¡Ay, abuela!, me cansa. Me cansa mucho seguir teniendo que explicar lo obvio cuarenta años después. Pero, claro, lo obvio no lo es tanto cuando hablamos de una democracia inmadura, de una buena parte de la ciudadanía acrítica e ignorante del pasado y de unos partidos que creen en la democracia de manera puramente instrumental. O sea, cuando hablamos de España.
Cansa. Duele. Asusta. Asusta ver cuánta gente se deja llevar por las consignas de la derecha más recalcitrante y repite como papagayos eso de que no era urgente sacar a Franco del Valle de los Caídos. Pues mira, voy a tener que darles la razón: tal vez no fuera urgente —total, llevamos esperando 43 años; siete desde que el Gobierno encomendara a una Comisión de Expertos la elaboración de un informe sobre el Valle de los Caídos que concluyó con la recomendación de dar cumplimiento preferente a la exhumación y traslado de los restos de Franco—.
Urgente es cuadrar los 645.000 millones de deuda pública que ha dejado el señor Rajoy a pesar de los brutales recortes que llevó a cabo y reequilibrar las cuentas de la Seguridad Social después de que el Gobierno anterior vaciara el 90% del fondo de reserva. Urgente es recuperar la clase media, que ha caído en una cuarta parte desde el inicio de la crisis y conseguir que vuelvan los 800.000 españoles, muchísimos de ellos con carreras y másteres, que la crisis expulsó.
Urgente es, también, recomponer el mercado laboral, herido mortalmente por una reforma laboral que le concedió todas las prerrogativas a los empresarios y ninguna a la clase trabajadora y a sus representantes sindicales, y apostar por el talento e invertir en I+D+i para dar la vuelta a un mercado laboral que se ha convertido en una fábrica de profesiones relacionadas con el turismo, el comercio y la hostelería, sectores que ya muestran síntomas de desaceleración ante la normalización de destinos como Egipto, Turquía o Túnez. Eso es urgente.
Lo de sacar a Franco del gigantesco mausoleo que, para mayor oprobio de los vencidos, fue construido por los presos republicanos y en el que siguen mezclados, para nuestra vergüenza, los restos de víctimas y victimarios es una NECESIDAD —lo escribo con mayúsculas y negrita—. Necesidad de justicia, de reparación, de asunción de responsabilidades por parte de quienes tienen que asumirla. Necesidad de mirar de frente al pasado y llamar a las cosas por su nombre: el régimen de Franco fue una dictadura fascista establecida gracias a las ayudas recibidas de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini como así lo declaró la ONU en su resolución 39/1946.
Y Franco, un dictador que ordenó asesinar a miles de opositores, durante y después de la guerra, crímenes por los que aún la historia no le ha pasado factura. Y no lo ha hecho porque, a diferencia de Alemania, a quienes los aliados obligaron a la fuerza a reflexionar sobre los crímenes del nazismo y a asumir su responsabilidad sobre el holocausto, en España, la Guerra Civil acabó en una dictadura que impuso la visión de lo que había pasado.
Y esta página de la historia se pasó alcanzando un Pacto de Transición —tan admirado en el mundo entero, como incompleto y generador de conflictos en nuestro país— que aún hoy mantiene a los vencidos en las cunetas y en las fosas comunes y a Franco en Cuelgamuros. De aquellos barros, estos lodos.
En fin, abuela, que así seguimos: teniendo que explicar una y otra vez por qué es justo que los restos de un dictador y un asesino reposen, si es que puede y no está dando tumbos en los profundos infiernos como tú decías, donde quiera la familia, pero no en un lugar que le cuesta 350.000 euros anuales al erario público. Así seguimos hasta la semana pasada. Y ya era hora de cambiar.