Todo en orden. Por 'loles'...

Luto en el Palacio de San Telmo. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)

Abuela, seguimos avanzando en la desescalada, esto empieza a parecerse a la liga, todos pendientes de ver si su equipo asciende a la siguiente división. Parece que ya han pasado los momentos duros de la pandemia, que no la pandemia, a pesar de la ligereza con la que algunos se toman las normas, inundando las terrazas de los bares o secundando manifestaciones sin respetar la distancia de seguridad, como si los cubatas y las banderas protegieran de un virus que ya ha matado a más de 27.000 personas en España y 365.000 en el mundo.  

Mentiría si negara que estoy muy contenta de poder disfrutar de esta libertad, de volver a ver a la familia, a los amigos, de tomarme una cervecita en una terraza, pero te confieso que estoy más inquieta que en los meses precedentes. El confinamiento me infundió esperanzas y una confianza en el ser humano que ahora, viendo la tensión política y social que vivimos, mantengo con mucho esfuerzo y tirando de buenas dosis de optimismo.

Durante el tiempo del confinamiento, me asustaba enfermar, me sentía desubicada, atemorizada ante una realidad que nadie sabía manejar, echaba de menos a mi gente, pero me animaban los aplausos de las ocho, me admiraba la generosidad de muchas personas que cosían mascarillas, fabricaban respiradores, colaboraban en bancos de alimentos, investigaban a marchas forzadas, cuidaban, aún a riesgo de su vida, las vidas de los otros… Viendo tanta generosidad, me convencí de que de esta tragedia saldríamos con una nueva conciencia social y ecológica. Consciente del esfuerzo que la reconstrucción iba a necesitar, tenía esperanzas de que los políticos hicieran su parte, se esforzaran por servir a la ciudadanía, como ya hicieron durante la transición, y aparcando sus diferencias, buscaran el consenso, un consenso que permitiera reforzar el sistema sanitario —tradicionalmente subfinanciado— y los servicios públicos en general, apostar por la investigación en I+D+i, reconstruir el tejido productivo para dejar de depender tanto de una actividad tan sensible a los vaivenes políticos, económicos y sanitarios como es el turismo.

La ilusión me duró el tiempo que las caceroladas y las manifestaciones con banderas, gritos y gestos preconstitucionales tomaron las calles desafiando las normas de seguridad; los insultos sustituyeron a las palabras de aliento y agradecimiento a las personas trabajadoras que permanecieron al pie del cañón cuando todo se paró; el ansia de poder solapó al ansia de servir; el afán de destruir y de volver a un ambiente guerracivilista se superpuso al ánimo de reconstruir un país en el que la pandemia ha destruido un millón y medio de empleos por cuenta ajena, a añadir al millón doscientos mil autónomos que han solicitado la prestación por cese de actividad y a los cuatro millones de personas incluidas en los ERTE de las que, probablemente un tercio pierda, definitivamente, su empleo. 

Hay mucho ruido, demasiado para acometer la tarea colosal de la reconstrucción. Una reconstrucción por la que Europa, que nos dejó en la estacada en el 2008 —de aquellos barros, estos lodos—, ha apostado como única forma de salir de la situación dramática que están viviendo las economías europeas y que se ha materializado en la aprobación de un plan para movilizar 750.000 millones de euros de los que medio billón, con b, serán en forma de subvenciones con el fin de respaldar una recuperación sostenible y una cohesión social imprescindible.

 Y mientras la UE, consciente de que de esta crisis salimos todos juntos o salimos todos escaldados, hace un esfuerzo económico sin precedentes, en nuestro país, en lugar de estar trabajando todos a una por la reconstrucción, la tensión parlamentaria crece por momentos dejando al descubierto lo peor de esta nación cainita a la que le viene grande eso de dejar gobernar al que ha sido elegido democráticamente; la oposición sigue a lo suyo: hacer caer al gobierno, por lo civil o por lo penal, y cueste lo que cueste, y el gobierno, cerrando pactos extemporáneos e incomprensibles, sobre cuestiones de profundo calado como la derogación de la Reforma Laboral al margen de los agentes sociales. Todo en orden, por loles 

Toca protegerse del ruido. Es mucho, muy alto, ensordecedor, pero me niego a pensar que es mayoritario ni capaz de acallar el rumor de la gente sencilla que continúa en sus afanes diarios: trabajar para que la maquinaria del país siga funcionando, ayudar a los que se han quedado en la estacada, proteger los derechos de los más vulnerables, apostar por la concordia, vivir en paz… Espero y deseo que sean esas voces, las que, al final, reconduzcan el griterío de la caverna política. Eso, o el caos.

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