La librería Caótica anunció hace dos semanas que sufría una amenaza de desahucio y un ficus centenario y sano está siendo talado en estos momentos en Triana. Como metáfora del estado de la ciudad de Sevilla es inmejorable: inacción ante el cambio climático, especulación inmobiliaria, entrega al turismo masivo y abandono de la cultura, que no es lo mismo que programar eventos; aunque se confunda todos los días.
¿Cuándo se jodió Sevilla? ¿Cuándo esta ciudad, durante siglos orgullosa de sí misma, decidió poner en venta su alma para vendérsela a fondos de inversión, que lo mismo compran 2.000 licencias de VTC para arruinar el sector del taxi que compran edificios enteros para convertirlos en apartamentos turísticos y expulsar a vecinos y pequeños comerciantes?
Esta ciudad, que lo fue todo en el siglo XVI y cuya marca se vende en el mundo sin necesidad de promoción, hace tiempo que redujo su política de futuro a “internacionalizar Sevilla”, el eufemismo rimbombante usado por su ideólogo, Antonio Muñoz, otrora delegado de Cultura y Turismo y ahora alcalde de la ciudad. Detrás, lo que hay es facilitar que el Aeropuerto de San Pablo se llene de vuelos baratos de Ryanair para que riadas de turistas vengan a admirar nuestro pasado mientras los sevillanos vemos cómo nos pasa por delante el futuro.
Una ciudad convertida en un atrezzo sin vida, donde no hay sitio ni para librerías, ni para árboles, ni para fuentes de agua potable, arrancadas por el exalcalde Juan Ignacio Zoido, a quien le molestaba que las personas sin hogar lavaran su ropa y llenaran sus botellas de plástico en la vía pública. En lugar de acabar con la pobreza, siempre es más rápido terminar con los pobres.
Sevilla no destaca por haberse tomado en serio el cambio climático, ni por haber construido promociones de vivienda social, ni por levantar grandes avenidas llenas de árboles, ni por una oferta cultural que sea asequible a las economías populares y que llegue a los barrios, ni por tener una red de metro, al contrario, somos la única gran ciudad europea que no tiene red de metro.
Eso sí, la ciudad ha sido incluida en el catálogo de destinos mundiales que reciben más turismo de lujo. Tenemos turistas de lujo a la vez que 3 de cada 10 sevillanos, según el CIS, viven en situación pobreza severa. Sin poder comer fruta, pescado o carne de forma regular. También sin poder poner el aire acondicionado, porque Endesa le está cortando la luz a los barrios periféricos con instalaciones obsoletas con más de 50 años de antigüedad.
Mientras en Barcelona, París o Valencia se plantan árboles, se peatonalizan calles, se pone freno al turismo masivo y se defiende al pequeño comercio, en Sevilla se talan árboles, se deja morir el carril bici que hizo que esta ciudad fuera ejemplo en el mundo de fomento de la bicicleta y se autoriza la apertura de más hoteles, más centros comerciales de hormigón y más apartamentos turísticos que tendrán como vecindario magníficos Carrefour Express y bares para desayunar con una docena de panes diferentes. Que no falte libertad para elegir.
Entre el barrio sevillano con más esperanza de vida, San Matías en el distrito de Nervión, y el que menos, Polígono Sur, la diferencia es de 8,8 años, que se dice pronto, lo que indica que el grado de desigualdad de una ciudad que tampoco destaca por tener una agenda social que afronte las grandes bolsas de exclusión que habitan en los barrios, fuera de la Sevilla publicada, fotografiada y promocionada, territorios abandonados que no salen en los medios de comunicación, salvo si es por un suceso o para ilustrar la encuesta de condiciones de vida del CIS que cada año indica que los barrios más empobrecidos de España están en Sevilla.
Sevilla es una ciudad construida desde hace tiempo a golpe de titulares, sin previsión, sin orden ni concierto, una ciudad que se ha entregado al turismo masivo y éste la ha devorado, mientras los gobernantes locales y sus voceros a golpe de publicidad institucional hablan al turismo y de turismo, como si hubieran decretado el cierre de la ciudad. La turismocracia no sabe leer encuestas de condiciones de vida, ni ve el precio de los alquileres, ni se cruza con vecinos, ni sufre por la pérdida paulatina de población.
Los turistócratas sólo ven plazas hoteleras, número de aviones que aterrizan en San Pablo y los grandes eventos que llenan los bares en los que son servidos por camareros que, de las 10 horas que trabajan al día, sólo cotizan cuatro.
La reacción ciudadana que se ha movilizado para frenar el desahucio de la librería Cáotica y que intenta parar la tala del ficus centenario en Triana habla también de que hay otra Sevilla, con más futuro que las políticas caducas de los últimos años llevadas a cabo por alcaldes de PP y PSOE.
Hay otra ciudad, que quiere futuro, más verde, menos desigual, que no se conforma con ser un parque de atracciones del pasado en el que no quepa nada que no sea un restaurante, nada que no sea un bloque de apartamentos turísticos, nada que no sea un Carrefour Express con decenas de jóvenes precarios esperando en la puerta con su bicicleta, para llevarle el paquete a esos turistas ricos que nos visitan mientras somos cada vez más pobres y desiguales.
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