Cuando el destino nos alcance, Soylent Green era su título en inglés, es una vieja película de principios de los 70, casi premonitoria, que nos advierte de los efectos del calentamiento global sobre nuestras vidas.
Digo sobre las vidas de la gente porque, frente a toda evidencia, intentamos seguir viviendo en la inopia de que el cambio climático es algo que afectará al paisaje, al mar, los árboles y las especies animales, pero que pasará de puntillas sobre las personas como si fuéramos impermeables y solamente sintiéramos el roce de las gotas resbalando.
En estos días el destino es de barro por las calles de los pueblos de Valencia y todo nuestro levante. Las aguas arrasaron las casas y las vidas, y se fueron mezclando los despojos y los bienes hasta convertirse en un fango maloliente y destructor.
La mesa estaba puesta, la cafetera en el fuego, la ropa tendida o doblada para guardar, el televisor encendido, las fotos familiares en la estantería, el coche aún sin acabarse de pagar; la lluvia ya serpenteaba su amenaza en las ventanas y las calles se anegaban. Un hombre, una mujer, unos niños esperando a quienes aún no habían llegado de los asuntos cotidianos.
En un momento todo desapareció bajo los ríos de lodo y quienes faltaban, no llegaron. Las alertas tempranas se perdieron por los laberintos mentales de la estupidez del presidente Mazón y su equipo de inútiles irresponsables. Y como consecuencia se perdieron las vidas de quienes tenían que llegar a casa y no pudieron, las vidas de quienes esperaban ayuda y no llegó.
En estos días el destino es de barro por las alcantarillas de las redes sociales. En este noviembre hacen su agosto los miserables vendiendo barro al precio de la desesperación, mientras lo racional y la verdad se hunden y se pierden en el tumulto de las aguas revueltas.
De la misma manera que en Soylent Green descubrieron la amarga verdad de que las galletas con que se alimentaban no estaban fabricadas con algas sino con sus propias muertes, cada día nos acercamos a la realidad de que, en nuestras conciencias, todo aquello que creemos saber se está nutriendo de ese barro insalubre que nos ciega, nos impide andar y nos ahoga.
Hay fabricantes de barro que ganan elecciones prometiendo más barro y que con sus victorias nos ponen de relieve hasta qué punto nuestras democracias orgullosas tienen los pies de barro y que, aunque esté en juego la vida y los derechos, la banca siempre gana.
Por ahí campea Trump, un descerebrado, un celebrante de discordias necrófagas, un vulgar matón de esquina que ha ganado el acceso al botón de la destrucción atómica, situando entre sus asesores -oficiales u oficiosos- a Elon Musk, el dueño de las alcantarillas X y señor de la difusión del bulo masivo, o a RFK junior activista antivacunas para orientarle en materia sanitaria. Mientras escribo estas líneas sobrevuela mi casa un avión militar hacia la Base de Rota y me resuena en la cabeza un ruido como de barro desatado en bombas.
Sin ir tan lejos, ahí en Valencia, ganó las elecciones el PP llevando de como cabeza de lista a un elemento del que lo menos que se puede decir es que se trata de un incompetente. Y por ahí anda como pollo sin cabeza rodeado de sendos incompetentes como él, presidiendo la Generalitat Valenciana con el apoyo de Vox. Presidiendo, pero no gobernando, ni siquiera mandando, sino en todo caso haciendo los recados que le mandan los dueños del capital. No gobierna porque no sabe ni quiere saber, porque para la derecha gobernar no es otra cosa que destruir lo público para abrir paso al negocio privado. En el fondo los políticos de las derechas saben que son simplemente los porteros del capitalismo sin conciencia ni complejos, con instrucciones precisas para no dejar paso a la acción reparadora del estado.
Con nuestras manos de pueblo ayudaremos en lo que esté en nuestra mano. Con todas las fuerzas y herramientas del estado de lo público, seremos capaces de volver a limpiar las calles, reconstruir viviendas, crear nuevos hogares, liberar del barro los barrios y las plazoletas para vuelvan a ser espacios de convivencia. Porque el estado está justamente para eso, para ser la protección del pueblo frente a la desgracia, para ayudar a quienes más lo necesitan. Acabaremos de limpiarnos de este barro que mancha y destruye los cuerpos y las cosas.
Pero hay otro barro, un cenagal de mentiras chabacanas que desborda las cloacas de las redes emponzoñando todo lo que toca, creando el hábitat conveniente al crecimiento de las alimañas mentales. Ese es un fango que no se quita con palas ni con retroexcavadoras, porque que se nos adhiere a la conciencia y nos vuelve más ciegos en los tiempos malos hasta que no podamos distinguir entre la verdad y la mentira, hasta que solo podamos elegir de entre las mentiras, aquella que más grita.
Frente a todos los barros, menos patrias de esas de gritar, confrontar y amenazar y más estado social para garantizar que nadie se quede atrás.
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