Ir al contenido

Contra mi generación (de hipócritas y avaros patriotas)

Causa risa y rabia oír a los que hicieron malabares para eludir el repugnante servicio militar decir que ahora vendría bien mientras cuentan billetes amontonados gracias a nóminas, alquileres y precios que dan vergüenza

10 de abril de 2025 a las 16:02h
Foto de The Who y su éxito mundial 'My generation'.
Foto de The Who y su éxito mundial 'My generation'.

"Vaya panda de hijos de puta estos boomers que compraron dos pisos por un paquete de avellanas y ahora me lo quieren vender por medio millón de euros". La frase, de alguien nacido cuando acababa el siglo, está sacada de una red social, ese estercolero en el que también crecen flores, como en todos. 

Podría leerse como un eructo más del patio de vecinos iracundos, viciosos y ociosos que suele ser ese foro. Este flato, sin embargo, atrapó mi atención por coincidir con un argumento oído varias veces a mis hijos, a sus colegas, a mis amigos con menos de 35 años.

Cuando la reclamación me la presentan afectos y parientes, siempre aparece con mejor prosa y estructura, con menos rabia y más elegancia. Pero en la base me parece ver lo mismo.

Como nunca hay nada nuevo bajo el sol, o la lluvia, pero todo debemos redescubrirlo a diario, recordé la primera vez que ese eterno pique generacional (pandemic edition) llegó a mis orejas, ya peludas.

Fue un ex alcalde de Cádiz fallecido hace poco. Carlos Díaz, en una entrevista genérica, sobre todo y sobre nada en concreto, hará unos 12 años, soltó algo como "en el 15M hubo mucho de conflicto generacional. En cada época hay una discusión entre jóvenes y mayores pero esta vez viene bastante fuerte".

La idea se me quedó. Por más que en aquella feria de la ilusión y la candidez que tomó las plazas hubo inocentes de todas las generaciones, los menores de 30 formaban una notable mayoría.

Como la vida humana es muy cabrona, aquellos veinteañeros son ahora cuarentones a los que ya se puede señalar por haberse acomodado, por especular y hacerse miembros de la secta ("casta" ¿recuerdan?) a la que escupían con mil motivos.

Es una rueda que nunca para, de acuerdo, pero se trata de discernir entre lo que tiene de reproche cíclico y tópico, desde la Roma precristiana, más o menos, y lo que hay de nuevo, viejo. Y joven.

No hablo de criticar estilos y modas (música, cine, literatura, política, deporte) actuales en favor de los anteriores porque eso pasó en los 90 con los 70, en los 80 con los 60, en los 60 con los 50 y así, como el número ese periódico, infinito.

Cuando oigo a los de menos de 35, o 30, los que sean, decir que los mayores les estamos estafando en cuestiones más pesadas y profundas, en las cosas de comer y vivir, tiendo a pensar que tienen algo de razón. Al menos, una porción de verdad.

"Esos puretas, ahora tan cabreados y nostálgicos, tuvieron regalada la formación universitaria que los abuelos les facilitaban"

Esos nuevos quintos que ya no tiran de la manta, ni se levantan, ni tienen mili -gracias a todos los cielos- espetan a sus padres o tíos, a los amigos de estos, que lo tuvieron bastante fácil para acceder al mercado laboral, incluso a la vivienda, y ahora complican con su avaricia que los relevistas vivan la misma situación.

Nadie me venga con excepciones -las hay a millares, faltaría-, ni con "habla por ti". Para opinar es imprescindible generalizar, o al menos agrupar.

Con esta premisa, recuerdo a los que tienen ahora bastantes más de 50 pero algunos menos de 70. Esos a los que el mercado laboral fue a buscarles a los bares, a las cafeterías, y poco menos que les sacó a rastras de la última fiesta.

Esos puretas, ahora tan cabreados y nostálgicos, tuvieron regalada la formación universitaria que los abuelos -quizás la última generación que sí vivió en un sacrificio personal permanente- les facilitaban. Algunos, incluso, nos permitimos el obsceno lujo de rechazar el obsequio porque habíamos quedado. Otra vez.

Daba igual. A los 30, cuando ya no podías poner más excusas para prolongar una juerguista y extensa juventud despreocupada, llevabas más de un trienio trabajando. Por sorpresa.

De repente, estábamos ganando mil euros (su equivalente en pesetas, en 1990, con aquel amable coste de la vida) apenas a los dos años de empezar a fichar. Y eso que fuimos criados en el pánico al paro galopante, a terminar "debajo de un puente". Por lo visto, nunca terminamos de asustarnos.

Eso sí, se estilaba mucho por entonces lo de currar (y cobrar) en negro o sin papeles un par de años

Eso sí, se estilaba mucho por entonces lo de currar (y cobrar) en negro o sin papeles un par de años. Erradicar eso está en el apartado de mejoras notables. Las hay por decenas, en lo social, en lo laboral, nunca fueron tan perfectos tantos campos de fútbol. 

Desde entonces, he visto como muchos de aquellos que compartieron las hombreras y los codos conmigo en barras infames y ahumadas le dicen a los jóvenes con los que trabajan, a los hijos de otros, que se sacrifiquen como ellos, que peleen por un hueco, que no vale preguntar por sueldo y vacaciones el primer día.

¿Pero de qué sacrificio hablan? ¿Qué mierda dicen? Yo estaba allí y no recuerdo tanto esfuerzo titánico, o muy pocos, tanta lucha en ninguna selva. En todo caso, mucho menos que los abuelos, desde luego. Caso ejemplares hubo, y hay ahora, siempre. Hablamos de porcentajes.

Allí, en ese supuesto y falso paraíso preinternet no se sacrificó ni El Tato. Tuvimos una plácida y acomodada adolescencia hasta los 30. Ni siquiera en política nos quisimos meter. Ya estaba todo hecho. Nos lo estábamos pasando demasiado bien.

Indigna escuchar a los que llaman a los nuevos a partirse la cara, que son unos blandos, cuando no sufrieron ni un arañazo al afeitarse (la cara o las piernas).

Por citar un ejemplo y volver al servicio militar. Manda cojones, ovarios, oír a los que hicieron malabares para eludir la repugnante e inservible mili, los que inventaron la objeción de conciencia, decir que no vendría mal recuperarlo.

Con la vivienda, sucedió algo parecido. Hasta 2005, aquellas generaciones, los primeros niños mimados que serían padres malcriadores, podía acceder a un piso de forma sencilla.

Era poco razonable que el banco te ofreciera el doble de lo que necesitabas para la hipoteca pero así era. Había barra libre pero de esa basura y de su posterior explosión con nombre de portero de fútbol alemán ya podemos hablar otro día.

Cuando oigo a los contemporáneos de mis hijos decir que aquellos que compraron un piso por 60.000 euros (o en pesetas), pretenden venderlo, alquilarlo o explotarlo hasta obtener 600.000 me cuesta quitarles la razón.

La mía es una generación de avaros. Los que han convertido la vivienda en una orgía de pisos turísticos, de alquiler temporal, turboventas y ganancias inmediatas son los que tienen mi edad.

Los que dirigen los fondos buitre, las empresas constructoras, los que han inventado las redes sociales, son aquellos que compartían semáforo conmigo a bordo de un Vespino o una Vespa, con los Levi's nuevos porque de nada nos faltó por primera vez en la historia de este país (y de otros muchos).

Vale ya de esconderse en las corporaciones y las grandes firmas, en el capital ("viva el mal, viva el capital"). Los particulares que pueden -y los que no, lo desean- se han dedicado a alquilar todo lo que tienen a mano. Trasteros, fincas rurales, garajes.

Igual, el patán americano y su colega el villano de película chunga nos representan más de los que creemos

Como alguien ponga de moda arrendar cajas de zapatos vacías para guardar cosas en los pisos liliputienses, me veo a todos los de mi quinta corriendo con una torre de cartón por la calle, "las llevo baratas", "están nuevas menos una que tiene un poquito de fixo", "a diez euros al mes las alquilo".

Eso es lo que me parece ver y sentir. Obvio que no todos los de la misma edad hemos cometido esas canalladas -¿por convicción o porque no pudimos?- pero, casi todos, alguna. Si se nos suma, el resultado es una avaricia vergonzante.

Igual, el patán americano y su colega de la gorra, el villano de película chunga, nos representan más de los que creemos, igual no son tan lejanos ni diferentes. Sólo en las cifras y a su favor. Hasta en política incumplimos los puretas los servicios mínimos.

Todos los que ahora se desgarran la piel y la ropa por su patria, los que han resucitado el nacionalismo más paleto y violento con respiración asistida guardaron las banderas cuando lo pasaban bien.

Quién iba a pensar en naciones, culpables externos y agravios, en todo eso, mientras perseguía faldas o pantalones tras otros tres meses de playa. Si acaso, alguna pegatina en la carpeta del instituto o la facultad, poco más.

Sin embargo, ahora, de talludos, tienen el mal gusto de legar a sus hijos unas ideas tan falsas como absurdas: las amenazas sobre el glorioso pasado y la unidad de una España legendaria, o de una Cataluña perfecta y castrada, contra la Euskadi pura y estrangulada, Make America great again, Brexit para los brixánicos, la madre de todas las Rusias y su puñetero padre, la grandeur en adobo o forza Italia manque pierda. 

Cada viejo con su nostalgia y su miedo a la invasión cultural o real de nosequién mientras cuenta billetes en el backyard, con la casa pagada, la primera, y la segunda produciendo una renta mensual interesante.

Uno de cada dos puretas de vuelta a su casa, antes de los 60, con una buena indemnización que le hará llegar a la pensión sin demasiados ahogos. Ya veremos si la cobran los que vengan.

También creo que los nuevos adultos tendrán que ponerse a la tarea y hacer su parte. Los que vienen, como todos los que vinieron, tendrán que buscarse las papas en amarillo, en azul, o morado, mejor o peor, con estas trampas o con otras, con las virtudes que tuvimos nosotros -alguna habría- o con nuevas.

Llegará un tiempo, que no veremos los de mi generación, en el que estos jóvenes actuales comprenderán y agradecerán a los que fueron sus padres, sus tíos, sus jefes taponadores, sus mayores, en general.

Entenderán que sus respectivos puretas, ya finados, actuaron con buena intención -uno de los venenos más potentes que existen-, que sólo trataban volcarse con sus hijos y sobrinos mientras puteaban a los hijos y sobrinos del vecino a través de unos alquileres de atraco, unos precios mafiosos para calmar la adicción al consumo y una vivienda imposible.

Todavía se extraña esta generación que se acerca a la vejez de ser la primera que apenas conocerá el papel de abuelos. El anterior rector, Paco Piniella, fue el primero al que se lo escuché, por acabar con otra entrevista. "No seré abuelo, bueno, como casi nadie de mi edad".

El derrumbe de la natalidad, el rechazo a tener hijos y traerlos a este mundo de mierda, con lo cansados que son, es la nueva venganza de esos jóvenes efímeros.

Como en algunas obras maestras de la ciencia ficción -Margaret Atwood que está en los cielos-, la naturaleza ajusta cuentas con los malvados humanos a través de una epidemia de infertilidad. Sólo que en este caso, es voluntaria, autoimpuesta. Por algo será.

Lo más leído