No nos debe importar lo más mínimo quién es el autor de un libro. Tampoco nos debe importar cómo clasificar el tipo de escritura, es decir, el género literario al que pertenece. Está bien que los sepamos, pero cuando comenzamos a leer tiene que ser algo irrelevante. Si el autor es de izquierdas o de derechas, madrileño o vasco, hombre o mujer... Todos estos datos son secundarios. Es bueno conocerlos, pero son secundarios.
Un libro tiene calidad literaria únicamente por lo que cuenta y el estilo en el que está escrito. Sobre todo, el estilo. Dar importancia a otros factores implica dejarse arrastrar por prejuicios, por elementos ajenos a la escritura. De ahí que un texto literario deba ser autónomo, nunca estar al servicio de causas externas. Una escritura al servicio de intereses políticos o religiosos se destruye a sí misma, es una especie de suicidio.
Los lectores que verdaderamente han disfrutado con las novelas de Carmen Mola no creo que se hayan sentido engañados. Será una anécdota divertida, no creo que suponga mucho más. Esta revelación no mermará nada la cantidad de placer que les proporcionó la lectura. A lo mejor, conocer la trayectoria profesional de los tres escritores les sirva para comprender ciertos rasgos de esas tramas tan adictivas. Los buenos lectores seguirán apreciando las novelas en sí mismas, sin dejarse condicionar por las circunstancias que rodean a la obra.
Ha sido triste ver cómo retiraban los libros de Carmen Mola de las estanterías de una librería, los empaquetaban y los ponían en la puerta para devolverlos a la editorial. Cabe entender que, al ser tres varones los autores, ya no tengan sitio en una librería especializada en libros escritos por mujeres. Sé que lo llevan a rajatabla, pero se podía haber hecho una excepción. Sobre todo, porque eso de expulsar las novelas de la librería nos trae a la memoria acontecimientos que no deseamos que se vuelvan a repetir, propios de dictaduras o sistemas totalitarios. Además, Carmen Mola existe, es un personaje de ficción y tiene su lugar en el mundo. En la librería podrían haber resuelto la situación con humor y sentido común, sin inquietarnos tanto, éticamente hablando.
Otro síntoma que debe inquietarnos es que haya varones que firmen sus novelas con un nombre de mujer. Algunos críticos han considerado este hecho como una banalidad de mal gusto, dado que las mujeres se han visto obligadas a la largo de muchos años a escribir con un nombre de varón, si querían ver sus textos publicados. En el caso de Carmen Mola, a lo mejor se solo un juego literario al que no hay que darle más vueltas. O a lo mejor sí hay que dárselas, y no se trata de un juego literario, sino de una estrategia para adaptarse al mercado literario actual. Eso significaría que si firmas con un nombre de mujer, con independencia de la calidad de lo escrito, uno tiene más posibilidades de ser publicado y vender.