'El 47' o el valor de la lucha colectiva

¿Acaso creemos que la jornada de 8 horas, el sufragio universal, la igualdad de hombres y mujeres, el salario mínimo, la sanidad y la educación públicas cayeron del cielo?

Cartel de la película 'El 47'.
Cartel de la película 'El 47'.

Querida abuela:

Vuelvo a escribirte después de muchos meses sin hacerlo, en parte porque sentía que no tenía mucho que decirte y otra, porque una de las cosas buenas que tiene el envejecer es la libertad que te permites para hacer menos y vivir más sin sentirte culpable. Pero hoy he tenido la necesidad de hacerlo y, con ello, de cumplir con uno de los propósitos que me hice en año nuevo: retomar estas cartas dirigidas a ti.

Y el motivo de esa necesidad no es otro que hablarte de una película que me ha fascinado: El 47, dirigida por Marcel Barrena y magistralmente interpretada por Eduard Fernández y basada en la historia real de Manolo Vital, un conductor de autobús extremeño que secuestró una línea de Barcelona en 1978 para demostrar que el transporte público podía llegar hasta su barrio, Torre Baró, en la Sierra de Collserola, contradiciendo así a las autoridades que mantenían que la inaccesibilidad del lugar lo imposibilitaba.

Los que crecimos con las películas americanas de vaqueros que pasaban en la Primera conocemos la gesta, aunque no el genocidio de los nativos americanos, que supuso conquistar el oeste. Sin embargo, desconocemos, y menos las nuevas generaciones, la proeza que supuso para la clase trabajadora construir, primero, un país en ruinas por culpa de una guerra provocada por el golpe de Estado de Franco y después, levantar los barrios del extrarradio de las grandes ciudades como Barcelona o Madrid. Barrios donde, como cuenta la película, las chabolas en las que malvivían los emigrantes andaluces y extremeños, principalmente, debían ser construidas de noche a toda prisa porque la ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera ya el techo puesto al salir el sol. 

El 47 habla del valor de la lucha colectiva, esa que el capitalismo brutal que nos asola se empeña en hacernos creer que no sirve para nada. También del hecho incuestionable de que ninguno de los derechos de los que disfrutamos hoy nos fue regalado, sino producto de la lucha de hombres y mujeres que no se conformaron con las migajas que les daban los poderosos. ¿Acaso creemos que la jornada de 8 horas, el sufragio universal, la igualdad de hombres y mujeres, el salario mínimo, la sanidad y la educación públicas, las pensiones, la ayuda a la dependencia, los convenios colectivos que regulan nuestras condiciones laborales o la ley del matrimonio homosexual cayeron del cielo? Tú sabes bien que no, abuela. Lo triste es que las generaciones que crecieron disfrutando de ellos empiezan a no darles valor hasta el punto de elegir opciones políticas que son enemigas declaradas de esos derechos y que venden la vuelta a un supuesto pasado glorioso. ¿Glorioso para quién? No para la clase trabajadora, eso seguro. Me cansa oír que la lucha colectiva no sirve. Nada más lejos de la realidad. Lamentablemente, vamos a tener oportunidad de comprobar lo útil que es porque se avecina un envite brutal del capitalismo, y el ciberautoritarismo, auspiciado por Trump y su escudero Musk, el cual ya se permite injerir en la política alemana llamando a los trabajadores y a las trabajadoras a votar por la extrema derecha o en la del Reino Unido exigiendo la caída del gobierno laborista. 

Por eso, ahora más que nunca, son necesarias películas como El 47 que nos recuerdan el valor de la unidad de la clase obrera, aunque ya nadie se considera tal porque todos nos creemos clase media (otro triunfo del capitalismo), y nos invita a creer que la lucha sirve, que no hay otro medio para apuntalar una sanidad pública que va camino de la UCI (analicen cuánto tardaban en obtener una cita para atención primaria hace unos años y cuánto tardan ahora), recuperar una educación pública de calidad que está perdiendo peso de manera alarmante a favor de los colegios concertados (somos el país con mayor brecha socioeconómica entre centros concertados y públicos según la OCDE), beneficiarnos de una ley de vivienda que sirva para que todos podamos acceder a una vivienda digna o mejorar la de dependencia que funciona tan mal que obliga a los solicitantes andaluces a esperar hasta 2 años para recibir la prestación a consecuencia de lo cual 10.000 personas mueren al año sin ser atendidas, por poner algunos de los ejemplos más sangrantes. 

Derecho que no se lucha, derecho que se pierde. Eso lo supo Manuel Vital, conductor de la línea 47 de Barcelona, y lo saben quienes luchan día a día en los sindicatos, en las ONG’s, en los movimientos feministas o en los de recuperación de la Memoria Histórica, en las mareas blanca, verde violeta, etc., pero ¿qué tiene que pasarnos para que la clase trabajadora vuelva a entenderlo como lo entendieron esos vecinos de Torre Baró que construyeron sus casas con sus propias manos antes de que saliera el sol? 

Como decían en la serie Lost boys and fairies, que también recomiendo, «solo somos seres humanos tratando de averiguar cómo seguir adelante». No me cabe la menor duda. Tampoco, que para seguir adelante es imprescindible la cooperación y la lucha colectiva. Y más en estos tiempos en los que el neoliberalismo trumpante va a tratar de gestionar el estado como una empresa más, amenazando con llevarse por delante derechos y libertades y, de camino, contagiar a la vieja Europa. Desempolvar la idea de que la lucha sirve es vital. Se nos van los derechos en ello, abuela.

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