Blue Monday es un término acuñado por el psicólogo británico Cliff Arnall para definir al tercer lunes de enero, el calificado como el día más deprimente del año según una fórmula matemática. ¡Y vaya si lo fue este 20 de enero, abuela!
Ingenua de mí, pensé que lo sería solo por un motivo: Trump juró su cargo como cuadragésimo séptimo presidente de la, todavía, primera potencia mundial. Sí, abuela, Trump, el mismo que cuando perdió las elecciones hace 4 años azuzó a la marea humana que asaltó el capitolio al grito de "Hay que luchar como demonios con audacia" o "Caminemos hasta el Capitolio" porque no aceptó el resultado de las urnas, convencido de que la gente vota mal cuando no le votan a él.
Así están las cosas en el mundo: avanzan los que no creen en la democracia, pero participan en ella para, una vez dentro, cargársela con el beneplácito de los votos de millones de personas que son capaces de convertirse en el meteorito que los arrase también a ellos, con tal de cargarse un sistema que la extrema derecha les ha convencido de que es la causa de sus males. ¡Ay, pero me estoy yendo por las ramas!
Te decía que pensé que la vuelta de Trump a la Casa Blanca sería lo peor que pasaría ayer, pero no, lo peor fue que se murió un buen hombre (sí, ya sé que a diario mueren miles de buenas personas, pero no todas las que le sobreviven escriben en La Voz del Sur, así que me voy a aprovechar de ello. Ustedes perdonarán la licencia). Se llamaba José Luis Almeida, un tipo cuyo nombre no le sonará a la mayoría de quienes lean esto. A quienes nos suena, y resonará mientras vivamos, es a cientos de sindicalistas de CCOO que tuvimos la suerte de transitar con él por el camino de la defensa de la clase trabajadora. Porque fue un luchador que allá por el 79 de siglo pasado se afilió a Comisiones Obreras, el sindicato heredero de esas comisiones de trabajadores que en los años 50 trataron de presentar candidaturas alternativas a las oficiales durante el sindicalismo vertical, y que fue legalizado en el 77 después de mucha lucha, muchos muertos, mucha cárcel y mucho sacrificio de miles de personas que creían que otro mundo era posible para la clase trabajadora.
Almeida fue uno de esos. Un tipo comprometido que en sus casi 50 años de sindicalista luchó por los derechos de la clase trabajadora. Un tipo honesto que siempre hizo lo que su conciencia le dictó sin importar las consecuencias, que abrió caminos y los siguió con rectitud y tesón, y que animó a otros a abrir sendas nuevas. Alguien que junto a Javier Rosaleny y Concha Fernández, dos sindicalistas fallecidos también demasiado pronto (Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada…) dedicó su esfuerzo a organizar la lucha obrera en Banca y a extenderla a otros sectores (Ahorro, Seguros, Telemárketing, etc.), posibilitando así la existencia de representantes sindicales que, contando con la insustituible herramienta de la negociación colectiva, consiguieron derechos que mejoraron la vida de la gente. Porque, por muy mala prensa que tengamos, y más que se empeñan las fuerzas reaccionarias en darnos, eso es lo que hacemos los sindicatos: mejorar la vida de la gente. Con nuestros aciertos y nuestros errores (que son muchos, al fin y al cabo, solo somos personas y como tales, falibles).
Decía Santiago Kovadloff que morir bien es morir a tiempo: imploremos que la muerte nos sorprenda sedientos todavía, ejerciendo la alegría de crear. Que nos apague cuando aún estamos encendidos. Sin duda, Almeida seguía encendido, entregado a su pueblo de Guillena como concejal por IU, trabajando aún en CCOO a pesar de llevar prejubilado más de 11 años, atendiendo a quienes precisábamos de su consejo o su ayuda…
Se ha ido un hombre bueno el mismo día que otro, para el que no tengo calificativos, ha accedido a la presidencia de los EEUU. Casualidades de la vida. Aunque, ahora que lo pienso, igual ha considerado que era mejor levar anclas antes que respirar los vientos de autoritarismo que amenazan con llevarnos por delante si no somos capaces de retomar la lucha para defender unos derechos y libertades que hombres como Almeida contribuyeron a que hoy pudiéramos disfrutar, e incluso poner en peligro votando opciones abiertamente contrarias a ellos. Descansa en paz, amigo. Aquí seguiremos en el tajo…