¡Ay, abuela!, no te va a gustar nada lo que te voy a contar hoy. Yo llevo tratando de digerirlo desde la semana pasada y aún no lo he conseguido.
Marcos Criado es profesor de derecho constitucional con más de veinte años en el ejercicio de la docencia. En primero de carrera, les puso a sus alumnos una práctica que consistía en redactar un pequeño proyecto de ley orgánica en el que justificasen por qué esa materia debía regularse por dicho procedimiento.
Según él mismo confiesa, el resultado le dejó helado. En muchos proyectos los alumnos reintrodujeron la pena de muerte, negaron la educación básica a los extranjeros, eliminaron el tercer grado penitenciario, prohibieron partidos, justificaron la utilización de las armas contra los okupas o la obligación de parir a cambio de dinero… A la vista del resultado, Marcos Criado se expresaba así en redes sociales: «Como profesor he fracasado en mi función de motivar, porque o no se han leído la Constitución, o se la han leído pero han preferido hacer notar su posición ideológica en proyectos inconstitucionales antes que hacer derecho». No es para menos que el hombre esté desolado.
¿Qué lleva a esos jóvenes a proponer tales restricciones de derechos y a justificar el uso de la violencia en muchos casos? ¿Qué pasa por sus cabezas para estar dispuestos a renunciar a la libertad tan dócilmente? A mi mente vienen las palabras de la escritora Margaret Atwood: «La gente con miedo es capaz de sacrificar derechos a cambio de una falsa seguridad».
Hay un miedo postraumático que está más que justificado —no creo que todos esos alumnos hayan sufrido experiencias traumáticas que justifique su miedo—. Y un miedo inducido que bloquea, perturba e impide pensar con racionalidad y que nos convence de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Creo que este es el miedo que lleva a los jóvenes a proponer soluciones drásticas, muchas de ellas inconstitucionales, con tal de eliminar la inseguridad de sus vidas, objetivo difícilmente alcanzable porque la inseguridad va, intrínsecamente, ligada a la vida.
¿Los jóvenes tienen miedo o son los medios de comunicación y las redes sociales los que se los crean? ¿Hay motivos justificados para tanta alarma o se crean falsas, e interesadas, alarmas para mantenernos permanentemente paralizados, atemorizados y agobiados? ¿Es el miedo un arma del poder? Realmente lo creo. Un arma que dispara tinta, tuits y post y que nos impregna a todos en mayor o menor medida.
Los jóvenes a los que se refiere el profesor Criado, y otros muchos que se confiesan votantes de opciones políticas que justifican la limitación de la libertad, no han conocido las dictaduras ni los totalitarismos del siglo XX: el comunismo, el nazismo, el franquismo, el salazarismo, los regímenes militares chilenos, argentinos… Han crecido en libertad, sin trabas, con derechos que sus abuelos ni soñaron y sin embargo, están dispuestos a ceder todo eso a cambio de seguridad. ¿Por qué? Tal vez porque no han conocido esas dictaduras o, quizás, porque no ven en el sistema democrático al necesario valedor de sus derechos, ni lo consideran su protección frente a los vaivenes de la historia.
¿Tendrán que vivir otra vez un régimen totalitario o aún estamos a tiempo de educarlos en valores, de hacer de ellos ciudadanos con juicio crítico capaces de discernir lo verdadero de lo falso y de exigir al estado esa protección que les debe? Espero que no sea tarde, pero hay tanta intoxicación en las redes sociales, tantas mentiras circulando a la velocidad de la luz, tantas medias verdades, que la tarea se me antoja titánica. No hay tiempo que perder. Ni Venezuela ni pines y pones pueden entretenernos. La democracia está en juego (con todo lo que ello conlleva de pérdida de libertad y derechos). No es un sistema perfecto, pero, de momento, no se ha inventado otro mejor.