En la exposición que hay en el Museo de la Guardia Nacional Republicana, antiguo cuartel Do Carmo de Lisboa, sobre la Revolución de los Claveles que derribó la dictadura en Portugal se exhibe un libro atravesado por una bala. La imagen me resulta trágicamente evocadora: balas contra cultura, intolerancia contra cultura, negacionismo contra cultura…
Yo crecí en un hogar muy humilde, los agujeros en las suelas de los zapatos, los cuellos vueltos del revés y las alforzas en las mangas para que la prenda durase varios años eran lo corriente. Sin embargo, jamás faltaron unas pesetas para un libro, un TBO o un comic. ¡Ay, abuela!, crecí escuchándote una frase que, sin duda, cambiaría mi existencia: ‘Estudia, estudia, que la instrucción es el único medio que tenemos los pobres para salir de la miseria’. Me lo decías, tú, que firmaba con el dedo —te arrancaron de la escuela con apenas siete años—; tú, viuda de un socialista que, por las noches, se iba a la Casa del Pueblo a enseñar a sus camaradas a leer y a escribir, lo que le costó seis años de cárcel tras el golpe de Franco, la pérdida de su empleo como chofer del Instituto Provincial de Higiene y la miseria para nuestra familia. Por rojo. Por desafecto, y porque eso es lo que trae la intolerancia, el odio y el deseo de que nada cambie, de que los trabajadores no medren y los poderosos continúen en sus torres de cristal ‘como Dios manda’.
Por eso, se me ponen los pelos de punta cuando leo que en ayuntamientos gobernados por el PP en coalición con VOX se empiezan a censurar actos como la obra de teatro 'Orlando' de Virginia Woolf en la que, a mitad de la función, un hombre se convierte en mujer, la obra 'El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca', inspirada en la historia del maestro republicano Antonio Benaiges o la película infantil ‘Buzz Lightyear’ donde aparecen dos mujeres besándose, y que ha llevado a muchas personalidades del mundo de la cultura a suscribir un manifiesto bajo el lema 'Stop censura'.
Nos costó cuarenta años, muchas vidas —unas cercenadas, otras encerradas y muchas exiliadas—, alcanzar la libertad. No la de tomarse unas cañas donde te pida el cuerpo, Sra. Ayuso, sino la libertad de verdad, la de expresión, la de manifestación, la de conciencia, la de educación, la de cátedra, la de pensamiento… (esa que a los cerriles de la extrema derecha les permite defender ideas como la de que la tierra es plana, que las vacunas no sirven para nada o que las mujeres somos más beligerantes porque carecemos de pene, según el presidente del Parlamento Balear, Gabril Le Senne). Nos costó tanto que no podemos permitir que vuelva ese tiempo gris, opresivo, censurador, ese verano que trajo un largo invierno.
La cultura es peligrosa, cuestiona, hace pensar, moviliza, y esta oleada de intransigencia que nos recorre lo sabe, por eso es uno de sus primeros objetivos. Corre peligro la libertad y los derechos, los nuestros, los de la clase trabajadora; los de ellos, los de arriba, siempre han estado a buen recaudo, y consentidas sus transgresiones (¡anda que no iban niñas bien a abortar a Londres cuando aquí estaba prohibido!). Y si la izquierda no lo ve (leo en algún medio que el voto de derechas está fuertemente movilizado, al contrario que el de izquierdas), es que está muy ciega o tiene unas tendencias suicidas que se debería hacer mirar.
Llevamos miles de años asistiendo a la barbarie que provoca la intolerancia (como decías, tú, abuela, ‘esto es más viejo que ojú’). Basta echar una ojeada a la historia: la destrucción de libros y la ejecución de académicos en la China de Qin Shi Huang en el 213 a. C, la quema de la Biblioteca de Alejandría en el siglo IV a.C, la ‘Hoguera de las vanidades’ de Savonarola en el siglo XV, la destrucción de la Biblioteca de Bagdad en el 2003 ante la pasividad de las tropas americanas…
En la Berbetplatz de Berlín, donde se produjo la quema de libros en 1933, hay una placa con una cita de Heinrich Heine: ‘Se empieza quemando libros y se acaba quemando también a las personas’. Yo confío en que mujeres, personas LGTBI, de izquierdas o inmigrantes no acabemos en la hoguera. En lo que no confío demasiado es en que las libertades y los derechos no ardan en las piras de la intransigencia a partir del próximo 24 de julio. La extrema derecha ya está dando muestras de por dónde va. No digamos luego que no estábamos avisados…
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