, se conforma, en realidad, en esa presencia quieta. En los ojos que miden, conscientemente, el pulso del otro. Esa preocupación, no sé, te invade de una manera absolutamente real y poco práctica, solo basada en un amor, pienso, que existe ahí y en ese momento. Que se funda cada vez que ese encuentro sucede. Y aunque uno decide dialogar, tiene que poco que ver con las palabras, se trata de una cuestión temporal, de entender la importancia del momento.

Dejó escrito Pasolini: “Solo amar. Solo conocer. No haber amado. No haber conocido. Da angustia de vivir un amor consumado. El alma no crece”. Y el truco, en esto de vivir, dejando atrás esa cosa mortecina de todos los rankings de consumo que se publican en Instagram o las repetitivas prescripciones para un nuevo año, se basa en realidad en esa incerteza, en esa capacidad de asistir al milagro que es encontrarte con la gente y querer y sentirte querido cada vez que sucede. Parece poco, pero es mucho. Verás, yo puedo decir “me tomaría otro vino si alguien se apunta” y uno confía en que otro se apunte o que, al menos, le acompañe.

Ana Moura también canta: “La incerteza de que nada más cierto existe, más allá de la gran certeza de no estar cierta en nada”. Y sin querer ponernos densos en el asunto, pasan los años y solo creo en ese amor pequeño que se refunda cada día como si se fundara un imperio cada día. Esa potencia efímera. Donde pueda perderse uno en su inmensidad. En su incertidumbre. Sin posesión de nada porque se desvanece. Y, sin embargo, con todo por explorar con los escasos sentidos de los que disponemos. Pasear, escuchar, hablar desorbitadamente, tropezarse, besar, morder, lamer y conocer, por poner algunos verbos sobre la mesa. Los cerditos ayudan, pero hace falta convicción.

En esas, después de la primera jarra, me salí a fumar un momento solo. Observé mi barrio que amo lleno de gente haciendo particularmente lo mismo. Algunos un tanto etílicos, otros con la noche por delante. Todos sus ojos palpitantes. Tan frágiles todos, que apagué el piti pronto para entrar de nuevo al castillo y proponer eso, tomar otra. Con el mismo ímpetu, el mismo arraigo y el mismo deseo refundado. Dispuesto a seguir mirándolos detenidamente. Da igual que sea el año 2025, el 1305 o el 3002. No me gusta tapiar como un idiota con fechas ni muros invisibles lo que yo siento que avasalla. Mientras sigan existiendo estos seres tan estúpidos, tan humanos, que se observan y se abrazan, algo hay, yo creo, que se mueve y renta.

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