Ir al contenido

Sobre el buen vivir

Morir dignamente es la prolongación del derecho a vivir con plenitud y nadie debe ser forzado a sufrir innecesariamente hasta su último aliento

04 de abril de 2025 a las 09:26h
Una mujer que reivindica la eutanasia en un reportaje pasado para lavozdelsur.es.
Una mujer que reivindica la eutanasia en un reportaje pasado para lavozdelsur.es. MANU GARCÍA

Abuela, ayer le comunicaron a una amiga muy querida que le habían aprobado su solicitud de eutanasia.

Debo confesarte que la noticia me provocó un tsunami emocional de considerable magnitud. Y no porque no comparta su decisión, al contrario, yo también tengo redactado mi testamento vital y soy miembro de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), sino porque una cosa es tener claro lo que no quieres para ti en una situación de extremo sufrimiento mientras este aún no te ha alcanzado y otra bien distinta, poner en práctica la teoría y asumir que ese momento le ha llegado a un ser querido. 

No nos enseñan a morir. Tampoco a vivir. De ahí que mucha gente viva vidas que, sin ningún padecimiento grave que lo justifique, son simple supervivencia, un ejercicio de resistencia en la zona de disconfort, una resignación que corroe por dentro, un purito sinsentido… Nada que ver con una vida plena —a pesar de que sufrir es inevitable en el camino de la existencia— que te permita alcanzar una muerte en paz.

Hablando con mi amiga le decía que deberían enseñarnos desde primaria a aceptar la muerte como algo natural. Y con ese humor envidiable que aún conserva me respondió: "Mejor desde la ESO, ¿no?» «Bueno, desde la ESO, pero en algún momento antes de afrontar ese instante final, lo único cierto que va a sucedernos, el desenlace que solo es posible si hemos tenido la suerte de vivir...".

Como estas cosas te dan mucho que pensar, volví a preguntarme qué era para mí una vida con sentido, mi eudaimonía, mi buen vivir. Y lo tengo claro, abuela: la ausencia de un dolor físico o psicológico insoportable, el gozar de la suficiente autonomía y de unas facultades mentales mínimas como para ser consciente de quien soy y seguir manteniendo mi condición de persona. Es fácil de entender que en ausencia de esto lo más deseable es morir, ¿verdad?

Debería serlo, pero parece que no lo es para muchas personas. Para ellas, la vida es un don divino y solo Dios puede decidir cuándo una persona debe morir. Yo respeto su creencia y me parece muy heroico que estén dispuestos a pasar las del Beri para morirse, como decimos por aquí. Pero lo que no comparto es que pretendan imponernos a los demás sus creencias limitándonos la autonomía para tomar decisiones sobre nuestra propia vida.

Morir dignamente es la prolongación del derecho a vivir con plenitud y nadie debe ser forzado a sufrir innecesariamente hasta su último aliento. Por fortuna, en España existe una ley que regula la eutanasia, la "buena muerte" que es lo que esa palabra significa, el acto deliberado de dar fin a la vida por voluntad expresa de la persona para evitar el sufrimiento. Esta es una de las muchas leyes que han alumbrado los gobiernos progresistas que hemos tenido en este país. Y como otras tantas, la del aborto, la del matrimonio entre personas del mismo sexo, las que protegen a la clase trabajadora, etc., siempre en el alambre, siempre dependientes del signo del partido que gobierne.

Ignoro si me queda mucha o poca vida y si tendré que hacer uso de mi derecho a morir dignamente. Lo que sí sé es que, llegado ese trance, me gustaría afrontarlo como lo está haciendo mi querida amiga Nieves, mi maestra, la persona que me está enseñando qué razón tenía Serrat cuando decía que vivir solo vale la pena para vivir; un ser de luz de esos que te abren los ojos y te calientan el alma, aún en el trance más duro de su existencia, una de esas mujeres que agradeces a la vida haber conocido.  

 

Lo más leído