Quien no tiene memoria, carece de identidad. Y sin identidad, personal y colectiva, no somos absolutamente nada. Andalucía es memoria de la que enorgullecerme, identidad a la que defender y futuro que construir.
Mi tierra es el legado de millones de mujeres y hombres que construyeron este sur tan denostado, tan humillado y tan atacado por quienes no nos conocen y nos tachan de catetos, de subvencionados, de incultos —con lo bueno que está nuestro gazpacho, la pringá o los espetos de sardinas, si nos comemos las letras, es porque seguimos teniendo hambre, un hambre secular que ningún gobierno en democracia ha sabido quitarnos. Y durante la dictadura, ya ni hablamos— y de estar todo el santo día de fiesta: carnavales, ferias, semana santa, cruces de mayo… También, el de esa otra gente que tuvo que irse de esta tierra de señoritos y gañanes para construir el resto de España, para producir en fábricas alemanas o cosechar en tierras francesas, maleta de madera en mano, miedo, sentimiento de inferioridad: «no entiendo, perdone»… o de los que cruzaron el charco para oír voces parecidas a las de aquí y así no sentirse tan solos. Ellos nos construyeron y ellos nos habitan.
Cuando se cumplen 40 años del Sí al Estatuto de Autonomía Andaluza, más que nunca debemos tener memoria para saber quiénes somos y de dónde venimos y enorgullecernos de lo que hemos hecho; humildad para reconocer nuestras carencias, nuestros errores, nuestra apatía o nuestros complejos e imaginación que sirva de palanca para mover a un pueblo cuyas cicatrices aún supuran y que no termina de encontrar su lugar en la historia.
Me siento andaluza porque crecí al sur del sur. Aquí aprendí las primeras letras, conocí la amistad y el amor, lloré y reí, enterré a mis muertos y aquí sigo, a diferencia de tantas personas que tuvieron que irse porque, aunque esta tierra es grande y rica, no se lo pusieron fácil para permanecer.
Por eso hoy reafirmo mi identidad andaluza. Me enorgullece comerme algunas eses y aspirar las haches, saber que por las venas de mi tierra corrió la sangre de grandes civilizaciones: fenicios, tartessos, romanos, musulmanes que, del algún modo, me conformaron y ser distinta al resto, pero, a la vez igual, porque nacer en un lado u otro es un purito accidente; en cambio, quedarse, construir el presente con tu quehacer diario y defender la tierra que pisas es una apuesta personal. Y Andalucía es mi apuesta. Por eso pienso en andalú, siento en andalú y hablo en andalú. Lo siento abuela, yo sé que tú preferías que hablase ‘fino’ creyendo que así sería mejor vista, pero es lo que hay. Y a mucha honra.