En Santiago de Chile hay un Museo de la Memoria donde se recuerdan a las víctimas del golpe militar de Pinochet. Cada día, lo visitan cientos de escolares y jóvenes para conocer lo que pasó en este país a través de miles de fotos, vídeos, grabaciones, testimonios, documentos oficiales y escritos de las propias víctimas. También aquí han convertido el Estado Nacional, que fue el mayor centro de detención y tortura de prisioneros políticos entre septiembre y diciembre de 1973, en monumento nacional y tributo a la memoria.
Mientras, en España todo un jefe de la oposición dice que hace 80 años nuestros abuelos y bisabuelos se pelearon y no tiene sentido vivir de los réditos de lo que hicieron, y el alcalde de Madrid ensalza la figura de Millán Astray, golpista, fascista, admirador declarado de Hitler, en el acto de inauguración de un monumento a la Legión. A estos señores que tergiversan la historia, habría que recordarles que lo que enfrentó a las dos Españas en el 36 fue un golpe militar contra un gobierno democráticamente elegido. Un golpe que en la instrucción reservada n.º 1 de Mola, éste ordenó que fuera en extremo violento para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Y ese golpe derivó en una guerra civil, porque media España se negó a replegarse a él. Y a partir de ahí sucedió lo que sabemos los que queremos saber: miles de vidas segadas en el campo de batalla —las del bando nacional recibirían honores y pensiones durante el franquismo—, otros tantos asesinados en ambos lados —aunque la violencia indiscriminada no fue instigada por el gobierno republicano, muy al contrario, expresamente condenada—, miles de encarcelados, exiliados, expulsados de sus trabajos, investigados… Por ejemplo, en Cádiz, zona nacional desde el mismo 19 de julio, la nómina de perseguidos de una u otra forma por el franquismo superan los 14.000 entre 1936 y 1945. Y a nivel nacional, finalizada la guerra, cincuenta mil personas fueron asesinadas por sus ideas hasta 1946. Eso sin contar con las que cayeron como chinches en las cárceles víctimas de las torturas, las enfermedades, la insalubridad de los establecimientos…
Y todo eso fue silenciado en los cuarenta años de dictadura y dicho sottovoce durante los otros cuarenta de democracia para no enfadar a la derecha. Y de esos barros estos lodos. Hoy a los defensores de la Memoria que reclamamos justicia como única vía de reconciliación, se nos acusa de reabrir heridas ya cerradas, de instigar al odio, de no dejar en paz a los muertos cuando miles de ellos continúan en las cunetas, ignorados, abandonados, humillados, en la vida y en la muerte, sin que se les pueda dar humana sepultura —sin ir más lejos hace unos días apareció una fosa en Jaén con los restos de 1.200 ejecutados por el franquismo: “el Corralito de los Ahorcados”.
No se puede normalizar lo que pasó en este país hace ochenta años. No, mi abuelo, que pasó nueve años en la cárcel por el delito de pertenecer al PSOE, no se peleó con el tuyo. Mi abuelo, como miles de abuelos y abuelas más, fue víctima de un plan perfectamente orquestado de limpieza ideológica que ningún demócrata, de derecha o de izquierda, hoy debiera blanquear y que toda la ciudadanía debería conocer y condenar. Me da mucha envidia el culto a la Memoria que se rinde en Chile. Y mucho miedo el olvido intencionado y la banalización del mal que ya exhiben sin pudor algunos de nuestros políticos en España.
Comentarios (1)