Jenni, y todas las Jennis del mundo, no quieren ser heroínas ni ejemplos de nada. Jenni, y todas las Jennis del mundo, solo quieren ser futbolistas, periodistas, ingenieras, oficinistas, camareras, cantantes, actrices, sindicalistas, bancarias, publicistas, cajeras… que puedan ir tranquilas por la vida, sin miedo por la calle, sin temor a que el jefe o un compañero las manosee, las toquetee, las acaricie, las bese, las pellizque o las violen. Solo eso. Nada más y nada menos que eso, algo aún impensable en esta cultura de la violencia contra la mujer que sigue imperando en todos los ámbitos, y especialmente en el del futbol.
Jenni está arropada por todas las feministas del mundo que en las calles, las redes y los medios mostramos nuestra solidaridad con su caso, pero, seguramente, malditas las ganas que tiene Jenni de estar viviendo todo esto, de tener que decidir si se adhiere a la denuncia de la Fiscalía contra Rubiales (por Dios, si ella solo quería disfrutar del triunfo; saltar, reír, bromear, comerse un bocadillo después del partido porque tenía hambre; ser recibida en su barrio entre aplausos, volverse a su equipo de las Tuzas de Pachuca en México en olor de multitudes…). En los estertores del verano, Jenni y sus compañeras deberían estar descansando, celebrando, disfrutando de la alegría, del jolgorio del triunfo, incluso de ese viaje a Ibiza (pírrica gratificación para unas campeonas del mundo, mientras que, de haber llegado a la final del Mundial de Qatar, sus homólogos varones se habrían llevado 400.000 euros cada uno) que el impresentable de Rubiales les anunció en el vestuario.
No, Jenni hubiera querido acabar este Mundial viendo su cara en camisetas que celebraran el triunfo y no en miles de perfiles de Facebook con la leyenda ‘Se acabó’ o ‘Todos somos Jenni’, o en algunos carteles exhibidos en campos de futbol (femeninos casi todos; masculinos poquísimos, el del Cádiz C.F. y alguno más. Lamentable la poca solidaridad que sus homólogos masculinos han tenido con esta mujer. ¿Qué temen? ¿Qué esconden? ¿Qué defienden?). Tampoco imaginaba que su valentía tendría que demostrarla fuera del campo, resistiéndose a comparecer con Rubiales o a restar hierro al asunto para salvar a un impresentable que la violentó frente a millones de espectadores para luego decir que fue un acto consentido («¿Un piquito, Jenni?» «Vale». ¡Hay que ser chusco y mierda para justificar su acción de este modo!). Ni en sus peores pesadillas Jenni imaginó que tendría que ser tan valiente.
Porque Jenni, todas las Jennis del mundo, no deberían necesitar ser valientes, heroicas, guerreras ni intrépidas a estas alturas de la película. Porque ya lo fueron miles y miles de mujeres antes que ellas; mujeres a las que su valor y compromiso con el feminismo les costó la vida, la libertad, la tranquilidad, su reputación… Por eso, ya está bien de que, en lugar de estar celebrando la victoria, Jenni y sus compañeras, estén en la picota de los medios: una buena parte jaleándolas (muchos con la boca pequeña, no queda otra que pasar por el aro después de la que se ha montado, pero ya se desquitarán, arrieritos somos y en el camino nos veremos, feministas de mierda…) y otros, echando sobre ellas la responsabilidad de dejar caer a un infame que debería estar limpiando cuadras en lugar de dirigiendo la Real Federación Española de Futbol en cuya Asamblea, al más puro estilo de ‘El Padrino’, se permitió repartir dinero desde su atril: «Vilda, tú te quedas con cuatro años más de contrato y un sueldo de 500 mil euros». Olé sus güevos.
Jenni, todas las Jennis del mundo, están hartas de ser valientes, de tener que seguir poniendo en su sitio a tipos babosos, de que se las culpe, de que se las considere estrechas o feminazis cuando dicen no, cuando muestran su desagrado ante comentarios soeces o chistes machistas o su rechazo a gestos que violentan su intimidad.
Jenni, todas las Jennis del mundo, deberían poder descansar de una reputísima vez, bajar la guardia, ser tratadas igual que sus compañeros y que todo no les cueste tanto trabajo, no tener que aguantar a tipos asqueroso, misóginos y prepotentes que las cosifican, las infantilizan y las utilizan, y a mujeres machistas que la culpan de buscarle la ruina a un ‘pobre hombre’ que ya se disculpó, obviando que la ruina se la buscó él mismo por su prepotencia y porque estaba acostumbrado a que sus canalladas quedaran impunes.
No creo que este #SeAcabó sea, de verdad, el fin de la cultura de la violencia contra las mujeres que, como lluvia fina, nos ha calado tan hondo que nos impide ver las numerosas muestras de machismo que aún nos rodea en el futbol, en la calle, en la vida... No va a ser fácil terminar con esto (podrá caer Rubiales, pero ¿quién derriba las estructuras que lo sustentan a él y a las decenas de aplaudidores que hasta ayer lo apoyaban y que solo cuando su estrella ha empezado a oscurecerse, comienzan a dejarlo tirado?); pero es un comienzo. Otro. Jenni ha dado un paso de gigante a favor de todas las Jennis del mundo que, a diferencia de ella, no han sufrido esta violencia machista ante las cámaras, sino en un despacho, en un lavabo, en un callejón, en una discoteca, sin cámaras ni testigos, su palabra contra la del hombre (palabra de Dios).
Lo siento Jenni, siento que te hayas convertido en un símbolo de la lucha feminista cuando tú, lo que querías, lo que te merecías, era celebrar esa copa del mundo en Ibiza o en Marte, pero libre de presiones, de focos, de dedos acusadores. Te jodieron la celebración, Jenni. Ojalá sea la última jodienda de Rubiales y de todos los Rubiales del futbol y de la vida. Por ti, Jenni y por todas las Jennis del mundo.
A veces, toca convertirse en heroína, a tu propio pesar, fuera del campo…