La vuelta a la rutina tras las vacaciones ha sido peor de lo que esperaba. Tengo noticias pendientes de digerir por encima de las posibilidades de mi estómago: Trump reaparece en un mitin sin que le pase factura el escándalo de guardar secretos nucleares en su mansión; la guerra de Ucrania continúa y Putin corta el gas a Europa obligándola a limitar los beneficios de las eléctricas y el precio del gas —¡Valientes socialcomunistas y bolivarianos!—; la extrema derecha está a un paso de entrar en el gobierno de Italia, con la amenaza de contagio al resto de Europa, ante la previsible victoria de Giorgia Meloni en las próximas elecciones; este verano ha sido el más caluroso en los últimos sesenta años y las muertes por esta causa ya superan las 1.500; la inflación se dispara al 10,4% interanual; EEUU lanza un órdago a China ayudando militarmente a Taiwan y el pobre Carlos de Inglaterra va a tener que ponerse a trabajar a sus setenta y tres años… ¡Socorro!
Con este panorama empiezo a entender que cada vez más ciudadanos huyan de las noticias como demuestra un estudio realizado por el Reuters Instituto en colaboración con la Universidad de Oxford en el que se concluye que el interés por mantenerse informado ha caído del 63% en el 2017 al 51% en el 2022. ¡Para deprimirse siempre hay tiempo! Aunque para depresión, la que se nos avecina con la llamada al sacrificio que los gobiernos europeos están haciendo a la clase trabajadora (a ver cuándo les piden a los ricos que se aprieten el cinturón o que, simplemente, paguen impuestos con arreglo a sus beneficios. ¡No hay huevos!).
Y en España, más de lo mismo. Frente a un otoño que se augura calentito, y no precisamente por encender la calefacción dado el precio de la electricidad, no hay bemoles de que gobierno y oposición pacten ni la renovación del Consejo General del Poder Judicial, ni las medidas de ahorro energético, ni nada de nada. Menos mal que tenemos a Díaz Ayuso (un detallazo lo de decretar tres días de luto por la muerte de la reina Isabel. Total, el Peñón de Gibraltar queda lejos de Madrid…) y a Mónica García que han pactado rebajar los insultos en la Cámara Regional. Flipo en colores de que eso se tenga que pactar. ¡Qué daño ha hecho Sálvame Deluxe, por Dios!
En fin, abuela, que yo quiero irme de vacaciones otra vez. O tener una máquina del tiempo y volver a aquellos años en los que en este país fueron posibles los pactos de estado y aún se podía dialogar. ¡Qué tiempos aquellos! Los de las vacaciones y los de los pactos. ¡Ains!