El próximo domingo 23J yo voy a votar a favor del progreso. Como un acto de amor, como una muestra de rebeldía y en defensa propia. Votaré con esperanza y, tengo que reconocerlo, con mucho miedo de volver a un pasado gris de censura, intransigencia y odio. Votaré por el progreso como un deber moral, guiada, un poco, por egoísmo, otro poco, por solidaridad y mucho, por purito susto.
Votaré por mí, por los que me sucederán y por los que me precedieron, esos que lucharon para que yo hoy, limpia de rencores y guiada por una fe obstinada y, seguramente, infantil, sienta que tengo en mi mano un arma muy poderosa para luchar por el país que quiero: un país donde podamos acordar en el disenso; en el que la razón venza al insulto; donde la persuasión le gane la partida a la fuerza y la verdad, a la mentira. Un país en el que la gente de a pie tengamos derechos; un lugar solidario donde los que huyen del hambre o de la guerra puedan encontrar un puerto seguro —el que me gustaría encontrar a mí si estuviera en su situación—; donde las mujeres sigamos avanzando en el camino de la igualdad, ese que tanto ha costado y que la extrema derecha cuestiona, arrastrando a la derecha que empieza a justificar la violencia machista (fue un divorcio duro dijo Feijóo para minimizar las vejaciones a las que el candidato de Vox en Valencia sometió a su exmujer y por la que fue condenado a un año de prisión por violencia psíquica habitual contra ella).
Votaré progreso porque soy mujer y no quiero que el actual techo de cristal que sigue existiendo, no me engaño pensando que vivimos en el país ideal, no se convierta en acero; porque soy trabajadora y no me resigno a volver a un tiempo en el que nos recortaron los derechos en una de las peores Reformas Laborales que hemos sufrido y nos impidieron la protesta con una Ley Mordaza que, para nuestra aflicción, las fuerzas de izquierda no fueron capaces de ponerse de acuerdo en derogar. Votaré porque me niego a que las relaciones laborales queden, definitivamente, escoradas hacia el empresario, o a que el estado del bienestar se adelgace tanto que muera de inanición —no se confundan, no quieren acabar solo con las subvenciones a organizaciones recogidas en la Constitución, como sindicatos u otras asociaciones, sino con el estado del bienestar, ese que nos protege a todos y costeamos entre todos y que, por primera vez, gracias al impuesto a eléctricas, bancos y a los más ricos, les ha salido un poquito más caro a estos.
Votaré progreso en memoria de mi abuelo que estuvo en la cárcel por defender el régimen democráticamente elegido en las urnas en febrero del 36 y en agradecimiento a ti, abuela, y a Talola, dos mujeres analfabetas que luchasteis para que yo no lo fuera —vosotras sabíais lo que era la humillación, la miseria, la opresión y no la queríais para mí—. Votaré por mi madre, una mujer que, en un tiempo en el que a las mujeres no se les permitía siquiera pensar por sí mismas, se atrevió a desafiar ese precepto patriarcal, no sin pagar un alto precio por ello. Y votaré, también, por mi nieto Adrián y por el que o la que nacerá pronto, para que puedan ser lo que deseen en la vida, amar a quien quieran, pensar y decir lo que quieran, vivir como quieran y no como quieran los que mandan.
Cuando el próximo domingo entre por la puerta del Colegio Electoral, conmigo vendrán los cientos de miles de hombres y mujeres que dieron su vida y su libertad para que hoy los españoles podamos ejercer el derecho a elegir a nuestros gobernantes, algo que hasta hace poco menos de cincuenta años nos estaba negado. Se lo debo a ellos, me lo debo a mí y a los que me sucederán. Votaré con memoria, pero, también, con fe en el futuro y en la inteligencia de la ciudadanía. ¡Que ustedes lo voten bien!